Viajeras intrépidas: Ynés Mexia, una botánica en el corazón de América
Cada vez que una mujer se aventura a un viaje en solitario, se le advierte aún hoy que corre peligro. Eso sólo nos da más razones para cruzar el mundo.
A sus más de 50 años, con varios matrimonios a sus espaldas y una crisis nerviosa tras la cual decidió ingresar en la universidad, una mujer mexicoamericana a quien las plantas siempre le dieron consuelo se convirtió en una de las mayores descubridoras de especies raras de principios de siglo XX. Quien conoció a Ynés Mexia la vio cabalgar atravesando América Latina, conviviendo con los pueblos indígenas y haciendo frente a numerosas caídas, bayas venenosas y a la furia de volcanes.
Su fascinación por las plantas era similar a la que sentía John Laroche por la orquídea fantasma - el maravilloso Buscapleitos de El ladrón de Orquídeas, de Susan Orlean-, pero Mexia se dedicó a clasificar y ordenar la naturaleza, llegando a recolectar cerca de 150.000 especímenes y describir cinco centenares de nuevas especies, 50 ellas jamás se habían visto antes. Como la Mexianthus, un nuevo género de la familia Compositae que fue bautizada en honor a su trabajo.
Esta es la historia de una mujer que en lugar de deshojar margaritas, quiso ir a buscarlas.
Nacida en 1870 en Washington, la infancia de Ynés Mexia fue como la de todo hijo de diplomático, un eterno mudarse de sitio. Hasta que sus padres se divorciaron cuando ella tenía nueve años, y si bien al principio se quedó con su madre en Filadelfia, al tiempo su padre enfermó e Ynez fue a México para cuidarlo hasta su muerte. Se casó, enviudó, volvió a casarse y el matrimonio falló. Al final se instaló en San Francisco como trabajadora social cuando ya rozaba casi los cuarenta, pero fruto de un colapso mental necesitó enraizarse fuerte a la tierra y se unió al Sierra Club, fascinada por las plantas y la naturaleza.
En 1921, Ynés Mexia, a sus 51 años, se matriculó en la Universidad de California para convertirse en botánica. Pero jamás llegó a graduarse, tampoco lo necesitó.
Sus primeras expediciones las hizo en grupo, pero al lesionarse tras una caída durante una exploración botánica a Sinaloa, México, promovida por la Universidad de Stanford, decidió seguir sus aventuras en solitario.
Empezaba así la leyenda de una mujer que pasó 13 años viajando desde Alaska a Tierra de Fuego, cruzando América en busca de plantas que algunos creían legendarias, como la palma de cera. Haciendo frente a numerosos obstáculos -no únicamente la bella y feroz naturaleza, sino el racismo y el machismo imperante en la época.
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"Un conocido coleccionista y explorador declaró muy positivamente que 'era imposible que una mujer viajara sola por América Latina'", escribió en un artículo inédito. "Decidí que si quería conocer mejor el continente sudamericano, la mejor manera de hacerlo era atravesarlo", explicó más tarde en el boletín del Sierra Club. "Bueno, ¿por qué no?".
También la profesora de Historia de la Biología en la Universidad de Florida, Vassiliki Betty Smocovitis, da cuentas de los estigmas que como enormes fallas en el terreno Ynés Mexia saltó sin problemas:
"Se disuadió activamente a las mujeres de realizar ese tipo de trabajo, porque se consideraba poco femenino y peligroso. En realidad tienes que acampar, no podías lavarte el pelo, vivías una vida dura, y eso podía ser peligroso... Pero Mexia estaba haciendo exactamente el trabajo que quería hacer".
Hacia el final de su vida Ynés Mexia ya era toda una celebridad invitada a participar en numerosas conferencias sobre sus viajes, que también relataba en revistas y diarios de la Sociedad Botánica de California, a la que pertenecía. Aunque falleció poco después de regresar de una expedición a México en la que enfermó -le habían diagnosticado un cáncer de pulmón-, parte del enorme archivo de especímenes que nos legó pueden verse en el Herbario Gray de la Universidad de Harvard y en el Museo Field de Historia Natural de Chicago.
Como escribió en su día el secretario del Sierra Club en un memorial del boletín, Mexia tenía “ese raro coraje que le permitió viajar, gran parte del tiempo sola, en tierras donde pocos se atreverían a seguir”.
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