Álvaro Enciso: “Los migrantes que atraviesan el desierto son mis héroes”
Más de tres mil migrantes han muerto tratando de llegar a U.S y el artista Álvaro Enciso clava una cruz por cada uno de ellos. Este es su testimonio...
El desierto de Sonora es bellísimo e imponente. A unos pocos kilómetros de Tucson, en Arizona, puedes encontrar extensiones vastísimas de cactus sahuaros de hasta 15 metros de alto que llegan a vivir casi dos siglos. Pero también oculta un secreto: los restos de más 3.000 migrantes que ha perdido la vida en esa tierra sedienta tratando de alcanzar una migaja del sueño americano. Ellos son mis héroes.
Me llamo Álvaro Enciso, nací en Colombia y soy artista. Me dedico a honrar a los miles de migrantes desaparecidos en el desierto clavando cruces en el lugar donde perecieron esas personas. Cada martes, desde hace seis años, mis ayudantes y yo cargamos los camiones con cruces, cemento, mapas topográficos e instrumentos GPS y seguimos sus rastros hasta que encontramos su pertenencias, sus cadáveres demudados de horror.
En este desierto nadie muere de hambre, se muere de sed.
Y el Gobierno norteamericano lo sabe. Cierran los caminos cerca de las carreteras y mandan a esos miles de mexicanos y centroamericanos a los lugares más alejados, donde saben que van a morir. Porque así piensan que no van a llegar más… No entienden la desesperación del pobre. Aunque este sea un país de migrantes. Como yo.
Llegué a Los Estados Unidos a mediados de los años 60'. Tenía 20 años y quería buscarme la vida y estudiar en la universidad.
Me gradué en Antropología y pasé unas décadas en Nueva York, realizando estudios de campo sobre migrantes para el gobierno federal. Hasta que un día me dije que estaba harto, que quería cambiar de vida. Y di, como suele decirse, un salto al vacío…
Me mudé primero a Nuevo Mexico y luego a Tucson para ser artista y durante unos años no hice otra cosa que leer sobre arte y filosofía. Entonces me animé, empecé a crear “mis mamarrachadas” y, ¡virgen santa!, resultó que a la gente le gustaban. Desde entonces nunca he necesitado ir a pedir limosna a las iglesias, me ha ido mejor que bien.
Pero un día me di cuenta de que la gente se estaba muriendo casi en frente de mi casa. Chicos jóvenes, de entre 20 y 30 años, demasiado jóvenes para morir.
Me vi en la necesidad de ir a los lugares donde ocurría la tragedia, sentarme allí, tumbarme en el mero sitio. Ver lo que se sentía y tratar de expresarlo. Al principio, empleé la fotografía; como no había rastro de ese sufrimiento, coloqué a unas chicas rubias preciosas vestidas de negro sentadas en el desierto –por eso de que los migrantes tenemos la piel y el cabello oscuro, algo conceptual-, y eran imágenes preciosas, pero no expresaban nada.
Hasta que encontré las cruces…
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No soy religioso. No quiero que nadie piense que mis cruces son símbolos cristianos. Son figuras geométricas, una línea vertical como cuando uno está erguido y otra horizontal que se cruzan y es cuando ocurre la tragedia. También es una marca en el mapa. Sin adornos, con pedazos de lata que encuentro nomás.
El proyecto abarca 70.000 kilómetros cuadrados de sierras y planicies. Ya sé que no lo voy a terminar nunca, pero pienso que ya cumplió su función. ¿Cuál? Cerrar el círculo que empecé hace 50 años, cuando me vine para Estados Unidos con los mismos sueños que esos otros migrantes. Y que la gente se entere de lo que está ocurriendo aquí, aunque sea a través de la historia de un viejo chalado que en lugar de jugar a las cartas pone cruces en el desierto.
Cuando llego al lugar donde alguien falleció de sed anónimamente, me tomo un tiempo para reflexionar sobre mis propias pérdidas: la muerte de mi abuelita que me crió, la de mis padres, mis fracasos románticos y todo eso que deja mella en el alma.
Nosotros vamos a estar migrando siempre. Así se formó este país, y lo que me da pena es que a familias cuyos padres y abuelos llegaron también de Latinoamérica y sin documentos les de tanta vergüenza recordar sus orígenes.
Hoy día tengo que clavar otra cruz por una niñita de la India que falleció mientras su madre se fue a buscar agua. Los buitres estaban sobrevolándola cuando regresó.
Una historia muy triste. Una tragedia. Algo que aquí se ignora a veces de forma intencionada.
Y mientras, las patrullas divisan mis cruces desde sus helicópteros. Y mientras, los vaqueros que buscan a su ganado perdido, topan con ellas. Y mientras, los migrantes siguen cruzan el desierto y muriendo de sed.
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