Raíces de Puebla: Cuando Mahoma no va a la montaña...
El pasado martes, 19 adultos mayores provenientes del estado de Puebla, México, y sus familias residentes en Filadelfia fueron honrados con una ceremonia en la…
La migración es algo más que una mudanza de un país a otro. Es una fractura en la vida familiar de quienes deciden dejarlo todo atrás por un futuro diferente.
Pero esa fractura, por muy profunda que sea, no es una ruptura completa ni definitiva. Es más bien una cuestión elástica, como una elipsis suspendida en el tiempo, que quiebra -pero mantiene unido- el tejido familiar.
“¿Cuándo volveremos a vernos?”. Ese es el gran interrogante en todo caso. Es la pregunta que se asoma a los ojos de quienes se van y de los que se quedan.
Dice el refrán que "si Mahoma no va a la montaña, la montaña va a Mahoma”. Eso fue exactamente lo que hicieron 19 abuelos del Estado de Puebla, en México, que hace tres semanas cogieron sus maletas y emprendieron camino hacia Filadelfia para volver a ver a sus hijos.
Los 19 adultos mayores lo hicieron con visa de turista en mano. Llegaron a Filadelfia para sujetar las caras de sus hijos y conocer a sus nietos. La última vez que lo hicieron fue hace mucho tiempo, 14 años el que menos, 26 años los que más.
El reencuentro sucedió en el marco del programa Raíces de Puebla –del gobierno de ese estado mexicano, con el acompañamiento del gobierno federal y la embajada de Estados Unidos en ese país–, que facilita el trámite de visas y tiquetes aéreos para que cientos de abuelos mayores puedan visitar a sus familias en Estados Unidos.
Juan Pacio Grande y María Catalina Tepoz son una de las parejas afortunadas. Tuvieron siete hijos. Seis viven en el sur de Filadelfia, solo la mayor permanece con ellos en Santa Isabel Cholula, un municipio humilde en el que viven poco más de 8.000 personas; la mayoría en situación de pobreza.
Su hija, Avelina, se fue del pueblo cuando tenía 17 años. "Nunca olvido ese día cuando dejé a mi madre en el patio de la casa", cuenta.
Doña María Catalina tampoco lo olvida. Una nostalgia de 26 años sin ver a su hija le inunda los ojos.
Lo mismo le sucede a María del Carmen Bautista y Victoriano Marcos, ambos septuagenarios, ambos de San Andrés Calpan, un pueblito pequeño en las faldas de los volcanes Izztacciuatl y Popocatépetl.
Llegaron para encontrarse con sus hijos, entre ellos Candelaria y María de Lourdes. A la primera no la veían hacía 20 años, a la segunda, hacía 5.
"Estábamos acostumbrados a vivir en familia y de momento se vino. Nunca pensé en venir. ¡¿Pa qué me hacía ilusiones?!”, dice don Victoriano con su voz quebrada.
Preguntado sobre cómo es la migración para el que se queda, responde con resignación: "Poco a poco se va haciendo uno la idea de que cada quien tiene que ir haciendo su vida, y contra eso pues no hay nada que hacer".
Candelaria no encuentra las palabras que puedan describir la emoción de tener a sus viejos en Filadelfia. Llora al recordar la última vez que los vio, seguramente no tan arrugaditos como están ahora.
Candelaria llegó a Filadelfia a los 29 años. Hoy, aunque asegura que todavía le gustaría volver, sabe que sus raíces están más cerca del Italian Market que del Popocatépetl: tiene tres hijos y a su esposo, con quienes tiene una vida por delante en este país.
El tiempo hizo lo suyo en la piel y el alma de Paz Pantoja Terrores y Pedro Pantoja Bautista, una pareja de abuelos que jamás se imaginó poner un pie en tierras tan lejanas de Huetjotzingo, otra de las poblaciones regadas por las sabanas que rodean al Popocatépetl.
Doña Paz es una mujer de mirada penetrante. Su cara está cruzada por surcos que revelan una vida atravesada por la escasez. "Yo sentí que algo se me arrancó del corazón y ahí me quedé llorando”, recuerda como si fuera ayer el día que Martha y Margarita –sus dos hijas– se fueron del pueblo. De eso hace ya 19 años.
Martha, que llegó muy joven a Filadelfia, dice que su sueño es “regresar a mi país, a mi pueblo, que mi hija sea mayor de edad e irme con ella a dar una vuelta por México”. Ojalá lo logre, aunque el clima político no sopla a su favor.
A doña Paz, Filadelfia le parece que “está muy bonito”. Pero la abundancia gringa no le nubla los sentidos, sabe que la riqueza de los pobres es la honradez y el amor por sus familias. “Le pido a diosito que les dé fuerza a mis hijas para que trabajen y sobrevivan hasta cuando ellas digan ‘¡ya me voy!’. Allá las esperamos”.
La reunión de estas familias cerró por un momento la brecha que abrió el tiempo. A la sorpresa de verse de frente y reconocerse en las arrugas del otro, la siguió la confirmación de que el amor estira más que el tiempo.
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Ojalá nadie tuviera que separarse de nadie por necesidad económica. Ojalá dios les siga prestando vida a estos abuelos para que puedan regresar cuantas veces quieran ahora que tienen sus visas de turistas. Ojalá sus hijos no tuvieran que esperar una reforma migratoria tan lejana como el mismo Popocatépetl.
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El pasado martes, la alcaldía de Filadelfia organizó con Casa de Puebla y el Consulado de México, una ceremonia de despedida de los 19 abuelos visitantes. La jornada se llevó a cabo en el salón de recepciones.
Allí estuvieron presentes la cónsul de México en Filadelfia, Alicia Kerber; el alcalde Jim Kenney, la directora de Servicios Comunitarios de la alcaldía Joanna Otero-Cruz, la directora de la Oficina de Asuntos Inmigrantes, Miriam Enríquez; y la directora de la organización Mi Casa es Puebla, Ana Flores.
Para Kerber, este encuentro tiene un significado especial porque “demuestra que gobierno federal y gobierno local, trabajando de la mano con la embajada de EEUU, podemos hace cosas positivas como es la reunificación familiar”, afirmó.
La jefe de la delegación diplomática mexicana aseguró que visitas como esta, que se dan “sobre bases de buena fe y compromisos adquiridos por México, [son] la forma en que debemos trabajar ambos países en programas positivos, en programas que unan a las familias y sobre todo como buenos vecinos.
Por su parte Ana Flores, de Mi Casa es Puebla, señaló que Raíces de Puebla es “el programa más noble que existe. Podemos estar en contacto con nuestras familias de muchas maneras, por Facebook, por teléfono, pero nunca se va a sentir igual que un abrazo de nuestros padres”.
De acuerdo con Flores, con esta visita, el programa ha reunido a 600 personas en los pocos años que lleva implementándose por el gobierno estatal de Puebla, entidad que asume los costos totales de documentación, visado y traslados ida y vuelta de los abuelos.
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