“La visión que se tiene de Venezuela desde EE.UU. es absolutamente imprecisa”
Conversamos con el escritor venezolano-americano Sebastian Castillo, autor de “49 Venezuelan novels” y profesor de Escritura Creativa en diversas universidades…
Sebastian Castillo nació en Venezuela hace 30 años de un matrimonio de bailarines – el padre es venezolano y la madre americana– , pero sus recuerdos de infancia en Caracas son bastante difusos. Cuando tenía ocho años, su madre decidió que ella y el pequeño se mudarían a Nueva York para poder continuar con su carrera y alejarse de la situación política cada vez más complicada que se vivía en el país. Así pues, Sebastian tuvo que decir adiós al buen clima y al calor de la numerosa familia de su padre en Caracas, así como al español –un idioma que hoy habla con dificultad– para adaptarse a su nueva vida en la Costa Este americana.
La integración en EE. UU. no fue complicada para Castillo: acostumbrado a hablar en inglés con su madre, no sufrió la barrera del idioma como otros niños inmigrantes latinos –aunque debió tomar algunos cursos de inglés antes de empezar la escuela– y enseguida hizo amigos americanos, que hoy siguen siendo amigos suyos. Esos sí, admite que al principio echaba de menos el buen tiempo, las vacaciones en la playa y la gran familia que tenía en Caracas. “La familia de mi madre en Nueva York es muy pequeña”, explica por teléfono este joven escritor y profesor venezolano-americano residente en Filadelfia.
Castillo es profesor de escritura creativa en varias universidades de Filadelfia (La Salle, Temple y UPenn) y el año pasado publicó 49 Venezuelan Novels (Bottlecap press), una compilación de microrrelatos e historias familiares inspiradas en Filadelfia y en una Venezuela imaginaria.
“No pensé en dedicarme a escribir hasta los 20 años, cuando estaba a punto de terminar la universidad”, explica Castillo, que estudió Inglés y Filosofía en el Manhattan College. Después de graduarse, trabajó en varios empleos de edición hasta que en 2013 decidió mudarse a Filadelfia para cursar una maestría en Ficción Creativa en la universidad Temple, “porque quise adentrarme en la escritura de una forma más enfocada”, comenta.
Desde entonces, Castillo no se ha movido de Filadelfia, donde compagina la enseñanza con la escritura de libros. Y uno de los factores clave para dedicarse a escribir fue descubrir la obra de autores latinoamericanos en la universidad, empezando por el chileno Roberto Bolaño:
“Bolaño es la razón por la que empecé a escribir. Y gracias a él, descubrí un mundo entero de autores increíbles y fascinantes: Borges, Rulfo, Cortázar…”, admite. “También soy un gran admirador de escritores latinoamericanos contemporáneos: Alejandro Zambra, César Aira, Samantha Schweblin, para nombrar unos cuantos”, añade.
Para Castillo, la escritura es un medio que permite explorar un sinfín de posibilidades mucho más amplia que la expresión verbal. “Supongo que suena un poco arrogante, pero es verdad. En la escritura no hay normas, mientras que en la vida hay normas. Y este tipo de libertad puede ser muy emocionante”.
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Su reciente libro, 49 Venezuelan Novels, ha sido descrito como una compilación de micro-relatos surrealistas, donde se mezclan escenas cotidianas de nuestra ciudad y de una Venezuela imaginada (Castillo apenas ha regresado a su país en los últimos años), pero el autor no se siente particularmente influenciado por el realismo mágico que tanto ha marcado la literatura latinoamericana en las últimas décadas.
“En términos de micro-ficción, diría que estoy más influenciado por autores contemporáneos norteamericanos como Lyida Davis y Russell Edson, o Daniil Kharms (escritor satírico ruso de la época soviética que se incluye dentro de la corriente del surrealismo y el absurdo)”, dice.
Originalmente, 49 Venezuelan Novels tenía que incluir 99 relatos, pero recortando todos aquellos que creía que no encajaban hasta que le quedaron 49. “Quería una cifra que sugiriera algo incompleto, quizás aleatorio… que hay algo más que el mero texto impreso”, dice el autor, convencido de que el lector puede transformarse en coautor cuando lee sus microrrelatos. “Encontrará tan poco ahí, que quizás pueda completar el resto de la novela en su cabeza. Valoro mucho este tipo de relación entre lector y escritor, donde los dos trabajan juntos en la creación de historias”.
Desde que se marchó de Venezuela, con ocho años, Castillo solía viajar a Caracas al menos una vez al año para visitar a su padre. “Debí viajar unas seis o siete veces en total”, dice. Pero ahora la situación en el país es mucho más complicada: “La situación de mi padre y mi familia no es buena, como la de la mayoría de la gente de Venezuela estos días”, añade Castillo.
Al autor le preocupa que la visión que se tiene de Venezuela desde Estados Unidos sea “absolutamente” imprecisa: “la percepción general que la gente tiene aquí de Venezuela –o al menos los medios de comunicación– está marcada por una perspectiva engreída, imperialista y conservadora: lo ven como un país socialista fallido”, dice. Al mismo tiempo, añade, “hay muchos defensores de izquierdas que rechazan reconocer la responsabilidad de Chávez y Maduro en lo que se refiere a la actual situación política del país. Yo, como socialista, defiendo las políticas socialistas, por supuesto. Pero eso no significa que estos políticos puedan librarse de la crítica”.
Castillo se declara “socialista” pero en cambio no está muy seguro de cuando empezó a tomar consciencia de su identidad latina. “Soy un venezolano blanco, de padre venezolano y madre americana. Creo que un problema que tienen muchos americanos es que su concepto de raza no concibe ser blanco para alguien que venga de otros países que típicamente asocian como no-blancos. Pero la realidad es que hay mucha gente blanca en América Latina que se aprovecha de los privilegios de ser blanco de la misma forma que lo hacen los blancos en Estados Unidos”, dice. “Así que, aunque admito Venezuela y ser latino como parte de mi identidad, sería totalmente irresponsable por mi parte identificarme enteramente con esta etiqueta, teniendo en cuenta que obviamente me interpretarían como una persona blanca con más capacidad social”.
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