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Photo: International Latino Book Awards
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International Latino Book Awards: ¿Y ustedes esperan que leamos?

Una gala soporífera y políticamente desnatada no pone a los escritores latinos en el mapa, invita a sus lectores a encender el televisor.

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Pedro & Daniel

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Los latinos son la solución, nunca el problema, dijo Rick Najera, torciendo la boca como si estuviera anunciando una sortija en un programa de la teletienda. Hay gran variedad de latinos, dijo, de todos los colores. Hay mexicanos puertorriqueños, mexicanos cubanos, y mexicanos mexicanos, bromeó. Porque los latinos son la solución, nunca el problema, repitió dos veces más.

Al otro lado de la computadora, mi yo agotado de sábado se preparaba para la ceremonia de la 22 edición de los International Latino Book Awards, que este año se enfrentaba a numerosos retos. El primero de ellos, mantener la atención de los internautas leídos en un evento puramente virtual; el segundo, la oportunidad de agarrar el bull by the horns y lanzar un verdadero mensaje político al mundo sobre la potencia de los autores latinos estadounidenses, que escasamente cubren cuotas en la industria editorial del país, y hacerlo con unas elecciones presidenciales en ciernes y en un contexto donde las vidas negras y marrones siguen en lucha en las calles. 

En todos ellos, fracasó. 

Casi tres horas de una gala virtual soporífera con agradecimientos enlatados de alrededor de 90 premiados que en lugar de visibilizar el talento, obraron el efecto contrario, engulléndose los unos a los otros, como la serpiente que se muerde su propia cola, en un eterno listado de libros y autores interrumpido de tanto en tanto por la siempre magnética presencia de su host, el Godfather de los latinos Edward James Olmos. 

Este año, además, había dos alicientes. O mejor dicho, uno. Honrar la figura del insigne escritor chicano -el verdadero Godfather literario- Rudy Anaya, cuya muerte nos agarró a todos por sorpresa hace escasos meses. La organización creó un premio en su honor, el Rudolfo Anaya Latino Focused Fiction Book, que en su versión española fue a parar al libro de historias cortas sobre mujeres Cantutas Salvajes, de Cecilia Granadillo, mientras que en su versión inglesa o bilingüe lo ganó la novela sobre la situación migratoria The Affairs of the Falcóns, de Melissa Rivero. 

En tanto dos libros absolutamente maravillosos acumularon algunos galardones: Me refiero a La Raza, un libro editado con algunas de las imágenes más impactantes de la histórica publicación durante los primeros días del movimiento chicano, a partir de una exposición curada por Luis C. Garza y Amy Scott. Así como también Los hijos de la Diosa Huracán, de la cubana Daína Chaviano, que se llevó entre otros el premio a la mejor aventura en español. 

De entrada, pienso que es un milagro que me quedase con estos dos libros. O tal vez estaba cumpliendo la profecía que EJO hizo al inicio de la gala: “Espero que como mínimo se queden con un par de buenos libros que leer”. 

¿Les hace una elipsis? 

Nos encontramos hacia el final de la ceremonia. La actriz, directora y productora Eva Longoria, desde algún lugar en su casa, tal vez la habitación de invitados, inspira a quienes siguen delante de sus compus a sacrificarse un poco más.

A mí se me abrieron los ojos; era plena madrugada en Portugal y afuera, en la calle, oía la algarabía de adolescentes con sus fiestas COVID mientras trataba de situarme espiritualmente en aquella habitación de invitados en la que Longoria, referente más que merecido de lo que significa ser latina y exitosa en Estados Unidos y luchar por los futuros latinos, tenía que decir. 

“Eva, eres increíble y ESTÁS increíble”, dijo Olmos, después de elogiar el papel de Longoria en la Convención Nacional Demócrata. En España a eso le llamamos “señoro” -imposible de traducir. 

Longoria se limitó a presentar algunos de los galardones más importantes de la noche: los mejores libros de no ficción en las categorías de mejor obra política, libro más inspirador, biografía, autobiografía e historia. Premios “clave” si se tiene en cuenta el momento protagónico de los latinos en U.S. 

“Es el momento de que las mujeres, especialmente las mujeres de color, y especialmente las jóvenes latinas, nos entendamos a nosotras mismas como las líderes que somos”, dijo Cecilia Muñoz, flamante autora de More than ready al agradecer su galardón al libro de no ficción más inspirador. 

El mensaje enlatado de Muñoz no permitió un tête à tête con Longoria más cercano. Un breve intercambio de elogios o comentarios que hubieran hecho de ese preciso instante un salvavidas de la ceremonia, como tampoco ocurrió con Charles Kamasaki, autor de Inmigration Reform, uno de los libros más esperados y que logró el Best Political Current Affair Book. 

La posible magia de un generoso titular que nos abanderase se desvaneció por arte de YouTube, Zoom o cualquier otra herramienta que conectándonos nos desune. Curioso. 

Luego, llegaron las tinieblas.

“Isabel Allende es la mejor autora latina del mundo”, dijo Edward James Olmos, con su sombrero de vaquero bien calado -no se le movía un pelo. Beg your pardon? ¿Bajo qué prisma? Dejando aparte los gustos personales del Padrino y al parecer de toda una organización, que este año lanzó un premio en honor a Allende -la mejora autora, sí, de La Casa de los Espíritus-, la chilena aprovechó su fascinación por la autoayuda para decir que la lectura open minds and hearts y entregar su testigo a Valiance, de Vanessa Caraveo, un libro para lectores jóvenes cuyo protagonista es un joven latino aquejado de sordera que sueña con ser futbolista. 

La tarde entró a mordiscos en el hemisferio sur. En el norte, hacía ya rato que nos comió la noche. Y yo me quedé desvelada, pensando en tantos y tantos autores, los que fueron premiados y no tuve chance de leer, los que ni siquiera aparecieron en las ternas y cuyo libros merecerían galardón aparte. En la falta que nos hace a los lectores que nos zarandeen desde un libro y más allá del libro; de otro Rudolfo Anaya, u otro Brown Buffalo aullando “I leaned forward, ready to lurch to my doom”, que nos sitúe en el mapa y no en la cama.