(Op-Ed) Nadie “conversa” con la naturaleza como la hacía Barry Lopez
El mejor escritor de nature writing de Estados Unidos falleció el pasado diciembre. Pero nos legó una nueva forma de ver el mundo que nos rodea y de…
Siempre he pensado que el paisaje nos define tanto como nosotros a él. Como si no existiera una gran diferencia entre quienes somos y cuanto nos rodea; una fusión entorno-persona.
Barry Lopez consideró a la naturaleza su maestra, hasta el punto de que logró lo que pocos han conseguido: dotarla de palabras exactas. Describir la inmensidad helada del Ártico cuando los adjetivos se nos quedan cortos y el horizonte se confunde con el hielo. Cuando esta salvaje Madre Tierra entra en nuestro interior y, como aseguraba, cambia nuestra percepción por siempre.
Viajero incansable, furibundo defensor de esa Gran Maestra y autor de una veintena de libros como el maravilloso clásico Sueños Árticos (American Book Award, 1986) , donde relató desde la vidas de los inuits hasta los secretos de los osos polares o la historia del hielo, Lopez falleció de cáncer de próstata el pasado diciembre en su Oregón natal.
En la cabaña en la que vivía, en las montañas de Cascade. Donde, según me explicó en la única ocasión en que tuve la fortuna de charlar con él, el salmón silvestre procrea frente a su casa y es común ver animales salvajes en los bosques.
“Es el único lugar en el mundo que me ha afectado más profundamente, porque he vivido aquí, en la misma casa, durante 48 años. Es el lugar con el que he tenido la conversación más larga. Cada año, la conversación más profunda”, dijo.
Y tiene gracia que eligiese Oregón y no uno de los más de 70 países que visitó y sobre los que escribió durante su vida este poeta de la naturaleza, que ha explorado los lugares más inhóspitos, bellos y extremos del planeta.
Alguien con una visión metafísica y sagrada de cuanto le rodeaba y que aprendió de las sociedades tradicionales que conoció el valor de la comunidad y la importancia de que los científicos las tomen en cuenta porque ellas sí han alcanzado una verdadera “relación” con la naturaleza autorregulada y sostenible. “Esto significa incluir el mundo no humano en el universo moral de uno”, me dijo. “Sólo necesitas ver el mundo en el que vives de manera diferente”.
Robert Macfarlane, otro de los grandes nature writers de nuestra contemporaneidad, definió a Lopez como alguien tan austero como los paisajes que describía en sus libros.
Sin embargo, en lo que respecta a la defensa de la naturaleza y la crítica de las actividades humanas y dañinas sobre ella, Barry era como el magma de un volcán.
“La torpeza de varios gobiernos occidentales en cuanto a su aproximación al cambio climático global, la acidificación del océano o la diversidad biológica tiene más que ver con su deseo de perpetuar el capitalismo”, me explicó en una entrevista para The Objective.
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Al contrario de quienes piensan, desde una visión bastante antropocéntrica, que la humanidad puede destruir el planeta, el escritor era rotundo. “¡Imposible!”, dijo. “Y la Naturaleza no tiene tampoco ningún interés en revelarse contra nosotros”.
Lopez auguraba que el Homo Sapiens -que se cree el centro del universo- no era más que un primate que se esforzaba en desaparecer y que, de no cambiar nuestra forma de relacionarnos con el entorno, tarde o temprano iba a producirse una sexta extinción.
“Como ha sucedido con las cinco extinciones previas en la historia de la Tierra, la vida volverá a florecer aunque no creo que el Homo Sapiens forme parte de ella”, concluyó.
Estamos en el mundo, pero el mundo es mayor que nosotros. Y quizás la clave de todo, como el escritor recordaba, fue lo que un inuit le reveló al explorador polar Rasmussen -el primer hombre en atravesar el Paso del Noroeste en trineo de perros.
Cuando Rasmussen le preguntó qué era para él la felicidad, el inuit le respondió tan simple, tan austero como es (o debería ser) la vida:
“Encontrar la huella fresca de un oso y llevarles la delantera a todos los demás trineos”.
Con algunos matices, tal vez Barry Lopez, que era todos los lugares y todas las palabras para nombrarlos, habría respondido lo mismo.
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