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Atracción vital

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Según las últimas estadísticas es impresionante el número de familias  disfuncionales que existen en el mundo. Es enorme la incapacidad para reconocer y satisfacer las necesidades emocionales básicas de sus miembros: los padres no saben cómo hablar con sus hijos para ser comprendidos; los hijos no tienen mucho interés por lo que digan o sientan los padres.

Se ha convertido en un gran escándalo el enorme costo social que representa el manejo de los casos de divorcio en los tribunales de los países desarrollados: una de cada dos familias se desintegra.  Los consejeros matrimoniales coinciden en que el origen de la crisis familiar radica en el descuido de los padres en vivir y transmitir los valores universales a sus hijos: no saben cómo hacerlo.

Tomemos el siguiente caso: él tenía sus hijos; ella, los suyos.  Se casaron y los apellidos de los chicos se componían de muchas combinaciones diferentes: a él le tocaron dos hijos de su primer matrimonio (se los repartió con su ex); ella llevó al nuevo hogar cuatro hijos, dos chicos del primer marido y dos niñas del segundo.  Después tuvieron niño y niña de ambos.  Ocho niños en total.

Pasando el tiempo el hijo de ella se enamoró de la hija de él, y cohabitaban furtivamente bajo el mismo techo.  Después, un fin de semana en que se quedaron solos, el hijo mayor de él violó a la hija menor de ella.  La chica quedó embarazada.  Para entonces la hija mayor de ella ya era una atractiva jovencita, y él no le quitaba la vista.  Un día sedujo a la avispada chica y fueron sorprendidos una tarde en que ella regresó temprano del trabajo.

El divorcio de ellos se ha prolongado en los tribunales por diez años: las propiedades de él, las propiedades de ella, las herencias de los hijos de él, las de los hijos de ella, y las de los hijos y el nieto de ambos.

A raíz de los años de desazón, conflicto, odio y recriminaciones, un entrevistador les preguntó que si en algún momento habían sido felices, y ambos contestaron que en realidad no: al principio vivieron la luna de miel, pero no supieron conservar el estado de enamoramiento.  Por más matrimonios que han celebrado todos acaban en lo mismo: graves complicaciones familiares.

Ellos buscaban huir de la soledad, pero jamás conocieron el significado de una familia.  Hoy experimentan un enorme sentido de culpa ante el drama familiar.  No son los únicos: millones de matrimonios pasan la vida sin verdadera intimidad.  Platican y se preocupan de lo superfluo; olvidan lo fundamental.

Las ideas sobre cómo relacionarse con el sexo opuesto se forman en la familia, y se aprenden más por la contemplación del comportamiento de los padres que por los consejos.  Cuando los hijos presencian un buen modelo de amor conyugal, adquieren una gran confianza en la unión de la pareja, y aprenden a valorar el sexo como un acto trascendente.  Cuando viven el infierno de constantes riñas maritales, la idea de casarse se considera un gravísimo error, y se menosprecian las relaciones íntimas. En la adolescencia empiezan a satisfacer su necesidad de amor con aventuras superficiales.  Un adolescente es capaz de hacer casi cualquier cosa con tal de sentirse querido y aceptado.

Los padres no se dan cuenta de la enorme necesidad de amor que tienen sus hijos por más uraños que aparezcan.  Los chicos sin suficiente autoestima se arrojan a la marea sexual creyendo que hallarán en ella la seguridad que les falta.  El ambiente juvenil se ha deteriorado al grado que es difícil hallar matrimonios exitosos: los muchachos se acostumbran a la experimentación sexual desde la infancia, y después de casarse no logran superar sus hábitos promiscuos.  El sexo sin amor se ha convertido en un vicio que condiciona al cuerpo a dosis cada vez mayores, como ocurre con las drogas.  Muchos jóvenes de hoy afirman que no hay nada en especial en entregar el cuerpo antes o después: la libertad sexual, dicen, es parte de la vida moderna y las personas inteligentes la aceptan.

La revolución sexual desorienta a los jóvenes: han descubierto con tristeza que no hay nada de revolucionario en saltar de cama en cama.  Eso se acostumbraba desde milenios atrás. Hoy son expertos en amores, pero no conocen el amor. Los donjuanes y donjuanitas suelen casarse bajo los efectos del apasionamiento o la idealización, pero no conocen realmente a su pareja.

Aseguran los psicólogos que sólo quienes tratan con respeto al amor y a la atracción que perpetúa la vida logran relaciones constructivas y perdurables. Satisfacen las necesidades emocionales básicas del otro porque tienen más elementos para escoger adecuadamente a su pareja y construir familias duraderas. betrevino@prodigy.net.mx