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Navidad a solas

Durante esta temporada, uno de cada 28 niños en EE.UU. Estará separado de sus padres, la mayoría porque estos se encuentran en la cárcel.

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Kim Grant recuerda ese día en 1996 cuando su esposa lo dejó y se llevó a sus tres hijos. Recuerda el vacío del cuarto y el tramo ancho del piso.

“Había pasado todo el día con ellos sobre el piso, sobre mi espalda, corriendo como loco con el perro como si fuese nuevamente un niño”, dijo Grant. En ese entonces tenía veinte y tantos años de edad, y pasaba sus días con los niños y sus noches traficando cocaína y marihuana, motivo por el cual eventualmente fue arrestado y condenado. La cárcel no le era algo extraño en ese momento de su vida. Pero la separación de su familia no llegó a su fin con el regreso a casa de Grant.

“Supongo que sencillamente se cansó de mí” dice Grant. “Cuando llegué a casa, llegué a encontrar un piso alfombrado vacío”.

Cerca de dos décadas más tarde, Grant aún no ha visto a sus hijos. Su hija e hijo ya se han graduado de la escuela secundaria a estas alturas. “Gracias a Dios por Facebook”, dijo. Es la única forma que ha podido mantenerse al tanto de sus hijos, especialmente de su hija mayor. Cuando Grant habla sobre su hija, cita las palabras que le dice en las llamadas telefónicas.

“Papá, quiero que estés aquí”, Grant dice que le dijo antes de su graduación de la escuela secundaria. Él nunca llegó. “Papá, escucha, ya soy una adulta. Mamá me lo ha contado todo. Quiero escucharlo de ti.

Grant tenía tanto miedo de decirles a sus hijos que era un adicto a las drogas.

La madre de Grant también era una adicta, una alcohólica. Pero eso no fue lo que hizo que Grant perdiera su norte, dice él. Fue el piso vacío y nunca saber cómo dar el tipo de amor que un padre le da a su hijo. Era el amor que a Grat le había faltado durante toda su vida, y el vacío que le dejó y que intenta en vano llenar con algo más hasta que se dio cuenta de la verdad – necesitaba recoger los pedazos de su vida en donde se había quedado hacía décadas, antes de que perdió el año y no se graduó de la escuela. Necesitaba reavivar su vida, y reconectarse con sus hijos. Sólo entonces realmente estaría en paz. 

El ciclo

En Carolina del Sur, Grant creció bajo el ala de un sacerdote católico quien lo mantenía a él y pagaba sus estudios porque su madre no podía hacerlo. Cuando el sacerdote falleció, se volvió a trasladar con su madre como estudiante de la escuela pública. Eran pobres, así que él recurrió a la venta de drogas para poder comprar los zapatos y vestimenta que sus compañeros lucían. Tenía 18 años cuando cumplió su primera condena. Grant, sin embargo, aún recuerda esas navidades que pasó en la iglesia, con regalos y la familia del Sacerdote. Nunca conoció a su propio padre y le duele que no pudo estar allí para sus hijos durante sus Navidades. 

Ahora, Grant dice que está cambiando eso. Ha estado fuera de la prisión y sin consumir drogas, buscando trabajo y quiere matricularse en cursos en FIGHT de Filadelfia para obtener su equivalencia de secundaria. Su hija se matriculó en la universidad para estudiar derecho penal. 

“Me dijo: Papá voy a hacer esto por ti”, dijo Grant. “Porque durante toda mi vida tu estuviste en la cárcel. Quiero intentar enseñarle a las personas como no ir a la cárcel”.

La historia de Grant es bastante común. Eta navidad 1 entre 28 niños en todos los Estados Unidos estará separado de un padre de familia encarcelado durante las fiestas navideñas. El Pew Charitable Trust estima que 10 millones de niños en los EE.UU. han vivido el encarcelamiento de un padre de familia en algún momento en su vida. 

Más del 70 por ciento de los niños cuyos padres están encarcelados son Afroamericanos o Latinos. Cuando un padre va a prisión, las familias frecuentemente pierden un ingreso significativo, colocando a los niños en una pobreza más profunda. Los niños con padres en la cárcel frecuentemente viven la inestabilidad, especialmente si la madre es la encarcelada. Se quedan con los abuelos, familiares, en casas de acogida y a veces con la persona que ha abusado de la madre. Los niños con padres encarcelados crecen con un mayor riesgo de abusar de las drogas y el alcohol, y, por ende, con mayor riesgo de ser arrestados y encarcelados. 

Las estadísticas en torno al ciclo de prisión solían fascinar a Georgia Lerner, directora ejecutiva de la Women’s Prison Association en Nueva York. Ahora sencillamente las detesta. 

“No quiero aceptar esas cifras porque no tienen que ser así”, dijo Lerner. “Es realmente triste porque no creo que sea porque la madre estuvo en prisión que alguien tiene mayor probabilidad de ir a prisión”.

Los niños necesitan hogares estables, dijo Lerner. Y necesitan tener algún tipo de relación con su padre o madre. 

En 2005, la Journal of Family Psychology publicó un estudio que estudiaba la relación entre padres de familia e hijos de 94 madres que se encontraban detrás de las rejas. El estudio descubrió que los niños que visitaban a sus madres con mayor frecuencia tenían menor posibilidad de sentir temor, pérdida o vergüenza, mientras que las madres tenían menos probabilidad de sentirse deprimidas. Un informe de 2012 del Departamento correccional de Minnesota descubrió no solo una correlación positiva similar con la visita al padre de familia, sino que los reclusos cuyas familias visitaban frecuentemente tenían menos probabilidad de volver a la cárcel luego de haber cumplido su sentencia.  

La sentencia de la familia

Mantener una relación en la prisión es un trabajo difícil. La profesional de justicia restaurativa, Barbie Fischer lo sabe de primera mano. No sólo trabaja con familias y comunidades afectadas por el encarcelamiento de sus seres queridos, sino que su propio esposo ha estado en prisión durante 19 años. Sus parientes sanguíneos no se han reunido para compartir una comida navideña en 19 años. Este pasado Día de Gracias fue diferente a los otros en los que ella y su esposo buscaban en las máquinas expendedoras en busca de un emparedado de pavo para que pudiera cenar como “personas normales”. Este pasado Día de Gracias, Fischer reunió a algunas tías y primos de su esposo.  

“Todos me llamaron después y dijeron que habían disfrutado mucho pero que era demasiado difícil”, dijo Fischer. “Era demasiado difícil porque él no está allí”. 

Fischer describió el encarcelamiento como una pérdida extendida para toda una familia. Los hijos de su hermana nunca han conocido a su tío. Los niños no pueden enviarle a sus padres las manualidades que hacen en la escuela y los padres no pueden enviar galletas hechas en casa en la prisión estatal debido a las restricciones de Pensilvania –sólo tarjetas y libros, directamente de manos del distribuidor. Las madres encarceladas no pueden escoger regalos de Navidad. Las hijas necesitan que alguien más camine con ellas por el pasillo de la iglesia el día de su boda.

“Las cosas pequeñas que generalmente damos por sentadas en la vida son las piezas faltantes para los niños con padres encarcelados”, dijo Fischer.

Esa es una de las razones por las que el Instituto para la Justicia Comunitaria (ICJ por sus siglas en inglés) de Philadelphia FIGHT y el Eastern State Penitentiary se han unido para realizar una recolección de regalos y una fiesta para los hijos con padres actual o recientemente encarcelados. El 13 de diciembre, alrededor de 30 niños y las personas que cuidan de ellos se reunieron en el ICJ para decorar galletas de navidad, jugar juegos y llevar a casa algunos juguetes empacados donados por los visitantes en el histórico Eastern State Penitentiary. 

Kai Yohman, Coordinador de operaciones en el ICJ dijo que la fiesta es una oportunidad para que las familias se diviertan cerca de las fiestas de fin de año. 

“Creo que en realidad nunca se hace lo suficiente para estas comunidades, por lo que solo queremos darles un día de gozo”, dijo Yohman.

Foto por Lorelei Shingledecker, Sweetness&Light Photography

“Cuando pensamos en el sistema de justicia penal, pensamos en todas las personas que están allí pero no pensamos necesariamente en quienes ellos tuvieron que dejar atrás, ya sea los miembros de la familia o niños, comunidades, lugares de trabajo”, dijo Yohman. “Creo que como sociedad no pensamos en la forma y los impactos que puede tener una persona encarcelada sobre toda la comunidad”. 

Este año, no hay horas de visita por la tarde durante la Noche Buena en la prisión donde está encarcelado el esposo de Barbie Fischer. Fischer no verá a su esposo para la Navidad porque ese día cae jueves. Muchos niños no verán a sus padres si las personas a cargo de su cuidado deciden saltearse las horas de visita o no cuentan con transporte para llegar a una prisión que está a 50 minutos o cinco horas de distancia. 

Otro tipo de ‘castigo’

Georgia Lerner de la Women’s Prison Association dijo que la ‘severidad contra la delincuencia” es un gran mantra de las campañas políticas, pero pocas personas a cargo de la formulación de políticas traen a la mesa lo que realmente funciona para reducir el crimen y reducir el índice de encarcelamiento de los EE. UU., uno de los más altos en el mundo. Lo que funciona, dijo Lerner, es enfrentar la raíz de por qué las personas cometen delitos.

“Si alguien es arrestado por vender drogas, queremos que esa persona deje de vender drogas. Castigamos a la persona, la enviamos a la cárcel, cuesta mucho dinero, pero en la mayoría de los casos enviar a alguien a la prisión no hace nada en cuanto a que dejen de vender drogas más adelante. No se centra en el motivo subyacente por la que la persona está vendiendo drogas”, dijo Lerner. Quizá un tratamiento contra las drogas sea una respuesta más adecuada, dijo Lerner. Pero si el problema de raíz es un trastorno causado por el estrés postraumático debido a años de abuso, el tratamiento contra las drogas aún no podría garantizar el cambio. 

“Si quitamos estas drogas y no contamos con otra cosa para tratar los otros problemas asociados con enfermedades mentales, entonces lo que queda es nada y no hay herramientas para tratar sus síntomas”, dijo Lerner. “Realmente tenemos que tratar de entender por qué alguien comete un delito si queremos reducir las probabilidades que lo vuelvan a hacer”. 

En los Estados Unidos, el 67 por ciento de los prisioneros liberados en 2005 fueron arrestados dentro de un período de tres años después de su liberación, y 76 por ciento fueron nuevamente arrestados dentro de un período de cinco años, según informó un estudio reciente del Departamento de estadísticas de justicia. El índice de reincidencia de Pensilvania es más bajo, pero el 40 por ciento de los liberados en el 2010 aún fueron encarcelados antes del 2014. 

Parte del problema es que las dificultades económicas no desaparecen en la cárcel. Un antecedente penal con frecuencia empeora las cosas ya que es más difícil encontrar trabajo y un techo, sin mencionar una pérdida de ingresos durante años. Pero no sólo el prisionero paga el precio. 

Pensilvania gasta más para alojar a un prisionero en un año de lo que muchas de las familias del estado devengan anualmente --$32,986, según el Instituto Nacional de Correcciones, aunque algunos cálculos estiman que el precio es mayor a $40,000. La mayoría de los hogares de Pensilvania devengan menos de $53,000 al año. En Filadelfia, esa media cae a $37,000.  

Barbie Fischer dijo que si su esposo no estuviera encarcelado, podría trabajar, pagar impuestos, apoyar a la economía local al gastar dinero y ahorrarle a los contribuyentes $44,000 al año. En estos momentos él devenga uno de los salarios de prisión más altos: $0.36 la hora. 

La organizaciones como Women’s Prison Association buscan alternativas al encarcelamiento que se han comprobado que reducen la reincidencia exitosamente y mejoran a comunidades enteras. Por el momento, 40 mujeres han sido sentenciadas al JusticeHome, un programa de la WPA para evaluar a las mujeres individualmente y tratar la causa de origen de su delito al mismo tiempo que se evita el encarcelamiento. Inicialmente los jueces titubearon respecto a evitar una sentencia de prisión en estos casos. No querían “excusar a las mujeres”. Pero Lerner dijo que cualquiera que piense que es más fácil estar en la comunidad que ir a prisión se equivoca. Dijo que las mujeres en el programa tienen que verse internamente y afrontar los temores a los que han huido durante toda su vida. 

“Al final de cuentas, queremos que una mujer pueda verse al espejo cualquier día y sentirse cómoda al aceptar quién es y cómo llegó a ese día –poder ser responsable de sí misma para que pueda ser libre para avanzar y tener una vida productiva y feliz”, dijo Lerner. 

En casa para la Navidad

Barbie Fischer no verá a su esposo en Navidad de este año ya que estará viajando para estar con su familia. Kim Grant pasará sus fiestas en Filadelfia con la novio con quien ha estado durante 9 años. No ha tenido noticias de su hija durante meses, pero espera que todo salga bien al final. El originario de Filadelfia Tarrence Swartz pasará la Navidad con su nueva novia y su hija de 8 años de edad, a quien se refiere como su hijastra. 

Swartz dejó a su hijastra en la escuela y recordó una reunión que sostuvo con su propio padre biológico por primera vez cuando tenía 8 años de edad, cuando su abuela lo llevó a la cárcel para verlo. 

“Me desconcertó verlo en la cárcel. Pensaba algo como por qué estoy aquí”, dijo Swartz. “Ella me dijo. ‘Estas aquí para ver a tu padre’. Ver a mi padre, pero si mi padre está en casa”.  

“Deseé jamás haberlo conocido. Pero tuve que hacerlo porque mi abuela me dijo que lo correcto era que supiera quién era mi padre”, dijo Swartz. “Vi a mi padre entrar y salir de la cárcel durante toda mi vida. Vi a mi padrastro entrar y salir de la cárcel toda mi vida”. 

Su padre, su padrastro, y “meterse con el grupo equivocado” desempeñaron un papel principal en “corromper” la mente de Swarts, dijo éste, volcándose a las calles para vender drogas y hacer dinero, y eventualmente parando detrás de las rejas en 2006, cuando tenía 22 años de edad. 

“Fue difícil para mí estar encerrado, estar lejos de mis amigos y familia”, dijo Swartz. “Especialmente de mi familia, que era mi gran sistema de apoyo”.

En 2008, Swartz realmente sintió la separación en el Día de Gracias. Ese día se descompuso y lloró y lo mismo ocurrió de nuevo el día de Navidad. Y también el día de Año Nuevo, pero para ese entonces, ya se había acostumbrado.  

Las llamadas telefónicas eran dolorosas. La sobrina de Swartz preguntó dónde estaba y cuándo llegaría a visitar. En febrero de 2009 se presentó ante los tribunales. Su sentencia había terminado. 

“Cuando el juez me dijo que iría a casa, me presenté frente a mi hermana y mi sobrina, ni siquiera les dije que iría a casa, solo llegué y estaban felices de verme”, dijo Swartz. “Fue el mejor momento de mi vida. Me prometí que nunca volvería. Es el último lugar en el que quiero que alguien me vea. Y he cumplido mi palabra”.

Será la primera Navidad que Swartz pasará con su nueva familia, pero sin duda no la última, dijo.

“Uno no puede cambiar lo que ocurrió”, dijo Swartz. “Lo único que yo puedo hacer es tratar de cambiar para mejor”. 

Tarrence Swartz, Ericka Epps y Zahirah (Foto por Lorelei Shingledecker, Sweetness&Light Photography)