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El futuro de los niños

El temor producido por la catástrofe económica global nos puso a temblar.  Las fluctuaciones en el tipo de cambio de la moneda nos colman de incertidumbre. …

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El temor producido por la catástrofe económica global nos puso a temblar.  Las fluctuaciones en el tipo de cambio de la moneda nos colman de incertidumbre.  Muchas preguntas se encuentran sin respuesta: ¿Hoy la justicia se subordina a las leyes financieras?  ¿Hoy las leyes de libre mercado presiden los intereses de los países poderosos en detrimento de los países en desventaja?  ¿La economía, o sea, el dinero, domina la actividad política lo mismo en países ricos como en los pobres?  Son inquietudes normales en una época de crisis económica mundial.

Sin embargo, hay una pregunta que nos atañe a todos: ¿Qué efecto ha tenido en los niños y jóvenes la nueva cultura global de la comercialización desalmada, la cosificación de las personas y el consumo desenfrenado? La preocupación por la economía familiar no deja espacio para advertir que existe un peligro enorme para la humanidad a corto, mediano y largo plazo, que está afectando específicamente a niños y  jóvenes en todo el planeta.

El valor económico de poderosas corporaciones multinacionales -El Imperio del Consumismo- se ha impuesto en los países industrializados, y domina todos los demás valores. Determina la prosperidad de los países a través del lente del Producto Interno Bruto, el criterio de valor máximo se basa en el incremento del mercado y la acumulación de capital, y no toma en cuenta ni registra los valores universales: justicia, integridad, valor, compasión, sabiduría,  conocimiento, respeto y compromiso. Mucho menos fomenta los valores de participación ciudadana, e instituciones democráticas.  El dinero manda. Los adultos son ovejas que se dejan manipular a través de la mercadotecnia.  Los niños y jóvenes son los más vulnerables: sólo en Estados Unidos la industria de la mercadotecnia dirigida a menores gasta $17 billones de dólares para influir en sus deseos de compra, comportamiento e identidad personal.

Cuando la meta de una sociedad es la afluencia económica y su mentalidad se basa en las leyes del mercado, la moralidad y los ideales se reducen al consumo y venta de artículos de marca. La marca se convierte en el factor determinante para definir relaciones comerciales, sociales y familiares, y también para influir en la sensibilidad y la vida privada de los adultos, y el trato que se les da a los niños.

El Imperio del Consumismo ha estado con nosotros hace varias décadas, pero en los últimos años se ha recrudecido, produciendo un cambio fundamental en la vida de los niños: una transición de la cultura de la inocencia y protección social -aunque imperfecta- a la cultura de la mercancía.  Ésta última, además de minar los ideales de una infancia segura y feliz, promueve el concepto de que “sólo existe un valor en la sociedad, el valor del dinero; un solo objetivo, la ganancia; una sola clase de existencia, adquirir mercancías; y una sola clase de relación, la del mercado”.  Los niños heredan el concepto de ‘las marcas’ en su ropa, comida, los carros de sus padres, la casa donde viven, los juguetes, en fin, todas las mercancías de que se rodean determinan su valor como persona, su status social, y sus amistades. El economía consumista dice: “Lo que  tienes para gastar, es lo que vales como persona”.

Juliet Schor, reconocida investigadora en el campo de la cosificación de las personas, asegura que la proliferación de estrategias en la comercialización de marcas ha colonizado la consciencia de chicos y grandes: multimillonarias corporaciones  con respaldo de mercados cautivos y con nexos en altas esferas gubernamentales de los países más poderosos del mundo, se han convertido  en la fuerza rectora en educación primaria y cultural de las nuevas generaciones.  No sólo ejercen su dominio en cultura y educación, sino también en política: invierten ríos de dólares en partidos políticos y en sus representantes. Es tal su poder adquisitivo que tiene la capacidad de eliminar del mercado a la competencia, así como de manipular el poder del estado para su beneficio.

Zoe Williams, en su libro “Commercialization of Childhood” (Comercialización de la Infancia) argumenta que la soberanía del Mercado (Imperio del Consumismo) ha desplazado a la soberanía del Estado: los niños ya no son considerados como un recurso valioso a desarrollar para crear en la sociedad un tejido social moral y democrático, sino que el ideal tradicional de ofrecer protección y bienestar a la niñez se ha transformado en una cultura de crueldad, abandono y desecho. Los principios de rectitud y compromiso cívico, ceden su espacio a políticas que ahora preparan a la niñez y juventud para el consumismo, y así se convierten en objetos manipulables. Mientras eso sucede, son privados de la agenda moral y cívica de antaño.

En una sociedad consumista los niños y jóvenes son los más vulnerables: ellos mismos miden su valor personal por la marca del pantalón o del vestido que llevan, no por sus principios, integridad, y méritos propios. “La escandalosa filosofía del dinero” mide el valor de la persona a través de bárbaras evaluaciones financieras, valor comercial y dividendos.  En su lógica cuantifica todo en dólares, asigna un valor primordial a los jóvenes por su potencial de consumo, y los considera el epicentro de la cultura del  consumismo.

Lawrence Rossberg, sociólogo, indica que los niños son expuestos a la mercadotecnia de las marcas mucho antes de que puedan hablar: “El capitalismo expone a las nuevas generaciones a un bombardeo de comerciales televisivos sin precedente.  Al año, el infante ve Teletubbies y pide por nombre hamburguesa del Burger King y McDonald’s. Al entrar al colegio conoce de memoria 200 marcas de ropa, carro o comida, y adquiere setenta juguetes nuevos por año”.

Abercrombie & Fitch (marca exclusiva)  anuncia ropa sexy para niñas de 6 a 12 años, y en su catálogo aparecen tanguitas con mensajes de contenido sexual. Una compañía anuncia para la colección de muñecas,  ropa interior sexy de encaje y “accesorios para citas de noche”. Otra promueve un estuche para el baile del tubo, de donde sale una gatita que se contonea y baila una música sensual. Los psicólogos norteamericanos han criticado duramente este bombardeo televisivo argumentando que roba a las niñas sus años de inocencia, y degrada su dignidad mientras se llenan los cofres de las grandes corporaciones. Advierten de las consecuencias que pueden tener en los niños los videojuegos relacionados con extrema violencia, tortura y muerte.  Fomentar la cultura de la guerra en los niños es una forma cruel de robarles su inocencia.

La realidad es que la influencia a través de la imagen televisiva es poderosa, y definitivamente no está siendo utilizada para crear sociedades justas, democráticas y comprometidas.  Así que ¿qué tipo de sociedad deseamos?  ¿Deseamos imitar a los países consumistas?  ¿O tenemos las suficientes agallas y el suficiente amor a nuestros niños como para crearles programas televisivos que desarrollen en ellos la pedagogía de la pregunta?

Nuestros niños no deben ser repetidores; es necesario prepararlos para que sigan el camino de la verdad, cuando lleguen a la edad de comprenderla; y de la bondad, cuando puedan reconocerla y amarla.  Tienen derecho a un futuro mejor.