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La cantina de la Universidad Nacional de Ciencias y Tecnología de Taiwán, en Taipei. Foto: Ann Wang / Reuters
La cantina de la Universidad Nacional de Ciencias y Tecnología de Taiwán, en Taipei. Foto: Ann Wang / Reuters

Cocinando el caos: Los restaurantes de U.S. no están preparados para abrir sus puertas

Sin protocolos concretos y ciñéndose únicamente a argumentos económicos, estados como Georgia levantan la cuarentena sin pensar en los más de 54.000 muertos…

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El filósofo surcoreano Byung Chul Han disertaba el pasado marzo sobre la diferencia cultural entre los países asiáticos y los occidentales a la hora de enfrentar la pandemia y los motivos por los que, mientras lugares como Hong Kong o Taiwán habían podido controlar la propagación del virus, éste estaba resultando imparable en Europa y, sobre todo, Estados Unidos, donde los muertos por Covid-19 suman más de 54.000. 

El surcoreano básicamente se enfoca en un detalle más que obvio: en tanto en Asia siempre ha existido un pensamiento colectivista -para bien y para mal-, el neoliberalismo estadounidense está siendo el gran problema de la pandemia. 

La reapertura de los negocios en muchos estados como Georgia, Montana o Alaska, que incluso el presidente Trump ha calificado de “apresurada”, plantea una incógnita enorme en forma de guadaña, una incógnita que hace temblar a los expertos que advierten de un rebrote de la pandemia. 

Reconocidos chefs como David Chang y organizaciones culinarias del país se empeñan en mirar a Oriente y estudiar cómo los restaurantes se han transformado para abrir sus puertas, sin tomar en consideración algo evidente. Lo dice Dorothy en El Mago de Oz: “Ya no estamos en Kansas, Toto”. 

Estados Unidos no es Hong Kong, ni su gente tiene una mentalidad colectivista, ni llevan 16 años acostumbrados a convivir con epidemias como la del SARS.

Salir a cenar en Hong Kong

Hace unos días, el escritor Andrew Genung publicaba en Eater una crónica sobre su aventura cenando en un conocido restaurante hongkonés -en Hong Kong los bares están cerrados, pero los restaurantes siguen abiertos-.

Genung explicaba cómo la ciudad lleva años siendo un lugar “anti-contagioso”, con carteles en los ascensores recordando la frecuencia con la que se tienen que esterilizar los botones y el uso histórico de mascarillas en las calles. 

“Mucho antes de la COVID-19, habría sido difícil ir un día a Hong Kong y no ver a alguien con una máscara. Son tan comunes que si te encuentras con un amigo en la calle y alguien te pregunta después si el amigo ha llevado una, puede que no lo recuerdes”, escribía. 

Nada más entrar en el restaurante, a Genung le tomaron la temperatura, algo que debe hacerse tanto al personal como a los clientes. Luego los comensales deben firmar una declaración de salud -el bolígrafo también se esteriliza- en la que aseguran que no han salido de la ciudad en los últimos 14 días; deben incluir sus datos personales para que, en caso de que se produzca un contagio en el local, puedan tener al cliente en su radar y aislarlo. Lo primero que se pregunta Genung a este respecto es: ¿Qué ocurrirá en Estados Unidos con las leyes de privacidad? 

“He escuchado a muchas personas (en Hong Kong) lamentar la pérdida de la comunicación no verbal detrás de las máscaras”, Andrew Genung.

Las superficies del restaurante se desinfectan a su vez cada media hora; los clientes comen en mesas de máximo cuatro personas separadas las unas de las otras 1,5 metros de distancia. Las cenas en grupo se terminaron. 

En el interior, todos los camareros atienden con mascarillas quirúrgicas y entregan a los comensales un sobre para que puedan guardar la suya mientras comen; a veces pueden tenerla también sobre la rodilla. 

“He escuchado a muchas personas lamentar la pérdida de la comunicación no verbal detrás de las máscaras, las sonrisas perdidas o los labios mordidos, pero lo más difícil para mí fueron las pocas veces que no pude entender lo que mi camarero trataba de preguntarme”, añade el periodista.

Al terminar la cena, trató de bajar a la coctelería del local. Ya nadie se sienta en la barra, piden sus bebidas y se colocan contra la pared. No hay taburetes, todo el mundo respeta la distancia social. La idea del bar como un lugar de encuentro y charla acabó. 

Patrullas de policía hormiguean por las calles un viernes por la noche para hacer cumplir las normas a quienes creen que el ocio es “eso”, una vida en donde el acto de socializar ha cambiado o ya no existe. 

Salir a cenar en Wuhan

Los 11 millones de ciudadanos de Wuhan, en la provincia china de Hubei, origen de la pandemia de coronavirus, ya pueden irse de copas, pero nadie tiene sed ni hambre. O mejor dicho, tienen más miedo que ambas cosas. 

Según le explicó a Bloomberg Xiong Fein, propietario de una cadena de restaurantes, los hábitos de los consumidores han cambiado desde que empezó la terrible pandemia que segó 2.500 vidas sólo en la ciudad china. El fin del encierro, asegura, no ha supuesto un alivio para la hostelería, sino nuevos retos. 

"Definitivamente habrá restaurantes seleccionados", dice Feing. "El mercado sigue la selección natural, y sólo los más aptos sobrevivirán".

El empresario advierte de que los clientes son muchos menos y que ahora el futuro parece ser el servicio a domicilio, por eso, pese a que este año va a perder 2 millones de yuanes ($282,402.82), ha invertido en una máquina de envasado y está tratando de iniciar un canal de transmisión en streaming con su primo, un ex modelo, cocinando en uno de los restaurantes y comiendo la comida, que es una tendencia hace varios años en Asia. 

El caos americano

El Chef Chang también comenzó su propia investigación pensando en cómo podría reabrir sus restaurantes en Estados Unidos. Pidió hace unos días a través de sus redes que le enviasen fotografías de negocios en Asia para averiguar qué medida están poniendo en marcha: 

En muchos locales, según las fotografías que le enviaron, habían colocado plafones de cartón para separar las mesas; otros, utilizaban cinta aislante para impedir que los comensales se sentasen donde les diera la real gana. En los restaurantes adinerados, como el Yardbird de Hong Kong, se construyeron unos separadores de plexiglás. 

¿Qué pequeño o mediano negocio en Estados Unidos puede permitirse construir plafones de plexiglás para separar mesas y cuántos han empezado a servir sin saber concretamente qué medidas de seguridad son las óptimas? Pero aún hay más preguntas, infinitas…

¿Qué responsabilidad tiene el propietario de un negocio si se produce un contagio en su local? ¿Propaga el virus el aire acondicionado? ¿Debe emplearse cubertería de plástico? Silencio.

O mejor dicho, CAOS.

La incertidumbre en estados como Georgia ha hecho que los chefs comiencen a abrir utilizando como única guía sus propias investigaciones y las directrices del departamento de salud estatal publicadas el pasado jueves. Algunas de estas reglas son las mismas que se encontrarán en el hospitality hongkonés sólo que suavizadas: se permiten la entrada de 10 personas por cada 500 pies cuadrados (46 metros cuadrados), se prohíben las mesas de más de seis personas, las barras y los buffets de ensaladas desaparecen y todos, tanto comensales como personal, deben llevar mascarilla. 

"No hay ninguna comida en este momento que valga la pena para (poner en riesgo) la salud de mi pueblo y la salud de otras personas que entran en un restaurante", chef Hugh Acheson, Atlanta.

"Creo que la gente tiene opiniones sobre lo que funciona para ellos y sus clientes", declaró la directora ejecutiva de la Asociación de Restaurantes de Georgia y propietaria de un restaurante, Karen Bremer a NYT. "Es su opinión sobre cómo van a abrir".

Otros restaurantes no se sienten preparados para la reapertura. Incluso en Atlanta, la alcaldesa Keisha Lance Bottom hizo oídos sordos a la irresponsable declaración del gobernador del estado, Brian Kemp, y pidió a los negocios de hostelería de la ciudad que no abriesen todavía. 

"No hay ninguna comida en este momento que valga la pena para (poner en riesgo) la salud de mi pueblo y la salud de otras personas que entran en un restaurante", dijo a NYT el chef Hugh Acheson, que dirige restaurantes en Atlanta y Atenas, Ga.

Efectivamente, la cuarentena ha dañado gravemente la economía de todo el país, y el estado de Georgia no es una excepción, con más de 1,1 millones de trabajadores desempleados en solo cinco semanas. Sin embargo, ni quienes protestaban contra la cuarentena son la sombra de Rosa Parks ni los colapsos en los hospitales norteamericanos y el aumento imparable de contagios es algo que tomar a la ligera. 

Tal vez Kemp lo sepa, o quizás solo sea una intuición tan pequeña como un dolor de estómago. Por eso anunció que iba a reunirse con otros líderes del estado y también religiosos en el Capitolio de Georgia para rezar este lunes. 

En tanto, otros estados siguen la rueda de Georgia, Oklahoma, Alaska y Carolina del Sur tratando de resucitar su economía. Pero obvian que no es Wall Street el que hace a un país, sino el trabajo de la gente. Y no hay nadie que pueda trabajar desde una cama de hospital.