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Manuel Portillo, director de community engagement del Welcoming Center for New Pennsylvanians. Foto: Samantha Laub / AL DÍA News
Manuel Portillo, director de community engagement del Welcoming Center for New Pennsylvanians. Foto: Samantha Laub / AL DÍA News

"Estaba muy molesto con Estados Unidos"

Manuel Portillo, sobreviviente del conflicto armado de Guatemala y director de Community Engagement del Welcoming Center for New Pennsylvanians, es hoy un…

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La sangre del pueblo ha sido la tinta con que la mayoría de países al otro lado de la frontera han escrito los capítulos más oscuros de la historia de Latinoamérica. Y –también en la mayoría de los casos– los autores intelectuales de semejantes tragedias se han ido de este mundo sin pasar un solo día en la cárcel.

Guatemala tiene su propio capítulo y uno de sus protagonistas fue el exdictador Efraín Ríos Montt, quien el pasado domingo murió a los 91 años de edad sin haber respondido por los crímenes de lesa humanidad que se cometieron en uno de los períodos más atroces del conflicto armado guatemalteco.

Entre marzo de 1982 y agosto de 1983, el país centroamericano sufrió la mayoría de masacres perpetradas en los 34 años que duró su guerra (1962-1996).

Según la Comisión de Esclarecimiento Histórico (CEH) –citada por El País de España– cerca de 10.000 guatemaltecos fueron asesinados (en su mayoría indígenas ixiles), 448 aldeas fueron borradas del mapa y el número de refugiados ascendió a 100.000 personas durante los 17 meses de Ríos Montt en el poder.

Después de Colombia –que tiene 82.998 casos registrados desde 1958–, Guatemala es el país del continente con más personas desaparecidas forzosamente; esto si a las 6.159 víctimas de este crimen de lesa humanidad se le suman las 23.671 víctimas de ejecuciones arbitrarias o extrajudiciales.

Al final del conflicto armado guatemalteco y “combinando estos datos con otros estudios sobre la violencia política en Guatemala, la CEH estima que el saldo de muertos y desaparecidos llegó a más de 200.000 personas”, de acuerdo con su informe Guatemala: Memoria del Silencio.

Hoy, 22 años después del fin de la guerra, y con una larga lista de preguntas sin respuesta, las víctimas guatemaltecas todavía reclaman que se haga justicia. Esa búsqueda se ha extendido incluso hasta Filadelfia.

Reparador de tejido social

Un sobreviviente de la barbarie que sufrió Guatemala –con decidido apoyo del gobierno de Estados Unidos– es hoy un tejedor de vida en la ciudad. Se trata de Manuel Portillo, director de Community Engagement del Welcoming Center for New Pennsylvanians.

Manuel llegó a EE. UU. a mediados de la década de los 80 desplazado por una guerra que le arrebató a varios miembros de su familia. “Estaba muy molesto con Estados Unidos, quería contarle a los americanos lo que estaba sucediendo en mi país”.

En otras palabras, lo que Manuel quería era señalar a los responsables de los crímenes de lesa humanidad. Quería decirle a la sociedad estadounidense que buena parte de la violación de derechos humanos que él y sus compatriotas sufrieron, no hubieran sido posibles sin el respaldo de Estados Unidos a las dictaduras guatemaltecas.

Lo que le dolía era la indiferencia del grueso de la sociedad frente al involucramiento de su gobierno en un conflicto que hundía a Guatemala en un baño de sangre.

Como lo reportó el Washington Post en 1999, documentos desclasificados de inteligencia americana evidenciaron que “Estados Unidos estuvo íntimamente involucrado en el equipamiento y entrenamiento de las fuerzas de seguridad guatemaltecas (…) y que la CIA mantuvo relaciones cercanas con el Ejército guatemalteco en la década de los ochentas”.

El informe del CEH estableció que cerca del 97 por ciento de los crímenes de lesa humanidad perpetrados con ocasión del conflicto armado fueron cometidos por las fuerzas armadas del país centroamericano.

Poco a poco la rabia se convirtió en otra cosa. Algo le decía a Manuel que si quería curar sus heridas debía continuar en suelo ajeno el legado de sus padres: respetar los derechos de los demás y trabajar por el bienestar colectivo.

Desde entonces se ha dedicado a fortalecer el tejido social de miles de inmigrantes que viven en Filadelfia; acompañándolos y asesorándolos para que –como él– sean capaces de reconstruir sus vidas en un escenario que en principio les es extraño.

Por su trabajo comunitario y su historia como inmigrante guatemalteco y ciudadano americano, Manuel es uno de los 12 finalistas de la campaña I Am An American Immigrant de AL DÍA News y Cabrini University.

¿Qué significa para usted ser un inmigrante americano?

Ciertamente puedo decir que soy un inmigrante americano porque admiro este país, me encanta esta ciudad y amo a mis vecinos. Creo que eso me hace sentir americano, lo que no hace un pedazo de papel.

No creo que la ciudadanía sea la mejor manera de describir quién es americano y quién no. Creo que eso tiene que ver más con conocer, defender y promover sus derechos, así como con asumir y ejercer sus responsabilidades cívicas con los demás.

¿Cuándo fue la primera vez que se sintió como en casa aquí?

Empecé a sentir que Filadelfia era mi hogar cuando la gente de los barrios empezó a darme la bienvenida. Fue un poco sorpresivo. Yo trabajaba como organizador comunitario y de un momento a otro, la gente de los barrios donde trabajaba empezó a ser muy amable conmigo.

Pese a que mi acento era muy fuerte, la gente me recibía… fue trabajando con ellos, ese sentido de trabajar juntos, el que me hizo sentir que estaba en casa.

Me di cuenta de que la gente no sentía ningún odio hacia mí, que no les interesaba el que fuera inmigrante. Al contrario, me recibían y nos poníamos a trabajar en buscar soluciones a los problemas que nos afectaban a todos por igual.

¿Cuáles son los aportes de los inmigrantes en Filadelfia?

Ofrecemos mucho liderazgo en la ciudad. No somos gente de perder el tiempo, venimos con un propósito claro. Somos trabajadores enfocados en nuestros objetivos, somos gente de familia y tener un trabajo así como ser socialmente útiles es muy importante para nosotros.

Muchas veces, el éxito es visto en términos de la capacidad de una persona de ascender socialmente y volverse millonaria. Yo entiendo el éxito de otra manera: en la capacidad de escuchar a la gente y entender que cada quien tiene el derecho de hacer su propia definición del éxito.

Las historias de éxito [entre inmigrantes] abundan. Por ejemplo, un ingeniero colombiano que llegó a Filadelfia sin hablar inglés y en cuestión de tres meses aprendió el idioma y la cultura de la ciudad y poco tiempo después encontró trabajo como ingeniero junior en una compañía. Desde ahí, empezó a ayudar a otros [inmigrantes] a encontrar oportunidades similares a la que él tuvo. Esa historia se repite una y otra vez.

Otro ejemplo es que la gran mayoría de nuevas empresas o negocios que se abren en la ciudad son propiedad de inmigrantes. Ese es un hecho que poca gente sabe, estudios recientes dicen que más del 80 % de los nuevos negocios en Filadelfia son abiertos por inmigrantes.

¿A qué se debe eso?

Creo que la principal razón es la experiencia emprendedora, que es muy fuerte entre las comunidades inmigrantes.

Los inmigrantes somos emprendedores. Yo no creo que los inmigrantes venimos en busca de trabajo, creo que venimos buscando oportunidades y esas oportunidades se presentan de muchas maneras.

Es muy interesante que muchas veces, la gente que crea nuevos negocios lo hace con sus propios recursos, a veces de origen familiar y otras veces de créditos. Eso significa que los inmigrantes invierten en la ciudad.

"Cada quien tiene el derecho de hacer su propia definición del éxito"

La segunda razón diría que se debe a que Filadelfia es una ciudad que están teniendo mucho progreso en términos de acogida de inmigrantes y reconociendo sus aportes.

Tenemos a un alcalde que está muy comprometido con apoyar a los inmigrantes. Tener un ambiente amigable y acogedor es por supuesto un factor relevante que explica por qué los inmigrantes son tan propensos a crear empresa y ser exitosos en esta ciudad.

Sin ese apoyo, creo que el panorama sería diferente.

Si tuviera a Donald Trump en frente suyo, ¿qué le diría?

Lo veo como a un ser humano. En todo lo que dice y hace, subyace su condición de ser humano, y creo que está equivocado.

Yo no creo ni en venganzas ni en revanchas, yo creo en la justicia y mi única esperanza es que los jóvenes, las nuevas generaciones, jamás respondan con odio. Pero habrá una nueva generación que no olvidará todo el daño que el señor Trump les está haciendo, puede que hoy no lo veamos, pero en pocos años será evidente el impacto de sus políticas.

Solo espero que la gente no olvide y que tomen acción para que esa horrible experiencia de tener a líder nacional –que en vez de promover y proteger a la gente, la odia, la insulta y la maltrata– no se vuelva a repetir.