Guatemala: Resistir en comunidad para evitar contagios “comunitarios”
La amenaza de COVID ha recluído al mundo en sus casas, pero algunos pueblos indígenas han encontrado la forma de hacer frente unidos a más de un enemigo.
Los indígenas kaqchikeles han hecho de la incertidumbre parte de sus vidas. Sus poblados se ubican en la falda del volcán de Fuego, a unos 45 kilómetros del lugar donde se produjo hace dos años una terrible tragedia cuando el volcán entró en erupción y calcinó todo a su paso: viviendas, ganado, cosechas, vidas.
Ahora estas comunidades, que se encuentran en el municipio de San Pedro Yepocapa, en Chimaltenango, a más de 80 kilómetros de la capital del país, deben hacer frente a una doble amenaza: la furia insospechada de la naturaleza y una pandemia que está asolando Guatemala, con más de 34.000 casos reportados y alrededor de 1.400 fallecidos.
Sin embargo, los kaqchikeles siguen adelante. Celebran pequeñas bodas y se besan con sus mascarillas, no se amedrantan por otro golpe del destino más. Hacen algo mejor que eso, trabajar en comunidad pese a que los estragos económicos y sociales son muchos.
La agricultura colectiva es la clave de todo. Gracias a un sistema de riego por goteo y macrotúneles que protegen las hortalizas de la constante lluvia de cenizas, los vecinos pueden alimentarse evitando tener que viajar a otros lugares, salir menos al mercado y mantenerse sorprendentemente sin contagios.
A excepción de Patzún, uno de los municipios del departamento de Chimaltenango, que padeció el primer caso de COVID en el país, pero consiguieron cercarlo -Patzún suma el 1,48% de los contagios en Guatemala.
"Da miedo vivir con el volcán aquí; nos va a enterrar", le dice Irma Chonay (35) a EFE, mientras camina con otras mujeres para recoger estiércol con el que abonará los túneles agrícolas en el poblado Ojo de agua, una de las comunidades de subsistencia que plantan cara a la actividad volcánica y a la amenaza vírica.
Otra mujer de Betania, Vilma Quebac (38), recuerda aquel no tan lejano 3 de junio de 2018 en que el Fuego entró en erupción y “tronó fortísimo” y “se hizo una gran nube”. Ahora las explosiones y retumbos de la tierra son diarios. Los túneles agrícolas se han convertido en la solución para proteger las cosechas que con la caída continua de ceniza se echarían a perder.
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No es que poblados como Ojo de agua, Betania y Las Cruces vivan de manera separada, como si fueran una nación aparte. Reciben la ayuda de la FAO y del Ministerio de Agricultura, lo que les ha permitido varian la cosecha alrededor de los macrotúneles de cedazo y mantener un clima idóneo, pese a lo explosivo del suelo.
El tomate, el jalapeño y el pimiento son algunos de los productos que cultivan los vecinos aprovechándose del invento, además de la remolacha, el brócoli o la lechuga.
"Con este proyecto nos ha cambiado bastante la vida, porque ya con esto ayudamos a los esposos para que con algo que ellos ganan y con lo que sacamos aquí podamos invertir en otra cosa. Hemos aprendido mucho. Antes no sembrábamos nada, ahora podemos hacerlo; sabemos cómo preparar la tierra", cuenta Irma Chonay, feliz porque estos túneles ya dieron su segunda cosecha.
Gracias a lo bien que funciona todo, personas como Rafael Umul, de Las Cruces, admite que es el momento de que la razón se imponga y tengan más cuidado a la hora de salir a cultivar, para evitar riesgos.
"Nos dividimos los grupos por túnel y vienen dos personas máximo a revisar y laborar; también estamos impulsando la agricultura familiar para que cada quien coseche en sus propios terrenitos y jardines y eviten salir de casa", concluye.
De nuevo, la tierra tiembla. El volcán ruge. La pandemia, a unos kilómetros de sus hogares, sigue su curso.
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