Heroína en batalla contra el cáncer
Tras más de cuatro décadas investigando incansablemente contra el cáncer, la doctora Irma H. Russo falleció en el año 2013 a causa de esta dolencia, dejando un…
Asegura el proverbio chino que inspiró el nombre de uno de los principios de la teoría del caos, el conocido como efecto mariposa, que “el movimiento de las alas de una mariposa puede cambiar el mundo” o “puede sentirse al otro lado del mundo”. Una bella metáfora convertida en un inagotable ‘recurso’ del que históricamente han bebido ramas como la física, la matemática, la meteorología y hasta el cine; quizá por su capacidad para extrapolarse a todos y cada uno de los aspectos de la vida.
En ocasiones, más de las que se cree, ese aleteo que lo cambia todo se produce a tan solo unas millas, aunque el silencio con el que se ejecuta y el deseo de anonimato de aquel que lo inicia hacen que se sienta tan lejano como reza el proverbio; convirtiendo al artífice del mismo en un héroe anónimo. Y afortunadamente, de ellos está lleno el mundo.
También el área de Filadelfia, donde residió y movió sus ‘alas’ durante años la doctora Irma H. Russo. Ella fue una de las heroínas anónimas con las que contó la ciudad y cuyo nombre, pese a ser de sobra conocido en el entorno científico y médico por su incasable trabajo de investigación en la lucha contra el cáncer de mama, pasó más desapercibido en el seno de la comunidad local.
No lo hizo, sin embargo, el resultado de sus acciones y su innovadora forma de pensar que, según cuenta su viudo e inseparable compañero de profesión, el doctor José Russo —actual director del Laboratorio Irma H. Russo de Investigación de Cáncer de Mama, en Fox Chase Cancer Center—, fue una constante durante toda su vida profesional y personal.
Para entender su lado más conocido por el público, el de la doctora Russo, hay que transportarse al Buenos Aires de la década de los 60. Allí fue donde viajó a los 18 años desde San Rafael (en la localidad argentina de Mendoza), su ciudad natal, para someterse en compañía de su entonces prometido, a un test vocacional que reveló sus grandes aptitudes para estudiar biología.
“Eso fue para Irma lo esencial para decir ‘bueno, voy a estudiar medicina’. Entonces rompió el compromiso de matrimonio y entró a medicina”, asegura el doctor Russo.
Podría decirse que fue en ese momento y en ese lugar, la facultad de medicina de Mendoza, donde comenzó a perfilarse su prometedora carrera. No solo por su llegada al campo de la medicina, también porque fue allí donde conoció a la segunda mitad del futuro equipo de investigación que más adelante conformaría con el que años después se convirtió además en su marido.
“La primera vez que la vi a ella fue cuando nos cruzamos en el corredor, tropezamos el uno con el otro, y me llamó la atención como persona, como mujer. Pero no la volví a ver hasta cinco años después”, cuenta el doctor Russo.
Fue en una clase de patología general en la que él, que estudiaba en un curso superior al suyo, ejerció de profesor de ella —era ayudante de cátedra—. Sin embargo, la amistad no surgió hasta un tiempo después, cuando ambos volvieron a coincidir en el mismo laboratorio.
“La invité a salir en febrero de 1967 y desde ese momento estuvimos siempre juntos”, asegura el doctor Russo.
Dos años después se casaron y en el año 1971 se mudaron a Estados Unidos para desarrollar su carrera como investigadores contra el cáncer. Llegaron al país contratados por la Rockefeller Foundation, y en el 1973 se trasladaron a la Michigan Cancer Foundation, actual Karmanos Cancer Institute.
Allí formaron el laboratorio de investigación de cáncer de mama que ahora lleva el nombre de ella y también allí, durante sus largas caminatas por el lago Michigan —“charlando y charlando, porque el diálogo con Irma era muy profundo, continuamente estábamos hablando de investigaciones”— dieron con el enfoque del que ha sido uno de sus grandes proyectos en el ámbito laboral.
Su aportación a la lucha contra el cáncer
“Uno de los objetivos por dónde empezar el estudio del cáncer de mama de una manera nueva, original. […] Entonces dijimos ‘por qué no estudiamos aquellos casos en los que las mujeres no desarrollan cáncer de mama’”.
Según explica el doctor Russo, observaron que “las mujeres que tienen una preñez temprana, entre los 18 y los 24 años, no desarrollan cáncer de mama”. Su línea de investigación se centró entonces en estudiar y demostrar que “la razón por la que los animales desarrollaban cáncer de mama era porque tenían una glándula que cuando se quedaban embarazadas la glándula mamaria se desarrollaba completamente y vimos que ese desarrollo aparentemente era sumamente importante para producir la prevención del cáncer”.
Los primeros estudios al respecto los publicaron en el año 1975, cuando comenzaron a plantearse la posibilidad de aplicar el mismo concepto a los humanos, y se prolongan hasta la actualidad, centrándose en los genes que controlan la protección de la glándula mamaria.
“Hay una serie de genes que se activan durante el embarazo y que quedan activados permanentemente en la glándula mamaria humana y esos son los que ayudan a que la glándula mamaria sea auto vacunada contra el cáncer de mama. Pero no podemos hacer que todas las mujeres se embaracen para producir protección. Entonces, encontramos la manera de simular la preñez inyectando a los animales una hormona, que es la hormona del embarazo, y con ella vimos que los animales que reciben esa hormona se protegen de por vida contra el cáncer de mama”.
Su búsqueda de un método para prevenir este tipo de cancer se centra en la actualidad en un ensayo clínico que se está desarrollando en Europa con mujeres portadoras de una mutación en el gen BRCA1 y BRCA2.
“Se les inyecta esta hormona y estamos estudiando si los mismos genes que hemos visto activados en la mujer que ha tenido una preñez temprana se activan con esta hormona. Si eso se consigue podríamos aplicar esta hormona a todas las mujeres de todas las edades como un elemento preventivo”, explica el doctor Russo.
Su acción en Filadelfia
Tras 19 años en Detroit, en los que, a iniciativa de la doctora Russo, aprovecharon para convalidar el título de medicina que habían obtenido en Argentina, se trasladaron al área de Filadelfia.
“Irma tenía una gran capacidad intuitiva a la hora de darse cuenta de qué eran las cosas importantes y en cierta manera fue muy interesante en nuestro matrimonio eso”, asegura su marido.
Su nuevo destino fue el Fox Chase Cancer Center, donde ella llegó como directora de patología quirúrgica y él como chairman del departamento de patología de esta institución en el año 1991.
En Fox Chase continuaron con unas investigaciones que a día de hoy, y tras el fallecimiento de la doctora Russo el 25 de junio de 2013 a causa de un cáncer de ovario, realiza su marido en el rebautizado como Irma H. Russo Cancer Laboratorio.
“Trabajar juntos fue parte del éxito. No creo que hubiéramos conseguido las cosas que conseguimos si no hubiéramos trabajado juntos”, asegura el doctor Russo.
Según explica, su mujer era la que aportaba las ideas. “Ella era lo que se llama un ‘thinker’, le gustaba barajar ideas. Era muy lógica, muy filosófica y le gustaba siempre manejar ideas nuevas. Siempre estaba buscando qué otra cosa se podía hacer. Y algunas de las ideas que tuvo fueron muy originales”.
Mientras que él era el encargado del desarrollo. “En cierta manera yo soy una persona sumamente organizada. Yo he sido el que ha puesto las ideas entre corchetes, decir ‘esto es lo que se hace’”.
Dos formas diferentes, por un lado, de ver la vida y por el otro, la medicina, que hicieron del matrimonio Russo un dúo de lo más prolífico.
“Yo creo que hay dos grandes aventuras en la vida. Una de ellas es conseguir la pareja que uno quiere y la segunda es encontrar lo que uno quiere hacer en la vida, es decir, en lo que uno quiere desarrollarse. Creo que las dos cosas se dieron con ella”.
Su trabajo en la comunidad
Cuando uno pregunta por la faceta más ‘desconocida’ de la doctora Russo, la personal, su marido no duda ni por un segundo: “Era única”.
“Tenía un gran corazón. Después de su muerte me enteré de las cosas que había hecho, de ayudar a tanta gente. Es decir era una persona con una gran predisposición a ayudar”.
Un buen ejemplo es su trabajo con la parroquia Lady Help of Cristian de Abington (Pensilvania), donde durante años ayudó económicamente a familias en apuros con sus propios ahorros. Unos actos de los que su familia no tuvo conocimiento hasta su funeral, cuando una veintena de personas compartieron con ellos su experiencia con Irma.
La lucha contra el cáncer de mama fue su principal caballo de batalla, y no solo dentro del laboratorio. En el año 1994 fundó League of Women Against Cancer —Liga de Mujeres Contra el Cáncer— (LOWAC, según sus siglas en inglés) con el objetivo de educar y ayudar a las mujeres de minorías en el diagnóstico, el tratamiento y la prevención de esta dolencia.
Cuenta su marido que cada hora que no estaba trabajando junto a él en el laboratorio la dedicaba a LOWAC. Bajo el paraguas de esta organización nació en la publicación especializada Journal of Women Cancer, de la cual ejerció como editora hasta el año 2008.
Además de educar, tanto al público como a la comunidad médica, otra de sus tareas en LOWAC fue el uso de sus fondos personales y de donaciones para ayudar a mujeres que se encontraban en apuros de cualquier tipo, desde el pago de una mamografía hasta una emergencia en su casa o la pérdida de su empleo.
Una ayuda que se extendió también a la comunidad latina de Filadelfia con la que la doctora Russo comenzó a trabajar de la mano de Congreso de Latinos Unidos en la década de los 90 ofreciendo consultas a las mujeres con cáncer de mama y asesoramiento respecto al tratamiento.
“Nada de lo que hacía era sobre ella, siempre estaba buscando cómo ayudar a los demás”, asegura su hija, Patricia Russo. “Y ayudaba porque realmente quería hacerlo, no porque quisiera ningún tipo de crédito. No le gustaba ponerse delante de gente, prefería hacerlo de puertas para dentro”.
Además de su predisposición a ayudar, su gran capacidad para conectar diferentes agentes es otra de sus características más destacadas por aquellos que mejor la conocían.
En este sentido, la doctora Russo trabajó en el establecimiento de programas, como uno llevado a cabo en el 2012 entre el Breast Cancer Research Laboratory y el programa Co-Op de la Universidad de Drexel. Gracias a él, entre siete y ocho estudiantes tuvieron la oportunidad de rotar en el laboratorio durante seis meses para aprender sobre su trabajo en el ámbito del cáncer de mama. Desde entonces unos 60 estudiantes se han beneficiado de esta iniciativa.
Un proyecto similar al que inició en 1995 en DeSales University y que más de 20 años después aún continúa en funcionamiento.
A nivel nacional, Irma también participó en la fundación de Breast Cancer Coalition, a finales de los 70; fue parte de Breast Cancer Task Force of the National Cancer Institute, a principios de los 90; y trabajó con la American Cancer Society en la creación de su rama en Filadelfia para ayudar a la concienciación contra el cáncer en la comunidad latina.
Y todo ello, sin hacer ningún tipo de ruido.
“Ella era una de esas almas silenciosas que hacía bien pero que nunca quiso tomar ningún lugar como primera figura. De hecho, la institución le dio el título de profesora titular después de la muerte porque nunca le interesaron los cargos o los homenajes públicos o estar en el ruido. Toda su obra fue poner en contacto a la gente. Era sumamente humilde”.
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