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El presidente de los EEUU, Donald Trump (i), y su homólogo chino, Xi Jinping (d), asisten a un evento empresarial celebrado en el Gran Palacio del Pueblo en Pekín (China) el 9 de noviembre de 2017. EFE/ Xinhua
El presidente de los EEUU, Donald Trump (i), y su homólogo chino, Xi Jinping (d), asisten a un evento empresarial celebrado en el Gran Palacio del Pueblo en Pekín (China) el 9 de noviembre de 2017. EFE/ Xinhua

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Nadie dijo que ser presidente sería fácil; mucho menos que una vez en la Casa Blanca, Donald Trump tendría que morderse la lengua y sonreír ante las cámaras por el bien del país y de su bolsillo.

Como parte de su retórica para ganar votos, Trump enfocó su ira en China y en su líder, Xi Jinping, con quien ahora aparece en imágenes sonriente, compartiendo en familia, como si se conocieran desde hace años.

“Las políticas chinas dañan la economía estadounidense”, decía el entonces candidato. “Voy a librar una batalla diplomática para evitar la expansión de China”.

Así lo recuerda el diario El Clarín, cuando rememora que “el magnate inmobiliario convenció a sus votantes de que la debilidad de los anteriores presidentes estadounidenses frente a sus pares chinos explicaba buena parte del declive de Washington”.

La excusa eran que Beijing era “el manipulador de divisas más grande del mundo” e incluso alardeó con promesas de subir aranceles a los bienes de China o apoyar la causa de Taiwán para minar la solidez del gigante asiático.

Pero los chinos sabían más de política entonces  pues aseguraron a través de sus medios que “el millonario demuestra ser tan ignorante como un niño en asuntos de política exterior”.

Y los disparates siempre estuvieron ahí: “el concepto del calentamiento global fue inventado por los chinos para hacer que los productos estadounidenses no fueran competitivos”, escribió Trump en Twitter en el 2012, cuando todavía era una figura de televisión a la que pocos prestaban atención, y su victoria en las primarias tan sólo acentuó su discurso.

La labor política y los verdaderos intereses desarmaron ese discurso en un dos por tres.

Después de su primera reunión como homólogos en abril de este año, Trump pareció retroceder sobre sus pasos y aseguró al Wall Street Journal que “(China) no es un manipulador cambiario”. Ante las críticas el mandatario aseguró no haber cambiado su postura, pero insistió en que China debía ayudar en conversaciones con Corea del Norte.

Este jueves, y durante su visita oficial a Beijing, ambos presidentes sostuvieron conversaciones durante dos horas, y Trump declaró que “no culpa a China por aprovechar las diferencias entre la forma en que los dos países hacen negocios”, según reportó CNN.

“Después de todo, ¿quién puede culpar a un país de aprovecharse de otro país en beneficio de sus ciudadanos?”, dijo el presidente estadounidense.

Su dedo acusador se desvió hacia los gobiernos que le antecedieron, y las cámaras mostraron a dos gobernantes amigos y sonrientes.

Tanto así, que aseguró regresar a Estados Unidos con “250.000 millones en acuerdos entre compañías estadounidenses y China”, algo que no detalló y que varias fuentes aseguran que estuvo dialogándose desde antes de que Trump fuera elegido, según continúa el reporte.

De una u otra manera, China sigue aprovechando las debilidades norteamericanas – en términos de políticas medioambientales, el avance tecnológico y propiedad intelectual – y el presidente Trump ha debido entender que, ante un país con una historia que se remonta a 2200 años antes de Cristo, la palabrería no funciona, y es mejor que sonría y salude.