LIVE STREAMING
Photo: Esteban Biba / EFE
Photo: Esteban Biba / EFE

Guatemala: Resistir en comunidad para evitar contagios “comunitarios”

La amenaza de COVID ha recluído al mundo en sus casas, pero algunos pueblos indígenas han encontrado la forma de hacer frente unidos a más de un enemigo.

MÁS EN ESTA SECCIÓN

Thanksgiving: ¿cómo estuvo?

"Black Friday antiinflación"

Dinosaurio con Huesos Verdes

Origen Carnaval de Pasto

Cultura hispana en el cine

Carnaval 2025

La luna fue volcánica

Uso de los velos en cara

COMPARTA ESTE CONTENIDO:

Los indígenas kaqchikeles han hecho de la incertidumbre parte de sus vidas. Sus poblados se ubican en la falda del volcán de Fuego, a unos 45 kilómetros del lugar donde se produjo hace dos años una terrible tragedia cuando el volcán entró en erupción y calcinó todo a su paso: viviendas, ganado, cosechas, vidas.

Ahora estas comunidades, que se encuentran en el municipio de San Pedro Yepocapa, en Chimaltenango, a más de 80 kilómetros de la capital del país, deben hacer frente a una doble amenaza: la furia insospechada de la naturaleza y una pandemia que está asolando Guatemala, con más de 34.000 casos reportados y alrededor de 1.400 fallecidos. 

Sin embargo, los kaqchikeles siguen adelante. Celebran pequeñas bodas y se besan con sus mascarillas, no se amedrantan por otro golpe del destino más. Hacen algo mejor que eso, trabajar en comunidad pese a que los estragos económicos y sociales son muchos. 

La agricultura colectiva es la clave de todo. Gracias a un sistema de riego por goteo y macrotúneles que protegen las hortalizas de la constante lluvia de cenizas, los vecinos pueden alimentarse evitando tener que viajar a otros lugares, salir menos al mercado y mantenerse sorprendentemente sin contagios. 

A excepción de Patzún, uno de los municipios del departamento de Chimaltenango, que padeció el primer caso de COVID en el país, pero consiguieron cercarlo -Patzún suma el 1,48% de los contagios en Guatemala. 

"Da miedo vivir con el volcán aquí; nos va a enterrar", le dice Irma Chonay (35) a EFE, mientras camina con otras mujeres para recoger estiércol con el que abonará los túneles agrícolas en el poblado Ojo de agua, una de las comunidades de subsistencia que plantan cara a la actividad volcánica y a la amenaza vírica. 

Otra mujer de Betania, Vilma Quebac (38), recuerda aquel no tan lejano 3 de junio de 2018 en que el Fuego entró en erupción y “tronó fortísimo” y “se hizo una gran nube”. Ahora las explosiones y retumbos de la tierra son diarios. Los túneles agrícolas se han convertido en la solución para proteger las cosechas que con la caída continua de ceniza se echarían a perder. 

No es que poblados como Ojo de agua, Betania y Las Cruces vivan de manera separada, como si fueran una nación aparte. Reciben la ayuda de la FAO y del Ministerio de Agricultura, lo que les ha permitido varian la cosecha alrededor de los macrotúneles de cedazo y mantener un clima idóneo, pese a lo explosivo del suelo. 

El tomate, el jalapeño y el pimiento son algunos de los productos que cultivan los vecinos aprovechándose del invento, además de la remolacha, el brócoli o la lechuga. 

"Con este proyecto nos ha cambiado bastante la vida, porque ya con esto ayudamos a los esposos para que con algo que ellos ganan y con lo que sacamos aquí podamos invertir en otra cosa. Hemos aprendido mucho. Antes no sembrábamos nada, ahora podemos hacerlo; sabemos cómo preparar la tierra", cuenta Irma Chonay, feliz porque estos túneles ya dieron su segunda cosecha. 

Gracias a lo bien que funciona todo, personas como Rafael Umul, de Las Cruces, admite que es el momento de que la razón se imponga y tengan más cuidado a la hora de salir a cultivar, para evitar riesgos. 

"Nos dividimos los grupos por túnel y vienen dos personas máximo a revisar y laborar; también estamos impulsando la agricultura familiar para que cada quien coseche en sus propios terrenitos y jardines y eviten salir de casa", concluye.

De nuevo, la tierra tiembla. El volcán ruge. La pandemia, a unos kilómetros de sus hogares, sigue su curso.