La brigada sanitaria de Cuba que combate el Covid-19 en Europa y Latinoamérica
Es la primera vez que un país “desarrollado” como Italia es socorrido por Cuba, pero no va a ser la última.
Cuando hayamos combatido con éxito la pandemia del coronavirus y tengamos que mirar hacia atrás para asimilar este trauma colectivo, Italia recordará a los médicos cubanos enarbolando las banderas de ambos países al bajar del avión.
Así quedará registrado en la región de Lombardía, donde hay desplegados más de 90 profesionales médicos del llamado “ejército de bata blanca” de Castro. Un sueño revolucionario que lleva desde los años 60 salvando vidas en países en vías de desarrollo, pero que con la proliferación del coronavirus y el desbordamiento del sistema sanitario en el llamado primer mundo, ha aterrizado también en Europa.
Lo ha hecho en Francia, en la zona de ultramar, y en el pequeño Principado de Andorra, y también Cuba ha enviado su potente medicamento antiviral, el Interferón, a la boyante Alemania.
Si bien a los cubanos, pese a su altruismo y su ciencia, les está costando que acepten su ayuda. España, epicentro junto a Italia de contagios en la UE, ha rechazado tanto el medicamento como el llamamiento de 200 médicos cubanos que ruegan que se les deje trabajar en el país azotado por el virus.
Con poco más de 11 millones de habitantes, Cuba tiene cinco veces más médicos que China.
La ayuda de Cuba es algo nuevo y chocante para la vieja y arrogante Europa, pero no para América Latina. En países como Venezuela hay destinados cerca de 30.000 médicos y enfermeros -los llamados “doctores aspirina”-, que reportan a la isla unos 3.000 millones de dólares en divisas.
Pero antes de hablar de negocios, hagámoslo de ayuda humanitaria.
En una isla de apenas 11 millones de habitantes hay cinco veces más médicos que en China -el equivalente a 11,8 doctores por cada 1000 habitantes-. Existen, además, 13 facultades de Medicina de las que se gradúan cada año miles de licenciados. Tantos que apenas pueden ser absorbidos por el propio país.
Desde que se produjo la Revolución Cubana en 1959 -y muy a pesar del éxodo de hasta 3.000 médicos y científicos-, Castro dedicó innumerables esfuerzos a que su país fuera pionero en biotecnología y medicina. Pensaba conquistar el mundo no a través de las armas, sino del humanitarismo. Con un popular mantra: “ciencia y no bombas”.
Desde entonces, las brigadas sanitarias de Castro han salido en ayuda de numerosos países, especialmente latinoamericanos.
Los epidemiólogos cubanos combatieron el ébola en Sierra Leona y también la epidemia del sida en Angola.
En 1960, ni bien iniciada la revolución de Fidel, se enviaron centenares de sanitarios a Chile para asistir en la región de Valdivia, sacudida por un terremoto -de hecho, la ayuda fue coordinada por el mismísimo Salvador Allende, entonces médico-. También están presentes en Nicaragua y en Brasil; es decir, lo estuvieron desde 2013, pero el régimen de Bolsonaro acaba de echar a los médicos cubanos cuando más los necesita.
Además de atendiendo a las víctimas de desastres naturales, como los ocurridos en Haití en 2010 con el huracán George, o errores humanos garrafales -algunos heridos del accidente nuclear de Chernobil fueron tratados en la isla-, los cubanos son especialistas en epidemias.
Los epidemiólogos cubanos se desplazaron a Sierra Leona para combatir el ébola y también estuvieron haciendo frente al azote del sida en Angola.
“La gran mayoría de las misiones cubanas desde los 60 han sido altruístas. No han cobrado ni un centavo”, declara John Kirk, profesor de la Universidad de Dalhouise y especialista en el modelo sanitario cubano.
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No obstante, hay quien pone en entredicho la filantropía médica de Cuba. Ya que, según datos reportados por La Vanguardia, el país ingresa anualmente entre 6.500 y 8.000 millones de dólares en divisas por su labor sanitaria.
De hecho, el Departamento de Estado en Washington hizo un llamamiento a la comunidad internacional el pasado miércoles para no contratar estas brigadas sanitarias, ya que aseguran que el Gobierno cubano se queda con el 75% de las ganancias del médico -aun así, los sanitarios en el extranjero perciben por un mes de trabajo lo que ganan trabajando un año en Cuba-.
Parece sorprendente que pese al embargo durísimo de Estados Unidos y la consecuente falta de tecnología y patentes, la ciencia cubana sea líder en la lucha contra el coronavirus.
Al menos 15 países han solicitado a Cuba el Interferón Alfa-2B, un potente antiviral que ha sido una de las principales herramientas para combatir el virus en China.
La historia de Cuba y los interferones data de la década de los 80, cuando el país empezó a investigar en fármacos para hacer frente al dengue y eso dio lugar a una puntera industria biotecnológica.
El Interferón no es una vacuna contra el Covid-19, pero ayuda a los pacientes críticos a combatir la enfermedad.
Mientras que estos antivirales se han mostrado útiles para hacer frente a enfermedades cancerígenas y a la Hepatitis B y C, una de sus misiones principales, sobre todo a la hora de contrarrestar los efectos del Covid-19, es que activan el sistema inmunitario para que las células sanas “maten” a las infectadas.
El Interferón Alfa-2B no es una vacuna contra el coronavirus, pero ayuda a los pacientes a que no alcancen la fase crítica de la enfermedad y, por tanto, impide que las unidades de cuidados intensivos de los hospitales se colapsen.
La pregunta es necesaria y urgente: ¿Tiene sentido que en una situación de emergencia global gobiernos como el estadounidense o el español sigan rechazando la cooperación cubana y sus potentes antivirales?
Cuando los centros hospitalarios no dan abasto para contener el incesante goteo de muertes, estas brigadas sanitarias, también llamadas de Henry Reeves, podrían ser clave en la lucha contra el Covid-19.
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