Entre la poesía y el desastre, léete: La Feria Internacional del Libro de Bogotá 2019
La trigésimo cuarta edición de la Feria Internacional del Libro de Bogotá con el lema “Léete. El país invitado eres tú”, es un retrato sutil pero inquietante…
Filas, libros, filas, calor húmedo en los pabellones, libros, conferencias, libros, chucherías, lluvia. A simple vista, la Feria Internacional del Libro de Bogotá de este año parecería igual a la de cualquier otro, salvo por la decepción de que el país invitado sea Colombia (aunque el bicentenario de vida republicana sea un motivo de peso para ello).
Sin embargo, al mirar en detalle, hay por lo menos dos preguntas importantes que hacerse: ¿qué nos dice la programación cultural de la feria? y ¿qué pensar de lo que no está en ella?
Al revistar la agenda de eventos, las siguientes categorías saltan a la vista: literatura distópica y ciencia ficción, temas relacionados con el conflicto armado y poesía. A lo largo de la programación de la Feria hay, al menos, cincuenta eventos sobre distopía, ciencia ficción y la sensación de estar en un momento precario, frágil o ya caído en el desastre; cuarenta y seis conversatorios y recitales de poesía y veintiséis conversatorios que abordan el conflicto armado en Colombia.
Los eventos del primer grupo nos muestran cómo la cultura está respondiendo a la sensación global de que estamos en una crisis profunda en todos los niveles, una que acaso de haya hecho cada vez más evidente a partir del 2016: polarización política (el triunfo del No en el referendo del Acuerdo de Paz en Colombia, el Brexit, la elección de Trump, Bolsonaro, Maduro, etc.), la llegada de múltiples gobiernos de derecha al poder, el cambio climático, la lucha contra Isis, las crisis migratorias, la lista podría seguir.
El aumento en la producción de narraciones de ciencia ficción y distopías en este contexto tiene mucho sentido. Es imaginar otras realidades para hablar de este presente cuyo futuro es tan problemático y, particularmente en las distopías, para ver personajes confrontando circunstancias de gran adversidad, en las que ellos están en evidente desventaja, sólo a veces para sobreponerse y lograr una vida mejor.
Acaso eso produzca una sensación de consuelo con respecto al mundo real: el lector, aún, está en un mundo en que las cosas se pueden salvar, en el que él no ha perdido el control del todo. Y en la literatura en que encontramos un personaje con la vida hecha jirones, como mínimo, vemos que las tristezas y los dolores se pueden nombrar, que no tenemos por qué quedar atrapados en la soledad de nuestros silencios.
La enorme programación de encuentros entorno a la poesía también puede mostrar una voluntad, manifestada a través de la cultura, por aprender a encontrarnos con los otros, por dar nuevas palabras a la manera en que nombramos el mundo y así cambiar los términos de nuestras relaciones.
En palabras de la poeta española Erika Martínez, cuando le preguntaron por el lugar de la mujer en la poesía: “El poeta tiene que ponerse en el lugar de cualquiera. Las mujeres, desde nuestro lugar subalterno, hemos ejercitado ponernos en el lugar del otro. Y nosotras, las poetas, somos unas cualquieras, así que ayudamos a encontrarse a los otros”.
Sin embargo, una cosa será la reacción de la cultura a las circunstancias políticas y sociales en que estamos, pero otra, bien distinta, es la lectura que se puede hacer sobre cómo el gobierno de turno responde a esas circunstancias a través de la gestión de la cultura.
Si bien es cierto que programar los eventos ya descritos es una manera de reconocer la tensión social, estos también responden a la dinámica del mercado. Hay otro gesto implícito en la misma programación, más sutil pero no menos potente: el silencio.
El gobierno de Iván Duque, en abierta oposición a los Acuerdos de Paz, tiene varias herramientas para imposibilitar su implementación y para seguir atentando contra los esfuerzos de construcción de memoria, reconstrucción del tejido social y reconciliación en el país, a medida que a la violencia crece de nuevo.
Sí, veintiséis eventos fueron dedicados a temáticas entorno a la literatura y el conflicto armado, pero esto no es tan significativo cuando se compara con el resto de la programación (por ejemplo, quince eventos versaron sobre diversos sectores de la población en situación de discapacidad del país) y, especialmente, cuando se tiene en cuenta otro par de elementos: la total ausencia del Centro Nacional de Memoria Histórica en la Feria del libro y lo pobre que fue el ejercicio museográfico que hicieron para el Pabellón del Bicentenario de nuestra vida republicana. El mensaje es claro: hablar del conflicto armado en Colombia es inevitable, pero el interés del gobierno porque haga parte de la agenda pública es muy escaso.
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La ausencia del Centro Nacional de Memoria Histórica, institución encargada de esclarecer y explicar los hechos del conflicto, se puede entender al recordar lo problemático que fue el nombramiento del nuevo director, Ruben Darío Acevedo Carmona, quien se niega a aceptar la existencia de un conflicto armado en Colombia; como se hizo evidente en una entrevista en febrero de este año concedida al diario El Colombiano.
La reacción de la sociedad civil, académicos y, especialmente, de las asociaciones de víctimas fue contundente, mas esto no logró evitar su elección para el cargo.
A pesar de que el reconocimiento del conflicto armado pareciera ser una condición mínima indispensable para asumir la dirección de una institución de tal naturaleza, Acevedo se limitó a sacar un comunicado de prensa en el que afirmaba que su opinión personal no tenía porqué ni cómo interferir en el buen desarrollo de la misión del CNMH y siguió derecho.
En este orden de ideas, la ausencia del CNMH demuestra un esfuerzo por hacer que la institución pase de bajo perfil, por no dar a conocer las investigaciones que se estén haciendo, por favorecer el olvido que, como la venganza, es hijo del silencio.
No siendo esto suficiente, el análisis del pabellón dedicado a la conmemoración de los doscientos años de la república resulta igual de inquietante. La enorme sala de tres mil metros cuadrados fue dividida en siete secciones colgando telas del techo, cuatro de las cuales están dedicadas a la exploración superficial de aspectos de la gesta independentista: Ciudadanía, Independencia, Igualdad y Libertad. Las restantes son la Chichería El Porvenir, la Librería Colombia, impecablemente curada por la Asociación Colombiana de Libreros Independientes y el Foro Colombia 200 Años.
Cada uno de los cuatro ejes temáticos fue tratado del mismo modo: una escenografía simple fue instalada (vestidos blancos imitando los que usarían campesinas del siglo XIX, colgados en un tendedero en la sección de Ciudadanía; una maraña de juncos y machetes en la de Libertad; un gran telón pintado con campesinos beligerantes en Independencia y varias sillas cojas con explicaciones en los asientos para la sección de Igualdad) y al lado una serie de afiches cargados de texto.
Los cuatro ejes del pabellón son, sin duda, pertinentes pero el trabajo hecho en ellos quedó corto. Algunas personas se detienen a leer parte de las explicaciones, pero el grueso del público pasa indiferente o con cara de no entender el objetivo de lo que están viendo. A lo sumo se detiene a tomarse una selfie.
Esta clase de exposición no permite entender la complejidad de las circunstancias y tensiones que había en 1819, no evidencia la trascendencia de aquellos eventos, no ayuda a que el público sienta que la historia es algo que lo toca directamente, que hoy en día tiene consecuencias en su vida. ¿Por qué no exponer objetos facsímiles de la época? ¿por qué no usar videos o audios para complementar la exposición o actores recorriéndola? ¿por qué en tres mil metros cuadrados se negaron a mostrar qué impacto tuvo ese año de 1819 en lo que siguió? Porque no les interesa.
Aquí, en la tierra del olvido, no podemos darnos el lujo de dejar pasar sin más los esfuerzos del gobierno por callar la historia. No podemos darnos el lujo de que la implementación del acuerdo de paz se nos siga yendo de las manos, ni con la Jurisdicción Especial para la Paz ni en la cultura.
Por ahora, pensando en el Centro Nacional de Memoria Histórica y en la Feria del Libro del año entrante, no nos queda más opción que evocar al “Indio” Pastor López, que tanto quiso a Colombia: vamos a brindar por el ausente, que el año que viene esté presente. Vamos a desearle buena suerte y que Dios lo guarde de la muerte.
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