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Jeannette Rankin: la primera mujer congresista y su impulso a la paz

La primera congresista mujer de Estados Unidos dedicó su vida a la lucha contra la guerra y por la igualdad de las mujeres

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“No se puede escribir la historia de la democracia de América sin el reconocimiento a Jeannette Rankin”, dice el Senado. La republicana de Montana fue la primera mujer elegida para el Congreso de los Estados Unidos en 1916. Pero ese no fue su único mérito: fue uno de los pocos políticos que votaron ‘No’ a la entra- da en la Primera Guerra Mundial y la única que rechazó el ata- que a Japón tras Pearl Harbour.

Se graduó en 1902 y seis años después se mudó a Nueva York para iniciar su carrera como trabajadora social. Pero fue cuando se mudó a Seattle cuando entró a formar parte del movimiento su- fragista. Su papel allí la llevó de nuevo a Montana, donde fue fun- damental en la lucha por conseguir el voto de las mujeres en 1914.

LA CAMPAÑA PARA ENTRAR AL CONGRESO

No fue una tarea fácil conseguir entrar en un Congreso en el que todos sus miembros eran hombres. Pero Rankin supo sacar ventaja de sus raíces familiares. Su padre era granjero y su ma- dre, maestra de escuela en Missoula. La campaña era complicada en un territorio donde la población estaba muy dispersa y la ma- yoría de votantes eran ganaderos y granjeros.

Rankin no desfalleció y consiguió cosechar votos a base de recorrer kilómetros y celebrar mítines en ranchos o estaciones de tren. Entre las anécdotas de la época está su salto a la fama. Causó tal sensación su entrada en el Congreso que le llovieron las propuestas de matrimonio. Además de ser la primera congresista, también es un activo imprescindible de la lucha por la paz. Su voto contra la Primera Guerra Mundial le supuso perder la reelección en 1918, pero eso no le importó. Siguió con su carrera porque ya había decidido de- dicar su vida política y personal a hacer campaña por un mundo mejor.

UNA VIDA DEDICADA A LOS DERECHOS CIVILES

En los siguientes 20 años participó en la aprobación de dis- tintas leyes. Entre otros logros, consiguió recursos públicos para clínicas de salud, la educación de las mujeres tras la maternidad y la reducción de la mortalidad infantil. Llegó a fundar la Liga Internacional de Mujeres por la Paz y la Libertad. En 1940 volvió a entrar en el Congreso tras unas elecciones.

Una de sus banderas fue ayudar a acabar con las actitudes ne- gativas contra las mujeres que, como ella, habían conseguido ser congresistas tras un voto democrático. Solo seis mujeres más eran miembros de la cámara y cosechaban muchos comentarios ma- chistas. Sin embargo, nadie se atrevía a dirigir esas acusaciones contra Renkin porque una de sus frases más famosas era: “No soy una mujer. Soy una miembro del Congreso”. Un año más tarde, en 1941, Japón atacó la base de Pearl Harbour y Estados Unidos rompió su política de no interferen- cia para entrar en la Segunda Guerra Mundial. Pero a pesar de todo, Rankin se mantuvo firme en sus pensamientos contra la guerra. Resultó ser la única congresista que votó en contra de de- clararle la guerra a Japón.

Rankin murió en 1973. Desde entonces, el número de mujeres en el Congreso y el Senado de Estados Unidos ha ido creciendo, aunque en los seis años siguientes a su muerte no hubo ni una sola senadora mujer. Habría que esperar a 1992 para ver a dos mujeres en el Senado al mismo tiempo.