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CARACAS, VENEZUELA - 30 DE ENERO: Un hombre pasa junto a un mural que representa al fallecido presidente de Venezuela, Hugo Chávez, al héroe de la independencia latinoamericana Simón Bolívar y al presidente de Venezuela Nicolás Maduro el 30 de enero de 2019 en Caracas, Venezuela. (Foto por Marco Bello/Getty Images)
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Una de las claves del masivo éxito de Hugo Chávez Frías en Venezuela fue siempre la ineptitud de sus opositores a la hora de ofrecer al pueblo una salida de la tiranía.

Históricamente, y como gran parte de América Latina, Venezuela es un país de caudillos, de hombres-padres de un pueblo que no sabe marchar sin un mesías por delante.

Desde José Antonio Páez, pasando por Marcos Pérez Jiménez, hasta Hugo Chávez, el inconsciente colectivo venezolano se inclina siempre más hacia la “mano dura” y el populismo que hacia el sentido común.

De nada parecen haber servido el Decreto de Instrucción Pública de Antonio Guzmán Blanco, la Constitución de López Contreras o el “fifty-fifty” de Isaías Medina Angarita, pues lo que realmente impulsa la política venezolana ha sido siempre el carácter y no la sustancia.

Tras el fallecimiento de Chávez, el desastre económico que se cocinaba a fuego lento desde el año 2000 explotó en las manos de su sucesor, llevándose consigo la poca calidad de vida que todavía quedaba en el país después del saqueo chavista.

El caos en el que está sumido Venezuela podría ser el escenario definitivo para finalmente lograr un cambio de régimen y pasar la página de este terrible capítulo ----- pero no sucede.

¿Por qué?

Porque no existe oposición.

Y no estamos hablando sólo de oposición a la dictadura chavista; no. Estamos hablando de oposición como fenómeno político en la historia.

La breve trayectoria republicana de Venezuela (digamos, desde 1830) no posee el término “oposición” en su diccionario. La débil democracia que se instauró a partir de 1959, con la caída del régimen de Pérez Jiménez, ha estado siempre caracterizada por pactos, negociaciones y “chiriperos”, iletrada siempre en asuntos de oposición política.

De hecho, el primer conato de verdadero antagonismo político surgió con el mismísimo Chávez y su golpe de estado de 1992 que se transformó en su épica entrada al escenario.

La violencia del primer acto de Chávez conglomeraba así el sentimiento del pueblo durante las décadas de bipartidismo AD-COPEI, un pueblo que nunca vio sus “necesidades y carencias” reconocidas, como bien dijo el ilustre Arturo Uslar Pietri tantas veces.

Una vez en el poder, Chávez se encargó de monopolizar la voz, de imponer un perenne “bozal de arepa” y de neutralizar magistralmente cualquier intento de oposición a través de su Asamblea Nacional Constituyente de 1999.

Personajes como Francisco Arias Cárdenas y Pedro Carmona Estanga demostraron la ineptitud de los políticos venezolanos para hacer frente a las estrategias chavistas, permitiendo que el régimen se adueñara de todas las esferas del debate.

Ni siquiera el paro petrolero del 2002 pudo hacer temblar la mano del nuevo y altamente popular mandatario.

Muchos intentaron seguir el modelo populista (recuérdese al aún vigente Julio Borges, a Teodoro Petkoff o incluso a Manuel Rosales), sin lograr ponerse de acuerdo tras bastidores para crear un frente unido contra el chavismo.

El surgimiento de la llamada Mesa de la Unidad Democrática como consecuencia del único fracaso político de Chávez en las elecciones por el referéndum constitucional del 2009, ha resultado ser, por su parte, un fracaso en sí mismo.

Hoy en día, y tras casi diez años de persecuciones políticas, censura mediática y destrucción absoluta del país, muchos nombres han pasado, y la oposición sigue sin existir.

Aún con el apoyo absoluto del pueblo a favor de un cambio y de la destitución de Nicolás Maduro, la gesta del presidente interino Juan Guaidó pareciera estancada en la eterna paradoja de un país que no sabe funcionar sin un cacique al mando.