Ballet con acento latino
Concretamente, el de su director artístico, Ángel Corella; tres de sus bailarines, nacidos y formados en Cuba; y la actual directora del School of Pennsylvania…
Por la venas del Pennsylvania Ballet corre, ahora más que nunca, sangre latina. Desde su espina dorsal, el legendario bailarín español Ángel Corella, quien llegó a las filas de la compañía el pasado otoño para convertirse en su director artístico; hasta tres de sus jóvenes y prometedoras estrellas: Mayara Pineiro, Arian Molina Soca y Etienne Díaz. Tres bailarines cubanos que personifican la última hornada de excelencia con sello latino que cada vez se siente con más fuerza en la ciudad de Filadelfia.
El de Arian Molina Soca, principal guest artist del Pennsylvania Ballet, fue, como él mismo reconoce, un comienzo un poco tardío; pero que, sin embargo no ha evitado que el mundo lo conozca como una de las estrellas más prometedoras de la exigente y prestigiosa escuela cubana. Su formación empezó a los 10 años, cuando dos amigas se dieron cuenta de que este joven nacido en Matanzas (Cuba) podía estar hecho para el ballet. Su instinto no les falló, hizo las pruebas y comenzó sus estudios en el ‘Alfonso Pérez Isaac’ Vocational School of Art. De allí pasó a la Escuela Nacional de Arte (ENA), en La Habana (Cuba), y tras su graduación se unió al prestigioso Ballet Nacional de Cuba, bajo la dirección de la gran Alicia Alonso. Tras recorrer el mundo haciendo lo que define como su pasión, “para mi la danza, el ballet es una pasión. Yo doy el 100 por ciento de energía, toda mi pasión. Toda se la dedico a ella. Yo sin ella no soy nadie”, ahora desembarca en Pensilvania. ¿Un gran cambio? “No me ha chocado mucho, porque desde que llegué aquí tengo la gran satisfacción de estar con dos compañeros míos que son cubanos, que hablan mi idioma. Estoy pasando un poco de trabajo con el inglés, pero gracias a ellos estoy tirando para adelante y no tengo problema”.
Uno de esos compañeros a los que se refiere es Mayara Pineiro, una joven cubana que acaba de ser ascendida a solista en el Pennsylvania Ballet. En su caso, su interés por el mundo de la danza comenzó a la tierna edad de tres años. Aunque, en un principio se dedicó a la danza española, finalmente decidió decantarse por el ballet. Originaria de La Habana, Pineiro comenzó sus estudios en la Escuela Nacional de Ballet Alejo Carpentier de la capital cubana. Tras cerca de ocho años de formación (cinco en el nivel elemental y el resto en la ENA) empezó su carrera internacional. Primero, como solista en la National Opera de Budapest, luego hizo un breve paso por Italia y finalmente Estados Unidos. La primera parada fue Milwaukee y la siguiente Pensilvania. “Yo, sinceramente, cuando llegué aquí, a Estados Unidos, me sentí un poco extraña al principio, porque me sentía diferente. Pero al mismo tiempo aprendí mucho de ellos. Y sentí también al mismo tiempo que yo enseñé algo, por lo que es como un intercambio de culturas. Y aquí en la compañía me siento muy bien porque ellos nos hacen sentir como que es la casa de nosotros”.
Tras toda una vida dedicada a la danza, para Pineiro no hay mejor formar de definir su trabajo que como “una forma de expresar tu sentimientos, cómo te sientes, a diario. Porque trabajas con tu cuerpo y con tus sentimientos también. Y cuando logras hacer algo que haces bien, sientes una satisfacción y eso te ayuda también. Te hace sentir bien”.
La tercera pata del trío de bailarines latinos que milita en las filas de la compañía establecida en Filadelfia es Etienne Díaz, un profesional con una historia algo diferente a la de sus compatriotas. Aunque nacido en La Habana, Díaz se mudó a Brasil con su familia cuando tenía 7 años. “Nunca me gustó el ballet, hasta que vine a Estados Unidos y vi a mi hermano y mi hermana, que eran bailarines, y comenzó a gustarme”.
Su formación como bailarín se produjo en el Orlando Ballet School, de allí saltó a la National Opera de Budapest. Antes de llegar a Pennsylvania, donde forma parte del Corps de Ballet, bailó en Italia y en el Milwaukee Ballet.
Tres bailarines, diferentes comienzos, pero una herencia latina y una vocación compartida. Además de una gran proyección y una voluntad de desarrollar el resto de sus carreras en Estados Unidos, otro de los aspectos en el que todos coinciden es en la gran admiración que sienten por el que es su director artístico, el español Ángel Corella. “Es un ejemplo diario que nosotros seguimos, porque cuando él enseña clase nosotros lo vemos como una figura importante que tenemos que seguir, que sabe mucho; que nos sabe decir lo que hacemos bien, lo que estamos haciendo mal. Y al mismo tiempo le debemos un respeto grande porque fue una figura importante. Y nos inspira cada día”, explica Pineiro.
Y no es para menos, teniendo en cuenta que tienen como mentor a uno de los mejores bailarines de su generación. Con una carrera tan meteórica que resulta imposible de condesar en tan solo unas líneas; el cuarto miembro del Pennsylvania Ballet que también tiene acento español, sin embargo, tras pasar cerca de 20 años en Nueva York —como primer bailarín del American Ballet Theatre— se define como “mitad español, mitad estadounidense”.
“La verdad es que lo impresionante es que me siento más acogido aquí que en España. La gente sí, el público siempre me ha adorado y siempre me quieren, cada vez que actúo en España es una pasión tremenda y el público lo agradece y yo se lo agradezco enormemente. Pero en el tema administrativo en España he sido maltratado y humillado e ignorado. Y es llegar aquí y alfombra roja. Es un mundo totalmente distinto”, explica el bailarín preguntado por la acogida de su país de adopción.
Para encontrar los primeros vestigios de Corella comunicándose con su cuerpo hay que remontarse más de tres décadas atrás. “La verdad es que no hubo un momento definitivo en el que dije: ‘quiero ser bailarín’. Mi madre dice que tenía dos añitos y tenía el chupete en la boca y bailaba como John Travolta porque en esa época estaba muy de moda ‘Saturday Night Fever’. Siempre ha sido una forma para mi de expresarme, de moverme, de enseñar quién soy, y cómo me siento. Entonces, poco a poco mis hermanas comenzaron a ir a clases de danza, yo las seguí uno de los días; me encantó lo que vi y lo demás fue historia”.
Tras Madrid, Nueva York, recorrido por el mundo y breve regreso a España incluido, el capítulo actual de la historia de Corella está destinado a escribirse en el Pennsylvania Ballet. Aquí ultima los detalles de la obra ‘A Tribute to Jerome Robbins’, su homenaje al coreográfo de ‘West Side Story’, del que podrán disfrutar del jueves 7 de mayo al domingo 10 mayo en la Academy of Music (240 South Broad Street, Philadelphia, PA 19102).
Precisamente Corella es uno de los responsables de la creciente oleada de latinos en el Pennsylvania Ballet. ¿Qué tiene de especial el intérprete latino? “La sangre del bailarín hispano es mucho más caliente. La forma de interpretar, la forma de moverse es mucho más visceral. El bailarín norteamericano es mucho más técnico, la forma de contar los pasos, de contar la música… Y esta es una de las cosas que estoy tratando de inculcar en esta compañía, que no necesitan contar, que escuchen la música, que la parte técnica ya la tienen. Que lo que tienen que hacer es poner toda la pasión porque así es como van a conectar con el público”, explica Corella.
Por ello, si algo diferencia al bailarín latino del resto es, a juicio, de Corella, su gran pasión. “La pasión que tiene el bailarín latino es espectacular, la disciplina de trabajo es muy importante. Yo creo que va unida a la pasión, tienen tantísima pasión”. Aunque también reconoce que no siempre es fácil para ellos. “En muchas ocasiones es tan difícil dedicarse al mundo de la danza. Muchas veces por temas de familia, muchas familias hispanas no piensan que la danza es una profesión. Como también sucede en España. Tienen que luchar para conseguir salir adelante y conseguir que sus padres les dejen bailar y sobre todo a los hombres. El tema del machismo y de que el hombre no puede bailar porque es solo de mujeres. A pesar de eso, el mundo hispano se está revolucionando y cada vez hay más bailarines hispanos y más bailarines internacionalmente conocidos que son hispanos, así que eso es algo que hay admirar”.
¨ La sangre del bailarín hispano es mucho más caliente. La forma de interpretar, la forma de moverse es mucho más visceral... Es una de las cosas que estoy tratando de inclucar en esta compañía¨. Ángel Corella, director artístico del Pennsylvannia Ballet.
Pese a que explica que “no hay tantas compañías como debería de haber”, reconoce que el arte del ballet continúa prosperando en Latinoamerica. “Por lo menos hay compañías. Tanto en Sudamérica y en los países latinos hay compañías de danza en las que los bailarines pueden realizarse. Por supuesto, mejor que España”.
Y no solo en Cuba, cuna tradicional de grandes bailarines de ballet. “En Cuba un bailarín es como en España un futbolista. El respeto que tienen hace ellos los cubanos... Tenemos aquí ya tres bailarines cubanos y hay muchísimos bailarines que terminan su formación y que son espectaculares, son de los mejores bailarines del mundo. Hay una buena compañía en México, en Argentina, en Uruguay. Es gracioso que hay más compañías de danza en los países hispanos que en la propia España”, cuenta Corella. Allí trató sin éxito, con mucho esfuerzo y poca ayuda de la administración, crear una compañía de danza clásica; disciplina que, según se lamenta, no existe en España.
Final y definitivamente instalado en el Pennsylvania Ballet desde hace unos meses, donde trabaja a tiempo completo desde principios de año, Corella tiene claro su principal objetivo: “Tratar de darle la vuelta a la compañía y hacer que sea uno de los referentes más importantes de las artes aquí en Filadelfia, en Pensilvania y en toda América. Yo creo que en muy poquito tiempo lo vamos a conseguir porque toda la gente está hablando sobre la compañía y es algo que comienza solamente con la gente de la danza y continúa extendiéndose”.
Acento español desde hace dos décadas
Pero Ángel Corella, Mayara Pineiro, Etienne Díaz y Arian Molina no son los únicos miembros de esta gran familia a los que se les puede escuchar hablar español por los pasillos del Louise Reed Center for Dance, un espacio inaugurado en el 2012 (en el 323 N de Broad St) y convertido en el centro de ensayo tanto de la compañía principal como de las futuras generaciones. Varios años antes de que este séquito de sangre latina llegase al Pennsylvania Ballet, lo hizo Arantxa Ochoa. Ella, como Corella, también es española, y es de sobra conocida, en las filas de la compañía; reconocimiento más que merecido tras casi dos décadas en el Pennsylvania Ballet, una de ellas como primera bailarina. Sin embargo, su historia en la danza se remonta mucho más atrás de su llegada a Filadelfia.
Comenzó de niña, ligada a la gimnasia rítimica, sin embargo, tardó poco en darse cuenta de que lo suyo era el ballet. Con tan solo 12 años abandonó su Valladolid natal, una ciudad española situada a unas 124 millas al norte de Madrid, para marcharse a la capital española, al estudio de danza de Victor Ullate. La siguiente parada fue Monte Carlo (Principado de Mónaco) y su Academie de Danse Princesse Grace. A los 15 llegó a The School of American Ballet en Nueva York, donde pasó dos años. Tras una estancia en el Hartford Ballet llegó a Pensilvania, aquí bailó desde 1995 hasta su retirada en 2012, los últimos 10 años en calidad de primera bailarina.
“Yo llegué a Nueva York y no hablaba inglés, solo español y francés. A mí me daba miedo todo, hasta los olores me resultaban extraños. Todo eran experiencias nuevas y luego como todo, te acostumbras”, confiesa Ochoa. Tras más de dos décadas residiendo en Estados Unidos, Ochoa se muestra muy agradecida con su país de acogida. “Para mí ha sido maravilloso porque he tenido una carrera que no la habría podido tener en España”.
Tras anunciar su retirada del ballet profesional hace poco más de dos años, Ochoa continúa vinculada al Pennsylvania Ballet. Primero lo hizo como profesora principal de The School of Pennsylvania Ballet y desde agosto de 2014 lo hace como directora de la escuela.
“Lo que más me gusta es dar clase. La escuela es una escuela que va desde pre-ballet, que son niñas de cinco añitos, hasta los 18 años. Es una escuela profesional. Hay siete niveles, en el primer nivel las miro y las cojo por audición. Sobre todo que sean niñas que quieran bailar”, explica Ochoa; al tiempo que se lamenta de que de las cerca de 130 niñas que se entrenan en la escuela, tan solo dos o tres son latinas.
Ahora, centra sus esfuerzos en el crecimiento y desarrollo de la escuela. También en la creación de becas y ayudas para que las nuevas generaciones de niños y niñas de Pensilvania puedan seguir soñando y haciendo soñar con un arte que es más que una tradición aquí en Filadelfia.
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