Ariana Harwicz: “Mis personajes son marginales de la lengua”
La autora argentina, finalista del prestigioso Man Booker el pasado año, ha visitado Estados Unidos para presentar dos de sus obras: “Matate Amor” y “La débil…
Mujeres perdidas en mitad del campo, prisioneras de un deseo feroz que excede los vínculos de afecto. Son madres. Son hijas. Son esposas. Ciudadanas, en cualquier caso, de un país que no es el suyo, hablando una media lengua que nadie entiende; ellas, las mujeres de Ariana Harwicz -al contrario que las melancólicas musas de Hopper-, son tan salvajes como los instintos que las dominan. O que NOS dominan.
“Siempre tengo el mismo problema -se queja al teléfono-; yo escribo como si pintase la naturaleza, pero lo leen en clave simbólica y disparatada. Aparece un ciervo en mi novela que mira a la protagonista y enseguida alguien lo compara al de Lars Von Trier en aquella película… ‘Antichrist’”.
Harwicz -bonaerense, judía, francesa en la medida en que puede serlo alguien que lleva 13 años viviendo a caballo entre la campiña y París- es una de esas autoras a quien la corrección política, especialmente en el arte, le parece un absurdo.
“Cuando escribo no me planteo si algo es bestial o no; solo me dedico a seguir las huellas del personaje”, Ariana Harwicz
Su paleta de colores en obras como “Matate Amor” -candidata al prestigioso Premio Man Booker el pasado año- y “La débil mental”, ambas publicadas este octubre en Estados Unidos, entremezcla el verde pasto y el rojo de la sangre, que avasalla y ahoga los cuerpos de las protagonistas, con un marrón tierra húmeda y barrizales de los que abundan en los pueblos de sus historias.
Pueblos donde Ellas se sienten enjauladas a cielo abierto, en vidas tan cotidianas como terribles. Un horror de la maternidad, del amor como violencia -"quieres quedarte y escaparte de él, esa es la paradoja"-.
“Cuando escribo no me planteo si algo es bestial o no, solo me dedico a seguir las huellas del personaje. Empiezo buscando un cuadro que me inspire, que tire de mí al igual que la música, y solo me preocupo de ir tras la verdad”, me cuenta.
En tanto, repaso mentalmente esas primeras páginas de “Matate Amor” en que la mujer blande el cuchillo, deseando -tal vez decidiendo- acabar con la vida de su marido y su hijo, o con la propia. Notando cómo mientras el bebé succiona la leche de su pecho también se la acaba a ella; me oculto y se oculta Harwicz entre las altas hierbas. El marido orina fuera de la casa. Llovizna meadas, diría.
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“Todo lo que se pudre forma una familia”, piensa la protagonista. Una mujer sin nombre. Sin salida.
Cuando la argentina empezó a escribir la historia de una mujer capaz de lograr que un hombre se cortase la boca por ella, no sabía que iba a ser una novela. De hecho, la frontera entre el teatro, la literatura, la pintura y el cine en sus obras es tan brumosa como intentar delimitar el final de un prado que se pierde en la distancia.
“Estudié Dramaturgia antes que Letras y para mí leer a dramaturgos es leer literatura; aprendí a escribir de la mano de ellos -me dice. Al fondo, un llanto de bebé-. Mis libros empiezan siendo obras de teatro en mi cabeza y acaban siéndolo de verdad”.
Pensado en un inicio como un texto teatral, el azar hizo que “Matate Amor” no llegase a ser representado y terminó convertido en lo que Ariana Harwicz denomina “ficción teatral”. De la misma forma que los libretos de Beckett pueden ser leídos como novelas, así ella concibe sus obras.
Sus personajes, esas mujeres enloquecidas y sin posibilidad de vuelta atrás -”La identidad es muy fluctuante, una gran ficción. Pero parece que la madre no fluctúe nunca”, dice- hablan, asimismo, una lengua expatriada y acompañada por una melodía, uno de los rasgos más característicos, violentos y conmovedores de la prosa de Ariana Harwicz:
“Mi escritura es extranjera al igual que mis personajes, que hablan raro y no se les entiende porque son marginales de la lengua”, concluye.
Hay una doble mirada, una sensibilidad única en el lector de ascendencia Latina, que encontrará en el desarraigo de "Matate Amor" y "La débil mental" (ed. Charco Press) una parte, quizás, del suyo.
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