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Hernán Guaracao, CEO and fundador de AL DÍA, recibiendo un premio en los pimerios añoes de AL DÍA. Foto: Archivo de AL DÍA 
Hernán Guaracao, CEO and fundador de AL DÍA, recibiendo un premio en los pimerios añoes de AL DÍA. Foto: Archivo de AL DÍA 

El Largo y Ventoso Camino

Como el fundador y editor de AL DÍA hizo de Philly un hogar.

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Todavía no sé cómo acabé en Filadelfia.

Se trata de una especie de enigma, que nunca he querido desentrañar, por respeto a un misterio que siempre ha formado parte de mi vida; una situación que a muchos puede resultarles familiar; una serie de eventos en cadena que, en retrospectiva, hacen que todo tenga sentido mucho tiempo más tarde. En mi caso, ese periodo ha sido de 30 años, cuando levanto la cabeza, observo todo el camino que he recorrido y me tomo un momento para reflexionar.

Cuando nos enfrentamos por primera vez a esos eventos, que nos parecen inevitables, puede que hayamos sido víctimas del pánico, la ansiedad o la depresión, combinados con un poco de sudor en nuestras manos y toneladas de incertidumbre en nuestra cabeza.

Filadelfia era en ese momento una ciudad remota en la costa este, a dos días de distancia en Greyhound desde Iowa City, donde en 1991 estaba estudiando un programa de doctorado en el que me habían aceptado tras terminar, a los 31 años y casi sin aliento, una carrera contrarreloj para graduarme en una Maestría en Artes para tratar de alcanzar la profesión no convencional que elegí a los 16 años.

Recuerdo que fue un libro (con la cubierta verde y amarilla y publicado en España) con el que me topé el que me inspiró a seguir un camino diferente al de mis dos hermanos mayores, ingenieros exitosos y bien pagados con trabajos sólidos en una sociedad que exigía profesionales en ciencias exactas (lo que se conoce como STEM) y no tanto en áreas de ensueño como ‘Periodismo y literatura’, el título exacto del libro que cayó en mis manos durante mi adolescencia.

¿Licenciado en Periodismo? No era lo que la sociedad necesitaba con urgencia en su rápido camino hacia el progreso.

De hecho, permanecí desempleado casi dos años tras recibir oficialmente mi diploma de licenciatura, y la experiencia no fue diferente cuando obtuve mi maestría en la Universidad de Iowa, en Iowa City.

Me salté la ceremonia de graduación en el gran auditorio de la Universidad de Iowa (honestamente no podía imaginarme con ese gorro y esa túnica negra). No como mi hermano Raúl, quien se lo tomó muy en serio y decidió llevar corbata a la ceremonia de graduación de mi licenciatura en ‘Comunicación de masas y periodismo’, en Bogotá (Colombia), casi 10 años antes. Yo, en cambio, elegí unos pantalones vaqueros y una chaqueta deportiva, en lo que fue una especie de protesta silenciosa contra ese excesivo ritual académico del que nunca me había sentido parte.

Enrollé los diplomas firmados, piezas para el recuerdo impresas en un carísimo papel –que recibí por correo– y los metí rápidamente en el baúl de cosas inútiles que vamos almacenando a lo largo de nuestra vida.

Ahora decoran las paredes de mi oficina de Filadelfia, por fin he encontrado una forma de darles uso. Así, cada vez que un aprendiz atento viene a nuestra redacción, me dirijo a ellos para enseñarles la primera lección de la profesión:

"Mire, ninguno de estos dos papeles (diplomas de pregrado y postgrado) me ha conseguido un trabajo en ningún lugar en mi vida".

“Valore su experiencia aquí”.

"Sí, tiene que ser práctico, cometer errores, las manos le doleran después de su largo esfuerzo, a veces incluso sangrará por la nariz tras golpear la pared".

"Así es como realmente se aprende", les digo siempre con énfasis a los sorprendidos aprendices que llegan a AL DÍA.

Tras sobreestimar la academia, y comprobar que la deuda les llega a los estudiantes al cuello, es inevitable convertirse en un "disscepolo della sperientia" (discípulo de la experiencia), como escribió Leonardo da Vinci en su famoso ‘Autorretrato’.

¿Qué valiosa experiencia puede otorgar una Maestría en Periodismo?
Solo recuerdo dos libros que leí con placer, de los aproximadamente 150 asignados para una lectura precipitada y de repaso en seminarios, cursos avanzados y clases de todo tipo necesarias para completar los "créditos" para la graduación.
 
Mi primer invierno como desempleado en Filadelfia, con mi diploma de Maestría en Artes cuidadosamente guardado en mi maleta de Iowa, fue muy frío. Más frío que esos tres inviernos en el ventoso medio oeste a los que acababa de sobrevivir.
 

No recuerdo los detalles, pero los sentimientos están grabados bajo mi piel y todavía vuelven, cuando pienso en ese periodo de mi vida.

Me rechazaron una y otra vez mientras buscaba un trabajo, cualquier trabajo, pero recuerdo tres instancias en particular:

Una en el Philadelphia Daily News, otra en La Actualidad (el periódico en español del vecindario en el que vivía, en North Philly) y una más en el diario en español del Miami Herald, El Nuevo Herald, en el downtown de Miami.

Tres solicitudes que presenté con entusiasmo a posibles empleadores destacando mi talento, validado por mis credenciales académicas y que, por un momento, me dieron la ilusión de que finalmente podría comenzar a ganar un salario estable como nuevo profesional para apoyar a mi joven familia de tres miembros.

Lo que sucedió fue, literalmente, eso de “la clavija redonda que no podía encajar en el agujero cuadrado".

"Usted es bueno para Philadelphia Daily News", dijo el dueño del periódico en español en el norte de Filadelfia, el Sr. Candelario Lamboy, a quien fui a ver después de haber sido rechazado indirectamente por el Daily News, donde una amiga mía, Alba Martínez, entonces columnista del periódico, me ayudó a conseguir una entrevista de trabajo con un editor.

Me hizo sentir que no estaba los suficientemente cualificado para el trabajo que había solicitado en el centro de Filadelfia, en la White Tower en Broad Street, donde el emblemático edificio de Inquirer compitió con la City Hall Tower por altura y visibilidad. De la misma forma, estaba sobrecualificado para el trabajo disponible en el periódico hispano del norte de Filadelfia, en la sección de Olney, donde se encontraba La Actualidad (en una casa de 2 pisos y un sótano en la esquina de las calles 5th y Ruscomb).

El segundo entrevistador me pidió mis "clips" en inglés. Tengo un montón en español, le dije, ni uno solo en inglés todavía. Pero tengo muchos trabajos académicos de mi maestría en ese idioma, agregué rápidamente. No obtuve respuesta.

El segundo entrevistador, el Sr. Lamboy, me preguntó si al menos podía vender anuncios, lo que en su opinión pragmática era más urgente para la publicación que la actividad superflua de proporcionar una buena historia de los hispanos en Filadelfia, o hacer un mejor diseño de las páginas en blanco y negro de su muy modesta publicación.

“¿Tal vez podría escribir historias y hacer mejores diseños para que alguien más pueda vender algunos anuncios?”, me atreví a sugerirle al Sr. Lamboy.

Su respuesta fue rápida y plana. “No, hijo. Eres bueno para el Daily News”.

Bueno, el Daily News tampoco quedó impresionado por mi currículum.

“¿No tiene experiencia en una sala de redacción en los Estados Unidos?”

Es como un médico graduado en la República Dominicana, que intenta obtener su licencia para ejercer en un hospital de Estados Unidos, y que busca la simpatía imposible del consejo de ancianos que administra ese examen absurdamente largo para calificarlo.

"De ninguna manera José”.

Lo divertido es que no fue diferente cuando me entrevisté durante todo un día con el Nuevo Herald, en Miami, donde el personal era mayoritariamente cubano-estadounidense, antes de reunirme con el legendario editor de The Miami Herald, D.H. Lawrence, al final del día.

"¿Qué libro está ahora en su mesilla de noche?", Preguntó el señor Lawrence con entusiasmo.

"Uh, Uh, Uh, Don Quijote ... y la Biblia”, (me inventé). ¿Quién tiene tiempo para leer libros cuando está buscando un trabajo con ansiedad?.

Con El Nuevo Herald pensé que lo tendría fácil, principalmente debido a la ventaja de dominar el español, escrito y hablado.

Eso me haría una ‘contratación fácil’, pensé.

No necesariamente.

No estaba para nada preparado para la pregunta inesperada que me sorprendió tanto que me precalificó desde el comienzo del día tan largo de entrevistas y exámenes en Miami.

“¿Eres cubano?”

“¿Uh? No. Lo siento”.