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La portada de la novela de Luis Carlos Barragán, "Vagabunda Bogotá". Foto: De la página web de la casa editorial, Angosta Editores
La portada de la novela de Luis Carlos Barragán, "Vagabunda Bogotá". Foto: De la página web de la casa editorial, Angosta Editores

Vagabunda Bogotá: De la ciencia fricción al surrealismo

Una reseña literaria de un libro distinto del autor colombiano, Luis Carlos Barragán. 

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Un trueno. ¡Brhammm! Envidio el fuego en los ojos de los enamorados y tengo la esperanza de enamorarme como ellos y de envolverme en llamas, de furia de amante que muere de amor; esos amores serios que le dan sentido a la vida y cuando mueres es para cortarte las venas. Otro trueno, ¡rebrhammmm! Este libro trata sobre todo del sentido de la vida, porque a veces, cuando me doy cuenta de que me estoy aburriendo, pienso en que la vida no tiene sentido. Eso que suena la lluvia golpeando duro en la ventana dale que dale y yo esperando en la sala de espera.

Así inicia Vagabunda Bogotá, la novela de Luis Carlos Barragán que me persiguió durante un año en ferias y librerías hasta que tuve el enorme placer de leerla.

La novela, que podríamos empezar a describir como una autobiografía ficcionalizada hasta el delirio, orbita en torno a la búsqueda del narrador, Luis Carlos Barragán, por recuperar a Mario, a quien ama. El reto está en encontrarlo, teniendo en cuenta que Mario se fue a la Estación Espacial de Urano con una beca para estudiar física poscuántica. Así, otra manera de describir Vagabunda Bogotá podría ser como una novela de ciencia ficción amorosa o de ciencia fricción amorosa, si tenemos en cuenta su gran dosis de homoerotismo y encuentros eróticos con electrodomésticos como una licuadora o una enorme nevera que Luis Carlos llega a habitar espiritualmente, en Urano, y en cuyo cuerpo logra encontrar a Mario:

Mario me sonríe. Se acerca a mí dejando a la nena atrás. Contengo mi aliento porque está demasiado cerca. “Luis”, me dice. Pasa las yemas de sus dedos por la superficie de mi puerta derecha de polietileno, aluminio, pasta, me derrito por ti. La Centromátic me susurra que los humanos no son de confiar. […] Yo era una nevera, sólo una nevera, abrí mis puertas. Mario me besó la marquilla de nevecón.

Vagabunda Bogotá, como se ve, también tiene una gran dosis de surrealismo y realismo mágico, como los numerosos casos de durmientes que levitan sobre Bogotá sin que se sepa por qué ni cómo, la redefinición del granizo como un animalito del Polo Norte que flota cuando sueña y una epidemia de olvido que afecta la Tierra y la Estación Espacial de Urano.

Esta epidemia de olvido no sólo es un homenaje a Gabriel García Márquez sino que, a diferencia de lo que sucede en Cien años de soledad, pone de cabeza el orden en que se dan los eventos durante páginas enteras de la novela, hasta que uno deja de entender cómo se relaciona lo que está leyendo con lo que ya pasó ni se imagina a dónde pueda llevar a la historia y es así porque:

Cuando el olvido se tragó todo, se fueron con la memoria nuestras personalidades, nuestra visión objetiva de un recuerdo que merece contarse, y sólo queda esa aleatoriedad. Fragmentos de vidas perdidos, pedazos de amores irreconocibles, confesiones que no vienen al caso, dramas no superados, lecturas interrumpidas que no se conectan, que no tienen sentido. […] Sin los recuerdos que nos recuerden quiénes son los extras de nuestra novela, nuestras vidas sólo se pueden vivir en zigzag, en un completo vagabundeo, sin saber a dónde ir, sin saber qué desear, sin saber por qué vivir.

Más sorprendente todavía que esta coherencia es que el ritmo de la narración recompensa al lector cuando está perdido, cuando el narrador no sabe de qué está hablando ni uno por qué sigue leyendo, más allá de una belleza extraña que tampoco logra entender. Sin duda, Vagabunda Bogotá es la novela más extraña que he leído desde que tuve que leer a Samuel Beckett en la universidad, con la diferencia de que esta vez sí lo disfruté.

“Cuentan las malas lenguas que este señor debería tener un Rómulo Gallegos bajo el brazo. Que no se lo dieron porque ahí pasó algo raro, pero que han debido”, me contó un librero amigo. Si Barragán hubiera recibido el premio en 2013, cuando quedó finalista, no sólo habría recibido a los 25 años el mismo galardón que otros grandes del continente como Gabriel García Márquez, Ricardo Piglia y Elena Poniatowska, sino que Vagabunda Bogotá no se habría convertido en una novela de nicho, como sucedió.

Por fortuna, Angosta, la editorial de Héctor Abad Faciolince, ha hecho un excelente trabajo distribuyéndola y está disponible tanto en versión impresa como en ebook para Kindle.

La segunda novela de Luis Carlos Barragán, El gusano, publicado por Ediciones Vestigio, obtuvo una mención de honor en el concurso de Ciencia Ficción Isaac Asimov del Ateneo del Puerto Real, en España en 2017. Sin duda, es un autor para quienes buscan lecturas diferentes, de escritores valientes e innovadores en el panorama latinoamericano.