El eterno romance de Estados Unidos con Arabia Saudita
Para un presidente que inauguró su gestión bloqueando la entrada de cientos de musulmanes a Estados Unidos, es paradójicamente fundamental defender a uno de…
En una época en la que Estados Unidos pareciera liderar de puertas para afuera la campaña anti-islamista y la política de “mano dura” contra regímenes como el de Bashar Al-Assad en Siria, pocos recuerdan que el idilio y la injerencia americana en el Medio Oriente tiene casi un siglo de historia.
Desde que Estados Unidos reconociera a Arabia Saudita como estado en 1931, los profundos nexos económicos entre ambas naciones no han hecho sino crecer, en especial gracias a los acuerdos de explotación petrolera por parte de compañías estadounidenses en suelo saudita.
La fundación de la Arab American Company durante el boom petrolero de 1933 permitió a Estados Unidos acceder al 50% de la producción de crudo en suelo saudita, pero el debut de la Segunda Guerra Mundial congeló las relaciones hasta que el gobierno estadounidense retomó interés en “colonizar” la producción en el extranjero en 1945.
Fue entonces cuando se iniciaron los primeros intercambios entre ambos países, donde Estados Unidos se beneficiaba de la explotación del crudo a cambio de financiar la plataforma de defensa de Arabia Saudita.
A pesar de los conflictos de la Guerra Fría – que conllevaron a discrepancias gubernamentales y a la pérdida de confianza entre el presidente Eisenhower y el príncipe Abdulaziz – el aumento de la presencia soviética en la península árabe sólo estimuló el interés estadounidense en territorio saudita.
La insurgencia del poder de Irak en la región, permitió que los acuerdos armamentísticos entre Estados Unidos y Arabia Saudita se solidificaran, pero el apoyo incondicional del gobierno estadounidense a Israel retó la tolerancia árabe haciendo cada vez más difícil la colaboración.
Sin embargo, el interés de Estados Unidos en la mina de oro negro que representaba Arabia Saudita pudo más que los intereses post-Segunda Guerra Mundial y para el año fiscal de 1975 los dos países firmaron contratos armamentísticos de hasta dos mil millones de dólares.
Esto sentó el precedente para lo que sería la Guerra del Golfo, detonada por la invasión de Irak a Kuwait en agosto de 1990, y que afirmaría la presencia militar y los acuerdos de seguridad entre Estados Unidos y Arabia Saudita.
Algunos especialistas consideran que fue la continua presencia de tropas estadounidenses en Arabia Saudita lo que motivó a los ataques del 11 de septiembre, mientras otros han observado que el germen de la organización terrorista Al-Qaida se sembró durante el apoyo militar de ambos países a grupos anti-comunistas en Afganistán a principios de los años 80.
De una u otra manera, los destinos económicos y militares de Estados Unidos y de Arabia Saudita quedaron firmemente comprometidos a partir de los años 2000, mientras que los negocios de petróleo sostenían un despliegue militar estadounidense nunca antes visto en territorio saudita.
El cambio del panorama político internacional durante los años siguientes derivó en acuerdos políticos entre Arabia Saudita y China, así como el acercamiento entre el Rey Abdullah y el presidente ruso Vladimir Putin entre los años 2005 y 2007, donde la producción de gas natural se le otorgó a Rusia por primera vez.
Durante la Administración Obama, las relaciones comenzaron una nueva etapa más prudente, y la detonación de la Guerra Civil en Siria finalmente puso ambos intereses en bandejas opuestas.
Controversias como el financiamiento de grupos terroristas o la violación constante a los Derechos Humanos en el reinado saudita puso otro obstáculo en su relación con Estados Unidos, pero los acuerdos petroleros y de defensa nunca se vieron afectados.
Con la victoria de Donald Trump en las elecciones presidenciales del 2016, esta relación sufriría un giro inesperado, planteando nuevos acuerdos que incluían a Israel y a la Organización Trump en el medio del asunto.
La campaña presidencial de Donald Trump se vio enredada en acusaciones de complot con agentes extranjeros, en especial rusos, para la manipulación de las elecciones a su favor, mientras bloqueaba la entrada de miles de inmigrantes provenientes de países de mayoría musulmana.
Lo que pocos saben es que su campaña también buscó ayuda de países en el Golfo, planificando reuniones entre los príncipes de Arabia Saudita y Abu Dhabi, el cabildero libanés-estadounidense George Nader, y un especialista israelí en manipulación de redes sociales, Joel Zamel, según publicó el New York Times.
Para sorpresa de muchos, la primera visita presidencial de Donald Trump fue, precisamente, a Arabia Saudita, donde firmó un contrato de venta de armas por 110 mil millones de dólares y por un lapso de diez años, asegurando de esta manera la injerencia saudita en el conflicto en Yemen y, en definitiva, en el futuro de otros países árabes como Siria.
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Tras bambalinas, ambos jugadores tenían acuerdos de otra índole.
Gracias al reciente escándalo del supuesto asesinato del periodista Jamal Khashoggi en Estambul por parte de fuerzas especiales sauditas, la posición de la Administración Trump frente al reinado saudita está particularmente comprometida.
A pesar de la presión del Congreso por una investigación, y de la comunidad internacional por sanciones contra Arabia Saudita, Trump se ha rehusado a reconsiderar el acuerdo armamentístico, y recientes reportajes han determinado que la participación del yerno del presidente, Jared Kushner, en la consolidación de la alianza Estados Unidos-Arabia Saudita es mucho más intrincada.
Según reportó The Guardian, Kushner “tomó la iniciativa” de promover a Mohammed bin Salman (MBS) como el nuevo líder saudita, catalogándole de “visionario” y posteriormente persuadiendo a la Administración de su suegro para que “enganchara la política de Estados Unidos en el Medio Oriente al príncipe estrella en ascenso”.
“Juntos, los dos príncipes de treinta y tantos, MBS y Kushner, se quedaron hasta altas horas de la noche planeando rehacer el mapa del Medio Oriente con pensamientos audaces y montañas de dinero”, continúa el medio.
Esto explica la pomposa y derrochadora bienvenida al presidente Trump en Arabia Saudita durante su visita inaugural, que se vendió como una reunión con fines meramente económicos.
“La venta de armas fue sólo parte de la bonanza que MBS prometió a Trump”, continúa The Guardian. “Cuando el príncipe heredero realizó una gira de tres semanas por Estados Unidos en marzo de este año, se propuso visitar a los titanes de las industrias tecnológicas del país en la costa oeste. El Fondo de Inversión Pública Saudita (PIF), prometió 45 mil millones de dólares al grupo japonés SoftBank para su fondo de capital de riesgo tecnológico previsto en alrededor de 100 mil millones”.
PIF también negoció con Uber, Tesla y las compañías espaciales de Virgin Group.
Desde entonces, el presidente Trump ha decidido atacar al archienemigo de Arabia Saudita, Irán, en todos los frentes posibles, mudó la embajada de Estados Unidos a Jerusalén (Kushner y el presidente Israelí son íntimos amigos), ha apoyado la guerra en Yemen, y ha pasado por alto cualquier acusación contra el reinado por violación a los derechos humanos.
A cambio, los sauditas han invertido “27 millones de dólares en firmas de cabildeo político en Washington durante el 2017, tres veces más de lo que gastaron en el 2016” y destinados en parte a las campañas de senadores y miembros de la Cámara de Representantes que “que fueron instados a hacer la vista gorda a los excesos de Arabia Saudita”.
Pero ahora, un grupo bipartidista de 22 Senadores ha solicitado una investigación sobre el asunto Khashoggi y determinar en 120 días si se le impondrán sanciones a Arabia Saudita y si se debiera reconsiderar el acuerdo de venta de armas.
En pocas palabras, a la Casa Blanca se le ha obligado a castigar a su íntimo amigo, de la misma manera en la que el país ha reclamado las posturas del presidente a la hora de defender a Vladimir Putin, lo que demuestra que países autocráticos y con historial de violaciones a los derechos humanos tienen al presidente comprometido por todas partes.
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