Juegos de poder: el fútbol más allá del deporte
Dos Mundiales que no debieron ser, uno que pudo ser y ¿uno que no debería ser? Cuando el fútbol se tiñe de política.
Siendo fanático del fútbol, es triste reconocer que alrededor de la pelota no faltan los actos y sospechas de corrupción. Las Copas del Mundo no están exentas de las controversias, desde sobornos para asignar una sede sobre otras, el desvío de altos capitales para la organización del evento, o peor aún, violaciones de derechos humanos.
Argentina 1978 fue el “Mundial de la Paz”, como lo llamó el dictador Jorge Videla en compañía del dirigente brasileño Joâo Havelange, quien asistía a su primera Copa del Mundo como presidente de la Fifa, fue para muchos la oportunidad de que un gobierno, acusado de asesinatos, torturas y desapariciones, lavara su imagen internacionalmente.
Además del horror que se vivía en las calles, disfrazado con la pasión local por este juego, la parte futbolística también se vio manchada luego de que la selección peruana fuera visitada en su camerino por Videla durante el intermedio del juego con el equipo local, un partido que finalizó con una escandalosa goleada que le permitió a los argentinos avanzar por mejor diferencia de gol.
Otro Mundial que no debió ser fue Rusia 2018. Al igual que el próximo Mundial de Qatar, la edición de Rusia ha estado en la mira de las autoridades y la prensa por los presuntos sobornos hechos para asegurar su condición de sede. Y es que aunque han pasado casi cuatro años, la justicia no cesa en su intento por demostrar que la elección estuvo viciada.
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De acuerdo con una investigación que salió a la luz en el 2020, Rusia habría pagado sobornos a personalidades como los fallecidos Julio Grondona, de Argentina, y Nicolás Leoz, de Paraguay, así como a Jack Warner, expresidente de la Concacaf, quien habría recibido US$ 5 millones.
México 1986 fue el famoso Mundial de la “mano de Dios”, ese que vio a Diego Armando Maradona consagrarse como el mejor futbolista del mundo, lo cierto es que pudo haber sido diferente si se hubiera jugado en el país asignado originalmente.
A las sospechas de corrupción y sobornos para obtener la sede, en los últimos días se han intensificado los llamados de organizaciones a favor de los derechos humanos y movimientos LGTBI que señalan al gobierno del país árabe de llevar a cabo prácticas que van en contra de los mensajes de unión y libertad que supuestamente debe transmitir el deporte.
Por un lado, el reconocimiento de solo tres víctimas mortales en la construcción de los estadios por parte de las autoridades oficiales, cuando se han denunciado repetidamente las pésimas condiciones laborales de los obreros y, por el otro, el anuncio del gobierno de Qatar de que esperan que no hayan muestras de afecto entre personas del mismo sexo por respeto a la cultura local, lo que fue inmediatamente interpretado como una restricción a las libertades civiles.
Seguramente, y a menos de un año, la Fifa seguirá adelante con la organización del primer Mundial en suelo árabe, sin importar las sospechas o las críticas alrededor del evento. La cantidad de dinero que se mueve es lo suficientemente grande, no para tapar los actos de corrupción ni para impedir violaciones de los derechos humanos, pero sí para que autoridades y marcas comerciales miren para otro lado y dejen la pelota correr.
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