Las Biblias de Tijuana, el estigma de la frontera como lugar de perdición
“Todo puede suceder en la Tía Juana. El pueblo es la Meca de las prostitutas, de los vendedores de licor, de los tahúres y otras sabandijas norteamericanas”.
Ahora que recién se estrenó en Francia la película La Biblia de Tijuana, del director francés Jean-Charles Hue, un arsenal de tópicos sobre la frontera como un lugar donde solo hay violencia y antros de mala muerte, es inevitable pensar -aunque tal vez sí sea mucho pensar- que el francés pretendió aplicar adrede algo del viejo imaginario que acompaña a Tijuana, especialmente en los años de la Gran Depresión, cuando muchos estadounidenses visitaban la ciudad en busca de fiestas desenfrenadas, prostitutas y alcohol. Incluso los productores de cine porno de U.S. cruzaron la frontera para instalarse en la ciudad y empezar a rodar todo tipo de películas X, algunas de ellas cruzaban cualquier límite.
Así describía en los años 20 Junta de Abstinencia, Prohibición y Moral Pública de la Iglesia Metodista de San Diego a la localidad fronteriza:
“Todo puede suceder en la Tía Juana. Hay aparatos de apuestas, grandes barras para beber, salones de baile, cervecerías, camas para prostitutas, peleas de gallos, peleas de perros, corridas de toros... El pueblo es la Meca de las prostitutas, de los vendedores de licor, de los tahúres y otras sabandijas norteamericanas”.
No es de extrañar que los cómics underground pornográficos, que se distribuían de forma clandestina entre los años 20 y los 50’, se conociesen así, como las ‘biblias de Tijuana’.
Las historietas estaban protagonizadas por personajes populares como Betty Boop, Mickey Mouse, Popeye, Superman o el Capitán Marvel. Pero con el tiempo tampoco se libraron de formar parte del reparto de obscenidades personajes de cuentos infantiles como Blancanieves o estrellas de Hollywood como Greta Garbo y Cary Grant. Y, como no, había biblias con historias dedicadas a políticos de la época.
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Los cuadernillos de ocho páginas, que imitaban el estilo de las populares tiras de los periódicos, eran vendidos de forma ilegal en estaciones de autobuses, cantinas, barberías o mercados, y escondidos cuidadosamente por sus compradores. Estas biblias de Tijuana no sólo buscaban convertir al lector en voyeur de unas fantasías que no podían realizar en la vida real -sobre todo, con la que estaba cayendo en Estados Unidos de los años 30’-, sino también hacer una sátira de la moral que impregnaba todos los ámbitos de la sociedad.
Aunque sus autores se escondían bajo alias, había entre ellos algún dibujante conocido, como Weslet Morse, el creador de unos cómics que aparecían en el envoltorio del chicle Bazooka y del logo del club Copacabana. También había historietistas que trabajaban para diarios, como el periódico Brooklyn Eagles, pero en su mayoría la calidad de las ilustraciones era bastante mala.
Si bien durante la II Guerra Mundial los soldados llevaban estos fanzines eróticos en sus mochilas, el auge de las revistas de pin-ups y más tarde el nacimiento de Playboy fueron desterrando progresivamente estas biblias, que acabaron siendo meras sátiras políticas y desaparecieron.
Sin embargo, sirvieron de inspiración a numerosos artistas de la contracultura, como Harvey Kurtzman o Robert Crumb en los años 60’.
Como la mayor parte de la frontera entre Estados Unidos y México, Tijuana es mucho más que la imagen cargada de tópicos que prevalece y es alimentada por la industria de Hollywood y los medios. Es hermosa, una ciudad de naturaleza, cultura y buena gente fronteriza. Tal vez necesitemos hoy más que nunca una nueva Biblia de Tijuana. Unos evangelios apócrifos.
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