Hilando La Vida De Un Músico Errante
Roberto Díaz, un inmigrante chileno, ha hecho muchas mudanzas durante su carrera como un destacado violista. Estas son las razones por las que decidió vivir en…
Alegres crescendos, timbres robustos y un emocionante y atronador final.
Justo en el momento en que Roberto Díaz abre los ojos, rompiendo el hechizo que produce su arco de cuatro cuerdas sobre sí mismo y sus espectadores, el público empieza a aplaudir cortésmente, una versión clásica del estridente rugido del espectador de conciertos, y él saluda con una amable reverencia.
Ya sea en un sexteto de viola, en un cuarteto de acordeón, o rasgueando rápidamente su arco con la sola compañía de un pianista, Díaz transfigura por completo los espacios donde actúa, no solo con su música, sino también con su carácter amable y su manifiesta pasión por tocar.
El actual CEO y presidente del Curtis Institute of Music (una de las instituciones musicales más prestigiosas del mundo) ha tenido muchas oportunidades para continuar siendo un elemento permanente de los escenarios más venerados y selectos de nuestro país.
Pero, a pesar de los aplausos que despierta en Boston, Minneapolis y Washington D.C., el amor que siente Díaz por la música va más allá de acordes y tonos, y le llevó a priorizar la educación y formación musical de las nuevas generaciones de grandes compositores y directores de orquestra por encima de su prolífica carrera.
Esta es la historia de un inmigrante que ha impactado a los Estados Unidos gracias a su música y su espíritu.
El talento, ¿es hereditario?
Al menos en el caso de la familia Díaz, la respuesta clara es “sí”.
Roberto nació en 1960 el seno de un matrimonio de músicos profesionales de Santiago de Chile. Su padre era entonces el primer violín de la orquestra de cámara de la Universidad Católica, y su madre una pianista que había estudiado con maestros de la talla de Claudio Arrau León.
Naturalmente, el hecho de tener una educación musical rigurosa era algo que los padres de Díaz se tomaban muy en serio.
Los tres hermanos Díaz se pasaron horas y horas aprendiendo y practicando música y, aunque “no era necesario” seguir los pasos de sus padres, dos de ellos terminaron siendo virtuosos de la cuerda. Roberto siguió los pasos de su padre y adoptó el violín, mientras que Andrés se decantó por el violoncelo.
Más adelante, los hermanos tuvieron la rara oportunidad de tocar juntos en un trío, llamado el Diaz Trio, a pesar de que el tercer “hermano” (Andrés Cárdenes) no fuera realmente un miembro de la familia.
La primera vez que Roberto pisó Estados Unidos fue en 1966.
Los Díaz se mudaron por un año a Bloomington, Indiana, cuando a su padre, Manuel, le ofrecieron una beca Fullbright para estudiar bajo la tutela del violinista escocés William Primrose, a quién Roberto considera uno de “los mejores” de la historia.
Allí, los hermanos aprendieron a hablar inglés. En ese momento, Roberto no era consciente de que el inglés le sería tan útil seis años más tarde, cuando su vida dio un giro que cambiaría su situación personal y profesional para siempre.
El 9 de septiembre de 1973, apenas unos días antes del violento golpe de estado que pondría fin a Salvador Allende y haría efectiva la dictadura de Augusto Pinochet, la familia Díaz dijo adiós a Santiago y voló a Atlanta, Georgia.
Después de graduarse de la escuela secundaria en Atlanta, Roberto intentó ignorar el talento que le había otorgado la naturaleza (y, por supuesto, la educación), y se puso a estudiar diseño industrial. Una vez recibió su título, fue cuando aceptó la llamada reverberante de su vocación musical.
“He correteado mucho a lo largo de mi carrera. Y he tenido mucha suerte. Creo que mi carrera ha sido multidimensional, por así decirlo. Toqué en orquestas, enseñé en diferentes escuelas, toqué música de cámara, pude dar conciertos en solitario... ¡incluso pude tocar con mi hermano! Esta vida me ha llevado a Europa, a toda América Latina y a otras partes del mundo “.
En Estados Unidos, Díaz pasó por el New England Conservatory, el Curtis Institute of Music (como estudiante), la Sinfónica de Boston, la Orquesta de Minnesota, la Orquesta Sinfónica Nacional y la Orquesta de Filadelfia.
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“Tus opiniones cambian, tus gustos evolucionan, y los motivos que te llevan a tocar son diferentes en cada etapa de tu vida. Creo que, de alguna forma, la vida de un artista significa estar siempre atento a las oportunidades que surgen, para aprender de experiencias diferentes”.
En una de estas experiencias –un festival de música en Cape Cod– Roberto conoció a su esposa, la violinista y egresada del Curtis Elissa Lee Koljonen, con quién tiene dos hijos y disfruta paseando a su perro por la naturaleza que rodea el Haverford College.
Cuando le preguntan si se encontró con obstáculos significativos en su carrera musical por ser latino y no nacido en Estados Unidos, Roberto solo tiene palabras de gratitud hacia el espíritu progresista que halló en el “mundo artístico”:
“Históricamente, creo que el “mundo artístico” ha ido por delante de otros sectores en lo que se refiere a tolerancia, porque el talento es el talento. La gente no presta demasiada atención al origen de los artistas, a sus creencias religiosas o su orientación sexual. La mayor parte de puestos de una orquestra se cubren mediante audiciones “a ciegas”. El candidato toca detrás de una cortina, de manera que los jueces no le ven, solo le escuchan”.
Roberto también atribuye parcialmente la comodidad con la que se ha integrado a las orquestas estadounidenses al hecho de ser un latino de tez clara y de no tener una apariencia física que le delate de otro país.
Sin embargo, su acento y su apellidos son reveladores.
“Como persona de otro país, estoy muy comprometido con promover la diversidad en el arte y entre nuestros estudiantes. El Curtis es una escuela internacional muy diversa, pero no está de más decir que puede mejorar aún más en este aspecto”.
Una de las principales formas con las que Roberto ha demostrado ser un defensor de la diversificación en las artes ha sido a través de la implementación, en 2008, de Curtis On Tour, un programa que lleva a los estudiantes del Curtis a actuar y colaborar con otros músicos de Europa, Asia y las Américas. “Sirve como un gran programa de reclutamiento, pero también para promover el hecho de que la música es un mundo increíblemente inclusivo”, dijo Roberto con entusiasmo.
La diversificación del Curtis también implica asegurar que el instituto se mantiene actualizado y evoluciona con la misma rapidez que lo hace los planes de estudio y la proliferación de la música, al mismo tiempo que se mantienen fieles a la tradición y el cánon.
“Los músicos de música clásica tienen mucho que aprender de lo que se ve más como música pop o música de otros tipos. Existe un gran interés por lo que hacemos, pero no necesariamente en los formatos del pasado, como los conciertos semanales de dos horas. Por eso insisto en que los estudiantes de música clásica sean los primeros en salir en su defensa. No creo que nadie defiende mejor el concepto de música como una forma de arte que una persona joven”.
Para Roberto, los artistas tienen una tremenda responsabilidad con su comunidad, tanto con los que tocan como con los que conviven. Defiende abiertamente la necesidad de que los estudiantes del Curtis se desarrollen al completo como personas y músicos, enriqueciendo sus habilidades musicales e inculcandoles valores de responsabilidad social, experiencia técnica, educación y, sobre todo, “inteligencia emocional”:
“Aprender a elegir bien sus batallas y a conseguir involucrar a la gente para que digan o avancen en una u otra dirección es igual de importante para los artistas que para los empresarios”.
Cuando Roberto no está en el aula o en la sala de conciertos, suele estar filosofando sobre el impacto de la música en la sociedad en la American Philosophical Society, la más antigua de este tipo en todo el país, de la que es miembro. Fundada en 1743 por Benjamin Franklin, la A.P.S. tiene como objetivo “promover el conocimiento útil”, y Roberto usa su posición ejecutiva en el Curtis par aplicar esto entre sus estudiantes y su futuro público en los conciertos.
“La música no es solo una mejora [para la sociedad], es una necesidad. Ultra contemporánea, rock, pop, rap, clásica… es un idioma que todo el mundo entiende”.
¿Qué es lo que no le gusta a Roberto de la música?
Cuando en una cena o una fiesta, le hacen escuchar su propia música de fondo.
“¡Me vuelve loco!”
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