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El presidente estadounidense Donald Trump (c) se despide después de pronunciar su discurso, martes 30 de enero de 2018, sobre el Estado de la Unión ante el Congreso, en Washington. EFE
El presidente estadounidense Donald Trump (c) se despide después de pronunciar su discurso, martes 30 de enero de 2018, sobre el Estado de la Unión ante el Congreso, en Washington. EFE

[OP-ED] ¿Quién puede creerle los cuentos a Trump?

Anoche, martes, Donald Trump pronunció su primer discurso del Estado de la Unión, y porque tengo que entregar mi columna al periódico los lunes, no me fue…

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La verdad es que estoy seguro de que no me perdí gran cosa. Después de todo, no importa lo que haya dicho, no se pueden tomar en serio las palabras de alguien que, según el Washington Post, hasta el 10 de enero había dicho 2,000 mentiras. No es por gusto que lo bautizaran popularmente como el “mentiroso en jefe”.

Y no tengo una bola de cristal por lo que no puedo saber cuál es el mensaje que ha elaborado Stephen Miller, el extraño neo-nazi que le escribe los discursos a Trump, para que su jefe lo lea en un teleprompter. Pero me atrevo a predecir con certeza absoluta que sus palabras no pueden haber tenido mucho que ver con la realidad y, consecuentemente, que su discurso rozó la verdad solo de forma marginal.

Como era de esperarse, la Casa Blanca comenzó desde el viernes a tratar de hacer creer que el discurso de Trump no sería de la clase que el país ya espera del embustero, ignorante e inescrupuloso exactor de reality TV.

Tendrá un tono bipartidista, afirmaron con toda seriedad, y el tema del discurso será “construyendo una América segura, fuerte y orgullosa”, cualquier cosa que esto signifique. El discurso, añadieron, se enfocará en economía, seguridad nacional y, no faltaba más, inmigración.

 A pesar del tono optimista de la Casa Blanca, no se puede perder de vista que Trump se dirigió a la nación justo una semana después del cierre del gobierno y con un Congreso envuelto en un tira y afloja sobre los más de $ 20 mil millones que el presidente demanda para el absurdo muro fronterizo, su proyecto favorito. Para lograr su aprobación Trump prácticamente está manteniendo a los Dreamers como rehenes y exigiendo esos fondos como rescate para, supuestamente, resolver la situación de ilegalidad de estos jóvenes a la que su política antiinmigrante los ha condenado. 

Añádase a esto una investigación sobre obstrucción de la justicia y posible colusión con Rusia que a todas luces parece estar a punto de cercar al propio presidente, así como a sus secuaces. En realidad, no parece que el anciano residente de la Casa Blanca tenga mucho de lo que enorgullecerse.

Otra cosa de la que estaba seguro cuando escribí esta columna el lunes, es de que nada de lo que Trump dijera el martes haría que el país le creyera. 

¿Cómo creerle a este individuo que no ha tenido reparo en abandonar a un Puerto Rico devastado por los huracanes, faltarles el respeto a las mujeres, ofender a los nativos americanos, insultar a los afroamericanos, demonizar a los musulmanes, disminuir el prestigio internacional de EE. UU. y mentir cruelmente sobre los mexicanos y otros inmigrantes?

¿Quién puede creerle a un racista de tal naturaleza que recientemente preguntaba: “¿Por qué tienen que venir aquí toda esta gente de países de mierda?”, refiriéndose a África, Haití y El Salvador. Según informó el New York Times, en junio también había mostrado su ofensiva ignorancia al decir que la gente de Haití “todos tienen SIDA” y que los inmigrantes de Nigeria nunca “volverían a sus chozas” después de llegar a este país.

¿Quién puede confiar en un presidente que prometió concentrar la aplicación de las leyes de inmigración en delincuentes, pero en su lugar les ha ordenado a los perros de presa de ICE perseguir a inmigrantes decentes y trabajadores, dividiendo familias y transformando la nación en un estado policial despiadado?

Pueden estar seguros de que yo no. Y ustedes tampoco deberían dejarse engañar por los cínicos cuentos de Trump.