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Cristina Martínez, chef y propietaria de El Compadre, en South Philly. Foto: Samantha Laub / AL DÍA News
Cristina Martínez, chef y propietaria de El Compadre, en South Philly. Foto: Samantha Laub / AL DÍA News

“Ser inmigrante significa ser portadora de nuestra cultura”

Antes del 24 de agosto de 2016, Cristina Martínez era una trabajadora anónima entre los más de once millones de inmigrantes indocumentados que viven en el país…

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Antes del 24 de agosto de 2016, Cristina Martínez era una trabajadora anónima entre los más de once millones de inmigrantes indocumentados que viven en el país. Pero hacía rato que su nombre se había convertido en eco en las calles del sur de Filadelfia, donde el voz a voz la graduó como la mejor barbacoyera de la ciudad.

Desde de que su restaurante South Philly Barbacoa apareció ese año en el sexto lugar del Top 10 de los mejores restaurantes nuevos de Estados Unidos, de la revista Bon Appétit, una fila cada vez más larga de comensales se forma en su puerta como si se tratara de una romería.

La fama, sin embargo, no le desvela demasiado. Pese a la notoriedad que adquirió con la publicación –gracias a que hace una comida que pone a chuparse los dedos hasta al más sofisticado de sus clientes–, Cristina conserva los pies en la tierra. Seguir siendo ella y volver a ver a sus hijos son los dos objetivos principales que le quedan después del éxito.

Paradójicamente, la historia detrás de la chef y activista consumada no se conoció sino hasta hace poco.  

En el podcast “Mejor vete, Cristina” –ganador del Premio Ortega Y Gasset, el más importante en el periodismo de lengua castellana– la periodista de Univisión Inger Díaz Barriga reconstruyó en siete capítulos la vida de la chef mexicana. El reportaje hace un recorrido por temas como la tradición, el machismo,  la inmigración, el abuso sexual y la explotación laboral, entre otros, que dan cuenta del calvario andado por Cristina antes de llegar a ser la persona latina de Filadelfia más relevante a nivel nacional.

Cristina vive en Filadelfia desde 2009, pero ya había pasado un año aquí luego de haber cruzado por primera vez la frontera en 2006 escapando de Capulhuac, su pueblo natal, donde creció en una familia de barbacoyeros de cincuenta años de historia; en el que se casó a los 17 años para huir del acoso sexual del que era víctima en su propio hogar; y donde sobrevivió a un matrimonio de 20 años de maltratos, explotación y torturas que lo único lindo que le quedó fueron sus cuatro hijos.

Sin una pizca de inglés pero con un talento innato para la cocina, Cristina hizo escuela en Amis, el restaurante italiano de Lombard y calle 13. Ahí fue preparadora de ingredientes y chef de postres. Al año y medio se casó con Benjamín Miller, un compañero de trabajo que –sin una pizca de español– se convirtió en su mano derecha.

El resto es historia conocida: Cristina perdió su trabajo por su estatus migratorio, se puso a vender quesadillas deambulando por el Italian Market, empezó a vender barbacoa en la sala de su apartamento y se regó la bola.

En siete años, la chef se ha reinventado varias veces: dejó a sus hijos para salvar el pellejo, cruzó dos veces el desierto, consiguió trabajo en una de las industrias que más riqueza le genera a Filadelfia a costa de sus trabajadores indocumentados, se casó con un gringo, perdió su empleo, limpió cocinas de noche, madrugó a vender comida en la calle, fundó un movimiento nacional, perdió a Isaías –el único hijo que logró traer a Filadelfia–, cerró el restaurante que la lanzó al estrellato y ahora está al frente de El Compadre, el local que dejó su hijo. Ella es una de los doce finalistas de I Am An American Immigrant.

¿Qué significa para usted ser una inmigrante americana?

Pienso que el nombre no importa porque finalmente la sociedad te pone los nombres que quiere y, bueno o malo, te acostumbras. Para mí, ser inmigrante significa ser portadora de nuestra cultura, en mi caso gastronómica; es tener dignidad, dar lo mejor, luchar por el cambio. Tal vez no vamos a cambiar nada, pero sí vamos a sembrar la semilla.

Ser inmigrante es tener dignidad, mirar al frente y seguir adelante.

¿Cuándo fue la primera vez que se sintió como en casa aquí?

Me sentí en casa cuando tuve la oportunidad de abrir mi restaurante South Philly Barbacoa, porque trabajé muy fuerte y muy duro para adaptarme al sistema; aprendí que las cosas no son fáciles y que todo se logra cuando uno quiere salir y brillar.

¿Cuáles son los aportes de los inmigrantes en Filadelfia?

En la industria restaurantera, pagamos nuestros taxes, contribuimos con todo lo que compramos en este país, también traemos gente de otras ciudades para dar a conocer nuestra comida, para que vengan a visitarnos, para que disfruten lo que hay en Filadelfia.

Anteriormente, Filadelfia estaba muerta. Actualmente, la comida ha tenido un efecto muy grande. Tenemos gente visitándonos de otros lugares, de otros países porque hay variedad de restaurantes de todo el mundo, y en cada cocina de cada restaurante, está ahí la presencia de un inmigrante.

¿Qué le diría a Donald Trump si lo tuviera en frente?

Le diría que mucha gente no cree en él, pero siempre hay un ser humano adentro y la guerra que él tiene debería ser con él mismo para poder vivir en paz y tranquilo.

Yo sé que de una agua podrida, puede salir una flor. Y que tal vez en el más allá, él puede cambiar esa guerra que tiene para ser una hermosa flor.