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WASHINGTON, DC - 12 DE MARZO: El ex vicepresidente de los EE. UU. Joe Biden habla en la conferencia legislativa de la Asociación Internacional de Bomberos el 12 de marzo de 2019 en Washington, DC. La conferencia aborda temas que incluyen la salud mental de los bomberos, la financiación del Fondo de Compensación de Víctimas del 11 de septiembre y la negociación colectiva. (Foto por Win McNamee / Getty Images)
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Joe Biden vs. #MeToo: ¿Existe una escala de grises?

Ante el posible lanzamiento oficial de su campaña presidencial a finales de mes, el ex vicepresidente Joe Biden se ha transformado en la nueva víctima del…

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Como consecuencia de los últimos tres años de vida política en el país, los estadounidenses parecen encontrarse en una irresoluble paradoja moral.

Después de que Donald Trump ganara la presidencia a pesar de explícitas acusaciones de acoso sexual, gran parte de los ciudadanos ha redimensionado el alcance de lo que resulta ser una epidemia a nivel mundial.

Movimientos masivos como el #MeToo han cundido todas las esquinas profesionales, costándole la carrera profesional a muchos y condenando otros tantos al escarnio público.

Simultáneamente, pareciéramos acostumbrados e insensibilizados a este nuevo “normal”, y cada vez es más difícil juzgar los casos que salen a luz pública.

En la vertiginosa carrera por conseguir un candidato que pueda vencer a Trump en el 2020, esto es aún más complicado.

Uno de los favoritos de la nación, el ex vicepresidente Joe Biden, ha sido el nuevo protagonista de la cruzada del #MeToo, después de que la ex legisladora de Nevada, Lucy Flores, respondiera a su presunta candidatura a las primarias con un “j’accuse” por conducta sexual inapropiada.

En una entrevista el día domingo, Flores acusó a Biden de “darle un beso incómodo” en 2014, y declaró que su decisión de hacerlo público era con la intención de “obligar a los demócratas a enfrentarse al comportamiento inapropiado” del vicepresidente en la antesala de su candidatura por la Casa Blanca, según reportó Politico.

Flores describió el episodio en el que Biden “se aproximó desde atrás en un evento político, olió su cabello y le besó la parte de atrás de la cabeza sin su consentimiento”, continúa el medio.

La legisladora asegura que se trata de un deber moral hacia el Partido Demócrata, pues considera que debe nominarse a una persona que “se diferencie del presidente Trump”, y que no perpetúe el modelo de “acosador sexual, misógino y, probablemente, agresor sexual”.

Pero su historia ha echado luz sobre otro asunto de debate en la era del #MeToo.

No es difícil embarcarse en un loop infinito dentro de Google donde abundan imágenes del ex vicepresidente abrazando, besando, tocando o de pie “extrañamente” cerca de muchas mujeres – incluida Hillary Clinton.

¿Cuál es el límite en el acoso? ¿Existe realmente? ¿Podemos pintar una escala de grises dentro del discurso inquisidor del #MeToo?

Biden es el mejor caso de estudio para ello.

Desde su campaña contra la violencia doméstica, pasando por su participación en la aprobación de la Violence Against Women Act de 1994, hasta su cuestionable respuesta al caso de Anita Hill en 1991, Biden ha sido un personaje político cuya trayectoria se enmarca dentro de lo “normal” (digamos, “común”) en Washington.

Mientras tanto hombres como mujeres describen su estilo interpersonal como el de alguien “muy afectuoso”, otros (como la misma Flores) creen que el asunto tiene más que ver con violación del espacio personal y con gestos inadecuados.

“Para que conste, no creo que haya sido con mala intención”, dijo la legisladora a MSNBC. “No estoy sugiriendo de ninguna manera que me sienta agredida o acosada sexualmente. Me sentí invadida. Sentí que había una violación de mi espacio personal”.

El concepto clave es entonces el del consentimiento.

Quizás no todas las mujeres se hayan sentido tan cómodas como Stephanie Carter en el 2015 cuando su amigo Biden le abrazaba y daba apoyo moral en un momento personal delicado, y el testimonio de Lucy Flores es tan válido como el de los miles de sobrevivientes al acoso sexual institucionalizado, pero el riesgo de un movimiento transformado en inquisición podría ser aún más peligroso a la larga.