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El presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, conversa con el presidente de Rusia, Vladimir Putin, mientras asisten a la Reunión de Líderes Económicos de APEC, parte de la cumbre de líderes de Cooperación Económica Asia-Pacífico (APEC) en la ciudad vietnamita central de Danang el 11 de noviembre de 2017. Mikhail Klimentyev— AFP / Getty Images
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La colusión entre la campaña presidencial de Donald Trump y el gobierno de Moscú se ha vuelto tan transparente que un simple 2 + 2 lo resuelve.

Desde su inauguración, Donald Trump no sólo se ha opuesto a sanciones previas contra Rusia, sino que se ha puesto del lado de Vladimir Putin y en contra de las agencias de inteligencia estadounidenses, ha mentido continuadas veces sobre sus presuntos negocios personales en Moscú y sus asistentes de campaña compartieron información sensible con inteligencia rusa durante el 2016.

Aunque el veredicto final queda en manos de la investigación de Robert Mueller, un nuevo reportaje del Washington Post suma otra evidencia del miedo que tiene el presidente Trump a que se sepa la naturaleza de su relación con Putin.

Según un artículo publicado el pasado domingo, Trump “tomó posesión de las notas de su propio intérprete” en más de una ocasión después de reunirse con su homólogo ruso, e incluso “instruyó a su lingüista no discutir lo ocurrido durante la reunión con otros funcionarios del gobierno”.

La información fue compartida por funcionarios actuales y pasados del gobierno de Estados Unidos, y supone simultáneamente un esfuerzo del presidente por evitar la divulgación de información fundamental para el país y la obstrucción de una investigación en curso.

Lo más alarmante del caso es que, según continuaron los funcionarios, “no existe un registro detallado, ni siquiera en archivos clasificados, de las interacciones de Trump cara-a-cara con el líder Ruso” después de sus cinco encuentros durante los últimos dos años.

Esto podría implicar que Putin posee un control más arraigado sobre el presidente Trump de lo que se creía con anterioridad.

Un reportaje simultáneo del New York Times agregó que el FBI habría iniciado una investigación criminal conjunta de contrainteligencia sobre “si el presidente estaría trabajando con Rusia contra los intereses Estadounidenses a la hora de despedir al director del FBI James Comey en el 2017”.

De esta manera, todas las señales apuntan a que el presidente Trump es un sospechoso de colusión, obstrucción de la justicia y traición, todo al mismo tiempo.

Según el Times, “los investigadores de contrainteligencia están considerando si las propias acciones del presidente constituyen una posible amenaza para la seguridad nacional”, insinuando que “estaría trabajando a sabiendas para Rusia” y decididos a averiguar si el presidente estadounidense “ha caído inconscientemente bajo la influencia de Moscú”.

Sea consciente o inconscientemente, la debilidad del mandatario estadounidense a la hora de enfrentar a su contraparte rusa es cada vez más evidente, y pone por delante las presunciones de medios y expertos sobre el peligro que podría significar que Trump siga en la Casa Blanca.

Investigaciones más profundas del Post han llegado a plantear incluso la posibilidad de que las reuniones privadas del presidente estadounidense y Putin pudieran haberse gestado para discutir estrategias en conjunto a la hora de responder a situaciones como la reunión entre miembros de su campaña y una abogada rusa en la Torre Trump.

A medida que la investigación de Mueller ha ido avanzando, los miembros más cercanos a la campaña han ido cayendo uno a uno, y las maniobras del presidente y de su dificultosa elocuencia tan sólo han reforzado la necesidad de que se llegue a una conclusión lo antes posible.