La Revolución Femenina en Europa: un nuevo liderazgo
Desde las Malvinas hasta el Brexit, las mujeres han estado detrás de grandes episodios políticos en Europa. Hoy en día la revolución va más allá.
Cuando hablamos de mujeres en la política europea, nuestra mente automáticamente se va hacia Margaret Thatcher, y vuelve lentamente a Angela Merkel como si, entre una y otra, la historia no nos hubiese dado espacio para más.
Sin embargo, y gracias al impulso del Movimiento #MeToo y la revolución femenina occidental de los últimos años, ser mujer en un puesto de poder ya no implica querer igualar a la figura masculina —con traje, pantalón y cabello corto— sino más bien ofrece una plataforma para un cambio rotundo en la manera de percibir el liderazgo.
Poco se sabe del hecho de que San Marino sea el país con mayores mujeres como jefe de estado (16, hasta el momento) o que la Unión Soviética contó con 14 mujeres en puestos gubernamentales en la época.
La realidad en primera plana suele ser la de los debates de poder entre figuras masculinas radicalmente antagónicas —Trump/Jong Un, por ejemplo—o el fracaso de Theresa May para hacer del Brexit una realidad inmediata.
Según el informe del Foro Económico Mundial de 2018, las brechas más profundas entre hombres y mujeres se encuentran precisamente en “el ámbito del empoderamiento político y económico”. Aunado a ello, el reconocimiento internacional también brilla por su ausencia.
Pocas personas conocen a Dalia Grybauskaité (presidenta de Lituania), Simonetta Sommaruga (miembro del Concejo Federal Suizo), Erna Solberg (Primera Ministro de Noruega), Marie-Louise Coleiro Preca (presidenta de Malta) o Kolinda Grabar-Kitarović (aquella presidenta que cautivó a las cámaras bajo la lluvia en la final de la Copa del Mundo). Islandia, Rumanía y Georgia, también cuentan con mujeres al mando del país.
El cambio se ha visto sujeto a un despertar colectivo y a un interés revitalizado en cuanto a los asuntos femeninos y al impacto que esto tiene sobre la mayoría en la población.
Ejemplo de ello ha sido el caso de la carrera política francesa donde, según explica Público, se ha instalado un sistema conocido como “cremallera”, donde desde el 2013 “la ley establece que los candidatos masculinos y femeninos deben aparecer alternativamente en las listas de los partidos con el fin de que las mujeres no sean relegadas al final de las listas”.
Según amplía el medio, de un 13 por ciento en el 2008, las representantes femeninas aumentaron a un 50 por ciento en el 2018. De esta manera, y según la Organización de Cooperación y Desarrollo Económicos (OCDE), Francia encabeza la lista de países con mayor proporción de mujeres en ministerios gubernamentales (incluyendo puestos como primera ministra o jefa de estado).
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Por detrás se encuentran Suecia, Eslovenia, Dinamarca, Finlandia y España, mientras Hungría y Turquía quedan preocupantemente rezagados (con un 96.2 por ciento de altos miembros políticos exclusivamente hombres).
Pero la contemporaneidad no da tiempo para viejos esquemas, y las nuevas generaciones han demostrado no estar dispuestas a quedarse de brazos cruzados. Fenómenos como el de la activista Greta Ernman Thunberg, han revolucionado la forma en la que se hace política en el mundo actual.
Con tan solo 16 años, Thunberg ha tomado las riendas del movimiento medioambiental en Suecia y ha inspirado el surgimiento de movimientos satélite en todo el continente e incluso más allá.
En agosto del 2018 la joven activista organizó la primera huelga escolar por el cambio climático a las afueras del Parlamento sueco. Tres meses después fue ponente en la TEDxStockholm y a finales de año se dirigió a los asistentes de la Conferencia por el Cambio Climático de las Naciones Unidas.
Para el 2019, Thunberg se encontraba hablando cara a cara con las personas más poderosas del mundo en el Foro Económico de Davos, haciendo eco de su potente campaña contra las emisiones de carbono.
Y es que la revolución femenina del siglo XXI pareciera tener las más profundas y sólidas raíces.
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