Severo Romero: escultor boricua en Filadelfia

El carácter y la ambición creativa de Romero lo convierten en un personaje tan interesante como sus esculturas.

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I. El Conquistador

A la afueras de Filadelfia, sentado sobre una butaca de madera en la sala de su casa, Severo Romero cuenta la historia de una pequeña figura de bronce que descansa a su lado. Es el bosquejo de otra figura, una mucho más grande, ubicada en el malecón de Guánica, Puerto Rico: una escultura de siete pies con seis pulgadas llamada 'El Conquistador'. Su réplica en miniatura, sin embargo, no es tan pequeña ni tan frágil como se ve; pero a menos que Severo se mueva de su lado no va a dejar de parecerlo.

Romero mide seis pies y una pulgada, sus brazos son largos y corpulentos, sus manos enormes, y su cuello un tronco macizo que sostiene un rostro moreno de quijada ancha, pómulos pronunciados y frente amplia. Visto desde lejos, él mismo parece una de sus esculturas de bronce. Tal vez de piedra. Son sus ojos verdes, delgados, que parpadean inquietos detrás de unas gafas de marco dorado, los que suavizan ese conjunto férreo y le dan a su presencia la enigmática apariencia de un ser que fuera mitad hombre mitad monumento.

El original de la escultura en miniatura que tiene a su lado, cuenta, le fue encargado en 1993 por la Comisión del Quinto Centenario del Descubrimiento de Puerto Rico y América, que tuvo que pagar 60 mil dólares a cambio. Es un soldado con rasgos españoles metido en una armadura, empuñando su espada con una mano y con la otra sosteniendo un pergamino.

"No sé qué decirte –explica Romero con su voz honda y potente–, no sé si es un homenaje o es una crítica . Para el gobierno de Puerto Rico es un homenaje a Juan Ponce de León. Para mí –ríe–, es una crítica".

El conquistador (primer Plano) y Severo Romero al fondo. La escultura está instalada enel Malecón de Guánica, Puerto Rico, y le da vida al primero gobernador de la isla, Juan Ponce de León. Foto: David Cruz/AL DÍA

Todo comenzó en 1993, cuando recibió una llamada del Instituto de Cultura Puertorriqueña comunicándole que en Guánica, Puerto Rico, estaban buscando un artista para hacer una escultura. No le especificaron de qué se trataba, no la sabían, solo le dieron un  número teléfono. Severo entonces marcó y le contestaron de la Comisión del Quinto Centenario del Descubrimiento de Puerto Rico y América: necesitaban un escultor que moldeara un monumento homenaje a Juan Ponce de León, primer gobernador de Puerto Rico, quien ingresó a la isla por Guánica.

Querían una pieza en la que se exaltara la figura del conquistador y se lo mostrara como un estandarte de la cristiandad. Tres meses después, Severo les entregó la escultura de siete pies que desde entonces está instalada en el malecón de Guánica. La Comisión quedó más que satisfecha con el producto final. Algunos, sin embargo, se mostraron un poco desconcertados por el hecho de que Juan Ponce tenía agarrada la espada por la hoja, pero no le prestaron mayor atención. Ninguno se dio cuenta  –o no quiso darse cuenta– del verdadero significado de este detalle, ni tampoco de que la cruz en el mango de la espada estaba al revés, ni que en el plumaje del sombrero del conquistador se dibujaba el perfil de un indio taíno gritando furioso. Ninguno sospechaba que al hacer esta escultura, Severo se sacaba un viejo clavo que había llevado enterrado durante muchos años, desde cuando conoció en España, después de haberse graduado de la universidad, al pintor y escultor Antonio Colmeiro.

A España viajó en 1896, gracias a una beca que le otorgó el Instituto de Cultura Puertorriqueña después de una exposición a la que fue invitado por la Asociación de Escultores de Puerto Rico y en la que se ganó la admiración de varios críticos de arte del país, entre ellos José Antonio Pérez.

"Yo conocí a Severo Romero a través del gran escultor puertorriqueño de todos los tiempos, me refiero a Rafael López del Campo, por supuesto –dice Pérez–. Severo era su discípulo preferido y López del Campo me lo recomendó como dibujante para una exposición de la cual yo fui curador. Después conocí sus esculturas y me llamó la atención por lo estricto que es en la técnica, lo minucioso que es en su trabajo y la manera fina y detallada en que trabaja sus figuras. Yo diría que hoy en día hace parte de los grandes escultores académicos y figurativos de Puerto Rico".

Severo Romero tiene múltiples esculturas situadas en diferentes regiones de Puerto Rico. As´mismo, posee la unica fundición artística de la Isla. Es uno de los escultores figurativos boricuas más reconocidos. Foto: David Cruz/AL DÍA

La relación de Severo con el arte se remonta a su época de estudiante de octavo grado en la secundaria a la que asistía en Manatí, su ciudad natal. Recibía para esa época unas clases de artes industriales en donde enseñaban a los alumnos a trabajar el metal y el cuero. Fue entonces cuando descubrió su pasión. Algo en en el manejo del cuero atrapó su curiosidad. Había en Manatí una fábrica de zapatos en la que botaban trozos de cuero, y entonces Severo, cuando salía de la escuela, se internaba en ella a recoger todo el cuero que pudiera para hacer llaveros, carpetas y maletines que vendía luego en ferias de artesanías.    

Después de terminar el bachillerato, aunque inclinado hacia las artes, ingresó a estudiar química; había un boom de farmacias en el norte de Puerto Rico que generaba mucho empleo y Severo, presionado por la situación económica de su Familia, no se atrevió a seguir su vocación de artista (aunque su hermano mayor, Luis Enrique Romero, ahora es un reconocido actor en la isla). Fue así como terminó trabajando para una farmacia, sacrificando durante cuatro años sus sueños a cambio de un sueldo.

Finalmente, en el verano de 1982, decidió poner fin al tormento de su rutina y se animó a tomar el examen de admisión en la Escuela de Artes Plásticas de Puerto Rico. Pero sucedió algo que no estaba en sus planes: el pánico. Cuando el maestro le pidió que dibujara algo en su libreta, tras unos segundos de parálisis, lo único que atinó a hacer fue levantarse de su puesto, acomodarse el lápiz detrás de la oreja y abandonar la sala caminando rápido, casi corriendo.

Desorientado, ya casado con una puertorriqueña nacida en Nueva York llamada Caroline y siendo padre de cuatro niñas, decidió emigrar a Estados Unidos a la casa de sus suegros, en Brooklyn, NY. Nunca imaginó que después de ese viaje su vida dejaría de ser la misma.

Consiguió trabajo en los muelles de Brooklyn, reparando furgones, y fue allí donde ocurrió el incidente (o accidente) que marcaría su destino. Era 15 de febrero de 1983. Pleno día y caía una tormenta de nieve. Severo se encontraba en cuclillas en medio de dos furgones cambiando el nombre de la compañía en uno de ellos. Levantó la cabeza y vio, a lo lejos, el camión de limpieza arrastrando la nieve. Volvió a su trabajo. Entonces escuchó un choque de metales. Quiso pararse para ver qué sucedía, pero no pudo: su cuerpo estaba atrapado entre los dos furgones. Alcanzó a ver el camión de limpieza empujando contra él el furgón que estaba detrás suyo. Gritó, levantó los brazos, pidió auxilio, pero la máquina seguía avanzando impasible, constante. Intentó gritar con más fuerza pero esta vez no le salió la voz: la presión de los furgones le impedía expandir los pulmones. Fue cuando escuchó el mismo sonido que produce una cáscara de nuez al ser triturada, y venía de su propio cuerpo. El resto no lo recuerda. Cuando despertó estaba en la clínica y tenía fracturada la sexta cervical y paralizado el lado izquierdo de la parte superior de su cuerpo, desde cuello, su tronco, su espalda, hasta la punta de los dedos de la mano.  

"A mí lo que siempre me había llamado la atención era la pintura –dice Romero– . Pero cuando tengo el accidente en Estados Unidos yo decido volver a puerto Rico y entrar a estudiar esta vez sí en la Escuela de Artes Plásticas, porque así como estaba no me podía quedar en Estados Unidos trabajando. Yo no podía prácticamente mover el brazo izquierdo. Era un dolor impresionante todos los días.  Entonces cuando llego a la escuela decido que tengo que hacer algo que me pruebe a mí mismo que todavía puedo trabajar con mis manos. Y así fue que escogí la escultura, porque es algo más físico que la pintura, es más fuerte. Tienes que cargar cosas pesadas, mezclar, cargar piedra, soldar, arreglártelas a martillo y cincel."

Los cuatro años que pasó como estudiante en la Escuela de Artes Plásticas de Puerto Rico no fueron fáciles. Tuvo que pasar el primero durmiendo en su carro, que parqueaba frente al barrio La Perla, junto al Morro, uno de los sectores más pobres de San Juan, y sobreviviendo con lo que hacía vendiendo artesanías en la ferias. Y aunque luego empezó a recibir un subsidio de la aseguradora en Estados Unidos con motivo del accidente, no por esto dejó de vivir en condiciones extremas, pues debía enviar dinero a su esposa y a sus hijas. Sin embargo, como él mismo lo dice, "después de terminar ese primer año parecía un loco, ya podía mover mi brazo y había descubierto más cosas que nunca".  

Fue entonces –después de terminar sus estudios y tras ser invitado a una muestra de dibujantes organizada por la Asociación de Escultores de Puerto Rico– que, apadrinado por Ricardo Alegría –director del Instituto de Cultura Puertorriqueña, conocido como el 'Padre de la arqueología moderna de Puerto Rico'– viajó becado a España para estudiar en la Universidad Complutense. Y aunque no ingresó a estudiar, pues consideró que el programa académico era demasiado similar al que ya había cursado en Puerto Rico, conoció un profesor que tenía su propia fundición a la salida de Valencia. Y éste marcó su camino. Actualmente, aparte de su prestigio nacional como escultor, es reconocido por poseer el único taller de fundición artística que hay en Puerto Rico.  

Para aprender los secretos de la fundición, un arte en el que un hombre armado con un trozo de bronce o de metal o de algún material solido se enfrenta a temperaturas  hasta de 2300º F, pasó tres meses en el taller del profesor de la Universidad Complutense.

"A mí me satisface vencer un material tan duro –dice Romero–, eso es lo que me gusta de la fundición. Me gusta vencer el material y no dejarme vencer por él. Me gusta dominarlo y darle forma. Es un trabajo pesado y peligroso. Pero el mundo es de los que se atreven; de los cobardes nunca se ha escrito nada".

Y es aprendiendo estas técnicas de la fundición en España que conoce, por medio del profesor de la Universidad Complutense, al pintor, escultor y general del ejército retirado Antonio Colmeiro, que para entonces se encontraba trabajando en unos monumentos de la historia de la milicia española.

Interesado en entablar una amistad con Severo, Colmeiro lo invitó a conocer algunos trabajos que ya tenía instalados en la ciudad. Lo condujo entonces a un complejo militar, y lo primero que Romero vio al llegar fue una escultura de 15 pies del conquistador Hernán Cortés con la cabeza cortada de Moctezuma agarrada por el pelo en una mano. Colmeiro notó el desconcierto en la expresión de Romero  y se apresuró a disculparse.

–Perdóname, no te quise ofender –le dijo.

–No, no me has ofendido –le contestó Severo–. Entiendo la honestidad con tu trabajo. Eres un general del ejército, eres español, y desde ese punto de vista haces tu trabajo, yo entiendo.

Hubo un silencio y entonces Severo concluyó: "Es simplemente que yo me identifico con el oprimido y tú con el opresor", y por dentro pensó: "Algún día me tengo que desquitar de esto".

El resultado de esa promesa de desquite tardó muchos años en cumplirse, pero finalmente, en 1993, se materializó. Es la escultura El Conquistador ubicada en el malecón de Guánica, cuyo boceto Severo señala en este momento con su enorme mano. Y al hacerlo explica que es en los detalles de la figura en donde reside la crítica. Que con el gesto del conquistador agarrando la espada por la hoja está representando un viejo refrán, "al que a hierro mata, a hierro muere". Que en el plumaje con forma de silueta de indio en el casco del conquistador quiere mostrar la exterminación del indio en la conciencia del español. Y que con el Cristo invertido en el mango de la espada busca simbolizar el mensaje anticristiano que dejó la conquista en Puerto Rico.

Luego, con su voz potente explica que la conquista española significó ultraje de las indias, robo del oro y llegada de la esclavitud, y que la suma de todo eso no da cristianismo como resultado. "Después de hacer esta escultura –concluye– me sentí un poco más tranquilo conmigo mismo".   

"Severo era un buen estudiante –dice Adelino Gonzáles, director del Departamento de Artes Plásticas en la Escuela de Artes Plásticas de Puerto Rico, que fue primero maestro de Severo y luego colega cuando este dio clases de fundición–. Fue siempre muy perfeccionista en su trabajo. Claro, tenía su carácter, siempre ha tenido un carácter fuerte, pero era para bien del aprendizaje. Como escultor me gusta mucho lo que hace. Es un escultor figurativo con unas inquietudes muy precisas sobre la figura humana y los temas patrióticos, como los indios y los personajes históricos. Y ha sido muy influenciado por el maestro Rafael López del Campo. Yo valoro mucho su plástica. Y un tercer aspecto es que él tiene el único taller de fundición que hay en Puerto Rico y ha trabajado con muchos artistas fundiéndoles sus trabajos".

II. El Cantante

"Lolelo la la la, lolelo la la la

lolelo la la la, lolelo la la la...

Óigame señor, présteme atención

lo que voy cantando...

Te traigo la salsa, te traigo el sabor

que tú estas buscando

A mí no me importa na'

porque yo soy como soy.

Eh..., pongo a la gente a gozar

donde quiera que yo voy."

La escultura  de Hector Lavoe estará próximamente ubicada La Guancha, Puerto Rico, y tendrá una estatura de seis pies. Importantes artistas, como Andy Montañez, han colaborado con la recolección de fondos. Foto: David Cruz/ AL DÍA

La estatuilla no canta, pero casi. Basta con mirarla para escuchar la gran voz, la voz de voces, aunque la habitación permanece en silencio. Suenan las maracas que sostiene en una mano. Suenan el micrófono que maneja con gracia en la otra. Suenan sus zapatos lustrados marcando el compás contra el piso. Todo en él invita al baile, todo él está lleno de ritmo. Sus gafas enormes, su gabán sobrado, sus rodillas flexionadas, su melena abundante echada hacia atrás con gomina.

–Este es Héctor, Héctor Lavoe, El Cantante –dice Severo levantando la estatuilla con una mano y poniéndola en lo alto, contra la luz del bombillo.

La historia sucedió así: unos habitantes de Ponce, fanáticos de la salsa y preocupados por la falta de identidad en la región, se reunieron un día cualquiera hace cinco años y decidieron formar un comité para construir en La Guancha un monumento de seis pies a Héctor Lavoe, cuyo verdadero nombre, antes de que  emigrara a Nueva York e ingresara a la Fania All Stars para tocar con Ismael Miranda y Willie Colón, Tito Nieves y Roberto Roena, y se convirtiera en una leyenda del 'tumbao' y en un ícono de la desenvoltura y de la vida desenfrenada, era Héctor Pérez y era oriundo de Ponce. El artista escogido por el comité para hacer la escultura no podía ser otro, o tal vez sí, pero da la casualidad que fue Severo Romero. Y Severo aceptó el trabajo encantando. Y lo aceptó porque, si bien es verdad que su música preferida ha sido siempre la clásica, la leyenda de Héctor Lavoe nunca le ha sido indiferente, ni a él ni a nadie en Puerto Rico.

En realidad Severo nunca ha sido un gran amante de la música. Cuando joven lo único que escuchaba por radio eran juegos de pelota, y desde que instaló su taller lo acompaña solamente el rumor de los pájaros y el viento soplando contra las hojas de los árboles. El taller queda en Manatí, son ocho cuerdas de terreno en medio del campo. Es un paraje solitario, primitivo, en donde Severo ha permanecido hasta cuatro meses sin tener contacto con nadie. Sin embargo, desde que empezó a trabajar en la escultura de Lavoe, al rumor de los pájaros y al ruido de la naturaleza se han sumado las canciones del 'sonero de soneros' que el mismo Severo poner a rodar en su equipo de sonido mientras a martillo y cincel le da forma al monumento.   

El proyecto del monumento a Héctor Lavoe ha involucrado no solamente a Severo, sino a la propia hermana del 'Cantante' y a reconocidos artistas como Van Lester, Roberto Roena  y Andy Montañez, que han participado en conciertos para recoger fondos. No es cualquier cosa levantar un monumento a Lavoe. Mucho menos en Puerto Rico. Es el equivalente a construir un busto gigante de John Lennon en Inglaterra. Es algo que todos, generación tras generación, van a querer ir a ver algún día.

"Escogí una edad en la que Héctor no estaba ni tan joven ni viejo tampoco –dice Romero refiriéndose al monumento–. En la escultura Héctor tiene más o menos 35 años. Tú sabes que él tenía sus vicios, y los vicios se notan. Y yo no quería exaltar al drogadicto. Yo quiero exaltar al cantante, a una persona que tenía un carisma único y una voz espectacular. La gente le criticaba que era irresponsable y que llegaba a la hora que le diera la gana, pero chaco, Héctor podía llegar dos o tres horas tarde, a la hora que fuera y la gente seguía esperándolo."

El modelo en plasticina ya está listo, así como los moldes y la pieza en cera. Solo hace falta falta fundir y ensamblar. En el verano Severo tiene programado regresar a Puerto Rico a concluir el trabajo. Y en Septiembre, si todo sale bien, habrá un   nuevo monumento a Héctor Lavoe instalado en la playa de Guancha. Y en una esquina de la pieza de bronce, la firma de Severo Romero, inmortalizada junto al cantante.  

"Para poder hacer este sueño realidad –dijo a Univisión Eric Rivera, presidente del Comité Pro Monumento Héctor Lavoe–, hemos contado con el apoyo y consentimiento de la familia de Héctor, tanto de su hija Leslie Pérez, su hermana Priscilla Pérez y de LAF Communications, agencia representante del manejo de la imagen publicitaria de Lavoe. La estatua recrea la figura de Héctor en una de sus poses más características. Cantando y con micrófono en mano. Ya la vimos y nos gustó muchísimo el diseño."

III. Lamento Borincano

Lamento Borincano recrea la famos canción del compositor puertorriqueño Rafel Hernández. La escultura –el jibarito arrastrando su mula, está ubicada en Aguadilla. Foto: David Cruz/ AL DÍA

Severo tiene múltiples esculturas instaladas en diferentes regiones de Puerto Rico.

En el Salón del Poeta, en Manatí, cuenta siete u ocho bustos. En la Plaza de la Historia de Manatí, uno más. En el cementerio de Vega Alta, otro del maestro Ladislao Martínez, el primer puertorriqueño en tocar un solo de cuatro en radio. En la Universidad de Turabo, frente al complejo deportivo, una escultura llamada El indio, que mide 18 pies y ocho pulgadas. En Guánica está El Conquistador. Y en Aguadilla está la que hizo en homenaje al famoso compositor Rafael Hernández, llamada Lamento Borincano. De esta, particularmente, le gusta hablar. No solo eso, le gusta cantar.

Primero dice: "Lamento Borincano es una canción muy famosa de Rafael Hernández, que siendo puertorriqueño fue el fundador de la Asociación de Compositores Mexicanos. Nació en Aguadilla, Puerto Rico, y vivió también en Cuba y en México. No sé si tú has oído la canción Cumbanchero"

Y antes de dar tiempo para responder, ya ha empezado a cantar:

"A Cumba, cumba, cumba

cumbanchero

a bongo, bongo, bongo,

bongosero,

priquití

que va sonando el

cumbanchero,

bongosero que se va,

bongosero que se va".

Y sigue: "Los cubanos creen que la escribió un cubano. Pero la escribió Rafael Hernández. Chacho, Rafael Hernández es tremendo compositor, tremendo músico. Y este señor escribe una canción que se llama Lamento Borincano, que tienes que haberla oído porque la cantan hasta en la luna".

Y entonces vuelve a entonar (y lo hace bien):

"Sale loco de contento

con su cargamento

para la ciudad, ay,

para la ciudad.

Lleva en su pensamiento

todo un mundo lleno

de felicidad, ay,

de felicidad.

Piensa remediar la situación

del hogar que es toda su ilusión, sí.

Y alegre el jibarito va

pensando así, diciendo así,

cantando así por el camino:

Si yo vendo la carga, mi Dios querido,

un traje a mi viejita voy a comprar".

Y luego explica: "Es la historia de un campesino que sale en su yegua hacia la ciudad para vender su mercancía, y cuando llega a la ciudad se encuentra con que el mercado está desierto y tiene que regresarse para atrás. La canción está describiendo un momento en Puerto Rico donde hubo escasez y penuria, en los años 20 y 30. Describe la situación del jíbaro, que trabaja la tierra y sale a vender sus cultivos con la ilusión de comprarle un traje nuevo a su mamá, pero tiene que regresar como salió."

Desde el momento en que Severo fue escogido por el municipio de Aguadilla para hacer la escultura, se entregó por entero al proyecto. Un poco porque siempre se entrega por completo en cada uno de sus trabajos, pero sobre todo porque este proyecto, particularmente, estaba directamente relacionado con el tema de la opresión a los campesinos en Puerto Rico, y ese tema, a Severo, le hace hervir la sangre, le calienta la voz.

"Yo creo en la Independencia de Puerto Rico –dice Romero hablando más fuerte que lo normal–. No creo que por bueno que sea tu vecino pueda mandar en tu casa. En tu casa mandas tú. No tengo nada contra los estadounidenses, sino contra el sistema. Si estuvieras en mi posición lo entenderías. Mi familia viene de una isla pequeña que se llama Vieques, en donde existe la incidencia de cáncer más alta de todo Puerto Rico. Dos tíos míos murieron de cáncer. Una amiga mía murió de cáncer. Cuando ves esas cosas negativas a tu alrededor no piensas tanto en lo que te han dado si no en lo que te han quitado. Porque esa epidemia de cáncer es causada por las experimentaciones con balas de uranio que el ejército de Estados Unidos hace en la isla. !Chacho, no solo eso, en Vietnam, el agente naranja lo probaron en Puerto Rico, incluso las pastillas anticonceptivas las experimentaron en Puerto Rico! –hace una pausa, toma aire–. Es muy simple –continúa–, si esterilizas a todas la gatas, no van a tener gatitos."

Lamento Borincano representa una imagen del campo: una yegua flaca cargando seis sacos de carbón y un niño montado sobre ella con el tronco inclinado hacia un lado, donde un perro, con los colmillos afuera, le ladra a la bestia que, amarrada con un lazo, está siendo arrastrada por un campesino de sombrero y machete en el aire.     

Cada elemento tiene un simbolismo particular. El niño representa la familia. la yegua, la pobreza. El niño entonces personifica las familias campesinas que cabalgan sobre la pobreza. El jíbaro, con el machete en alto, en cuyo mango está escrito "no importa el tirano te trate con negra maldad", encarna el heroísmo del campo. Y el perro, tratando de morder a la yegua, representa las injusticias políticas, sociales y económicas, y por eso lleva un collar con tres nombres: Mice, por el general estadounidense que invadió a Puerto Rico en 1998; Winship, por el gobernador estadounidense de Puerto Rico cuando sucedió la masacre de Río Piedras; y Rix, por el general estadounidense de la Policía puertorriqueña cuando la masacre de Ponce. Y en los testículos del perro hay escritas tres letras: USA.

¿Qué hace entonces Severo viviendo en Estados Unidos?

"Es sencillo. Aquí en Filadelfia hay una comunidad de latinos a la cual yo le puedo aportar –dice–. Yo vengo aquí porque en Aspira estaban buscando un maestro de arte. Y  yo creo que yo como puertorriqueño puedo ayudar a esta comunidad latina. Con esa mentalidad vengo, a compartir mi conocimiento".

Para Susan Aberth, maestra en en el Bard College de Nueva York y colaboradora con el St. James Dictionary of Latin American Art, es muy importante que los artistas boricuas empiecen a reclamar un lugar en el espectro artístico estadounidense. "Hay toda una nueva generación de artistas puertorriqueños que está haciendo cosas innovadoras y tienen una actitud renovada dentro de un movimiento artístico mundial –dice–. Los hay en Alemania, Francia, y otros países. El problema es que no son muy conocidos en Estados Unidos. Pero es una tradición de muchos años, que viene desde antes de José Campeche y continúa hoy con grandes artistas como Pepón Osorio y Miguel Luciano".

En este momento Severo es profesor de arte desde segundo a séptimo grado en la escuela charter Eugenio María de Hostos. Es una profesión que no le es del todo ajena, pues en Puerto Rico ya la había ejercido tanto a nivel elemental como universitario, pero siempre por periodos muy breves, pues al final terminaba por asfixiarse en los horarios, que no le permitían dedicarse con toda la libertad a la fabricación de sus piezas.

Hace poco, recién llegado a la ciudad, los ladrones entraron a su casa –en donde vive solo (se divorció hace muchos años y sus hijas llevan una vida independiente)– y se llevaron su televisor, su computadora nueva y algunos objetos de joyería. Dejaron intactas, por supuesto, todas las pequeñas esculturas que tiene en la sala, que son más de diez. Algunas de estas, como El Conquistador y Lamento Borincano, ya están instaladas en lugares públicos de Puerto Rico. Otras, no han dejado de ser bocetos. Severo quisiera poder llevarlas todas a un tamaño mayor. Hay en él una cierta obsesión con lo colosal, algo que acaso tenga ver con la emulación de sus propias medidas o con la fantasía de rodearse de figuras semejantes a él que lo acompañen en su solitaria actividad creadora.

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