“Hay indígenas muriéndose en las calles de la capital”
Este domingo se celebran elecciones presidenciales en Paraguay. AL DÍA conversó con Javier Viveros, escritor y vicepresidente de la Asociación de Escritores de…
El próximo domingo 22 de abril, más de 4,2 millones de paraguayos están convocados a las urnas para elegir a su próximo presidente. Pero las elecciones presidenciales en Paraguay pasarán desapercibidas en buena parte del mundo, igual que la mayoría de las cosas que ocurren en este país latinoamericano, uno de los más pobres y menos desarrollados de América Latina.
Sin embargo, Paraguay tiene mucho más por ofrecer, empezando por una prometedora nueva generación de escritores que tratan de reflejar en sus novelas la realidad histórico-social de su país natal. Entre ellos se encuentra Javier Viveros, ganador del Premio Edward y Lily Tuck para la literatura paraguaya, tanto en español como en guaraní, otorgado cada año por el PEN Club de los Estados Unidos.
El libro ganador, Fantasmario, relata los cuentos de la Guerra del Chaco, el cruel combate que enfrontó a Paraguay y Bolivia entre 1932 y 1935, considerado uno de los conflictos más importantes de Sudamérica en el siglo XX. Fantasmario fue publicado en septiembre de 2015 en español por la editorial Arandurã y será traducido al inglés gracias a la ayuda de 3.000 dólares que concede el Premio.
A los doce años escribí un par de cuentos; después, a los catorce, escribí poemas. Mi vida literaria empezó como la de todos: con la lectura. Luego de haber transitado muchas páginas suele llegar el momento en el que a uno lo invaden las ganas de contar sus propias historias, de agregar volúmenes a la gran biblioteca universal, de libros que lleven su firma. Algunos damos ese paso.
El premio incluye la traducción y publicación al inglés de mi obra. Esa es, desde luego, la mejor herramienta para dar a conocer la literatura paraguaya en otros países, en este caso, el gran mercado angloparlante. La traducción es seguramente el único camino que tenemos para romper la situación de aislamiento que asfixia al Paraguay, eterno ausente de los grandes circuitos editoriales.
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Fantasmario no es un libro de historia, es un libro de ficción en el que mi intención fue posar la mirada sobre el lado humano del conflicto; por encima del patrioterismo deletéreo, mi interés se centró en contar historias de esos soldados que se metieron entre las fauces antropofágicas de la guerra, ese monstruo que repartía la muerte sin tomar en cuenta el color del uniforme.
El panorama local muestra una interesante camada de narradores talentosos que muestran otras miradas, otras voces, no solamente inspiradas en la historia. Son autores que están publicando y que constituyen una promesa de obras de calidad para el corpus de nuestra literatura. Bolivia también cuenta ahora con un puñado de avezados narradores a los que sobra calidad y a quienes las grandes editoriales no han todavía descubierto.
En mi país hay una gran asimetría entre la producción literaria que se hace en castellano y la que se hace en guaraní. No creo que deba tener más promoción que la literatura en castellano, pero estaría bien que la tuviera al menos en la misma cantidad. Después de todo, tanto el castellano como el guaraní son lenguas oficiales del Paraguay.
No es muy halagüeño el presente. Tenemos la segunda mayor tasa de deforestación a nivel mundial, la emisión de bonos soberanos ha endeudado al país por varias generaciones, el narcotráfico tiene pase libre en las fronteras, hay indígenas muriendo en las calles de la capital; se han filtrado audios que demuestran casos de corrupción y tráfico de influencia en el ambiente político, esos audios que vinieron solo a certificar el consabido grado de putrefacción del nuestro sistema judicial.
Los retos para el futuro presidente son numerosos, exigentes y provienen de todos los sectores. Aunque ciertamente no parece que algo vaya a cambiar, pues la oferta de candidatos presentada por los dos principales partidos políticos dista de ser buena o medianamente aceptable. En el área que más me interesa tampoco hay demasiadas esperanzas: ninguno de los candidatos ha siquiera mencionado la palabra “cultura” en sus respectivas campañas, por lo que el sector cultural no cuenta siquiera con edulcoradas promesas electorales. El panorama se muestra ominoso, como en los relatos de Lovecraft.
La llegada de la democracia ha sido muy saludable. Ha dado libertad temática a los autores al disolverse de alguna manera la censura oficial, esa que podía fácilmente exiliar o desaparecer a un escritor cuyo trabajo no fuera mirado con buenos ojos por el régimen dictatorial.
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