Mama Tatda, la iglesia panameña a la que la virgen “liberó” de “los colonos” en los años sesenta
Los indígenas Ngäbe-Bugle celebran el aniversario de una curiosa religión sincrética en el marco de una violenta espiral de asesinatos sectarios producidos en…
En la espesa vegetación de la jungla, los cánticos trepan por los árboles. Se oye primero un “¡Cantale!” (‘aleluya’) y luego un centenar de hombres y mujeres ataviados con trajes coloridos da una palmada y un paso hacia cada lado.
Son los indígenas Ngäbe-Buglé, que residen en el oeste de Panamá y celebran que hace 58 años fueron “liberados” por Mama (la Virgen María) Tatda (papá, Jesucristo) del sometimiento de los colonos para conducirles “por el camino de la fe”.
Un curioso sincretismo religioso de los cultos católicos y los amerindios que practican casi la mitad de los cerca de 250.000 habitantes de la comarca de Ngäbe-Buglé y que hoy día es una religión oficial, contemplada en su carta orgánica desde 1999.
Así se lo aseguran a EFE las autoridades autóctonas, que guían las celebraciones de una ceremonia donde los fieles se hincan de rodillas en la tierra húmeda -es temporada de lluvias- y dibujan figuras geométricas con sus caras pintadas y sus loas a la naturaleza al tiempo que predican en su lengua ngäbere “la palabra de Jesús”.
Algo que lleva ocurriendo desde 1962, cuando Mama Tatda se le apareció, según cuentan, a una mujer indígena, Delia Bejarano de Atencio, para revelarle el camino recto.
El nombre indígena de Delia era Besikö Kruningrobu y al morir a los 23 años, en 1964, su hija Emilce, de apenas 2 años, se convirtió en su heredera.
Hoy Emilce encabeza esta iglesia en las profundidades de la comarca que cuenta, además, con poderosas líderes como Clementina Pérez -la igualdad entre hombres y mujeres es un pilar de su cultural.
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El Ngäbe-Buglé era un “pueblo humilde y masacrado hasta que Mama Tatda bajó y dijo que nos iba a liberar y pidió cumplir su mandato para que el mundo continúe”, explicó a Efe Pérez resguardada tras su mascarilla.
La mujer es una conocida activista que lucha contra la violencia policial y por la preservación de la naturaleza y la vida de la congregación. Desde aquel no tan lejano 2015 en que salió a la calle para enfrentarse a la construcción de una hidroeléctrica y hoy día allí sigue, acampada junto a los suyos a orillas del río Tabasará, donde existe un petroglifo que la comunidad considera sagrado y que fue “inundado” por la presa.
El pasado 22 de septiembre, durante las celebraciones de la “bajada” de Mama Tatda, toda la comunidad de Los Ángeles, en la frontera con Costa Rica, se convirtió en un rumor de cantos y de curiosas señales de la cruz realizadas sobre la cintura, los hombros y la cabeza.
En tanto, los seguidores de Mama Tatda, que prohíbe entre otras prácticas el consumo de alcohol y la poligamia, intentaban desvincularse del sombrío recuerdo de las matanzas sectarias vividas en la zona y que han provocado la muerte de al menos ocho personas, casi todas mujeres y niños.
Como los cinco menores retenidos por un supuesto “mesías” que abusó de ellos o los feroces exorcismos realizados por una de las sectas de la comarca donde los miembros de ‘La nueva luz de Dios’ siguen siendo investigados por al Fiscalía panameña por el asesinato de una mujer embarazada, sus cinco hijos y una adolescente el pasado enero y cuyos cadáveres encontraron en una fosa.
Ahora al miedo a estos otros cultos sectarios con los que comparten territorio se les suma la pandemia de COVID-19, que tiene en Ngäbe-Buglé uno de los focos más devastados del país.
Los hijos de Mama Tatda miran al cielo, se postran en el suelo y piden a esta divinidad híbrida que les proteja como lleva haciendo ya casi seis décadas.
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