Educación cancelada: 'La Odisea' se quedó en un road trip de fin de semana
Una cultura antirracista no es una cultura de cancelación, sino de cambio de perspectiva.
Hace unos años que teóricos como Angela Nagle están alertando de la mancha de petróleo que se cierne en Internet a través de las guerras culturales entre una alt-right cada vez más lenguaraz, que en buena medida participó en el ascenso de Donald Trump, y un progresismo peligrosamente “cancelador”.
Pero una cosa es la caza de brujas de las redes que, aunque nociva, nos deja algo de manga ancha para investigar por nuestra cuenta y otra muy diferente es la escuela.
Cancelar en la escuela es poner grilletes al conocimiento.
Determinada ala dura del conservadurismo nos tiene acostumbrados a sonadas censuras de libros, que afectaron incluso a los autores latinos, como recuerda Elvia Díaz en Arizona Republic, quien destaca las docenas de libros entre los que se contaba el clásico Bless me, Ultima, de Rudolfo Anaya, que fueron censurados en Tucson acusados de verter sentimientos antiamericanos entre sus estudiantes.
Pero ahora una delgada línea separa el antirracismo de un puritanismo que amenaza con volver la educación un desierto neuronal y un campo abonado para la irreflexión. Más cuando la justicia social o el movimiento feminista tienen que ver con un cambio de perspectiva sobre la realidad y no con una quema (simbólica o no) de libros.
Hace unos días Meghan Cox Gurdon se hizo eco en Wall Street Journal de un movimiento de ideólogos, maestros y agitadores que desde Twitter condenaban los textos clásicos.
Descrito como “un movimiento para reconstruir el canon literario usando una lente de alfabetización crítica antirracista”, bajo el hashtag DisruptText, profesores y sabelotodos se dedican a condenar la lectura de ciertos libros en las escuelas de secundaria, como La Letra Escarlata de Hawthorne e incluso La Odisea de Homero, un libro central de la cultura clásica del que han bebido generaciones de autores.
Por supuesto, ellos no hablan “de prohibición” sino de haber eliminado La Odisea del programa de lecturas, que es básicamente lo mismo.
Así lo explicaba Heather Levine, una profesora de inglés de Massachusetts en un comentario a un tuit publicado este verano por Shea Martin:
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“¡Muy orgullosa de decir que hemos sacado La Odisea del currículo de este año!”, escribió la profesora.
Las críticas no se hicieron esperar, tanto al comentario de Levine como al movimiento #DisruptText del que hablaba Gurdon en su artículo.
Mientras que un lector comentaba que era “una versión educada de la quema de libros”, otro señalaba que “prohibir libros es un acto de cobardía realizado por personas que temen las ideas que quieren ocultar y suprimir”.
En plena batalla para que las escuelas incluyan en su programa seminarios y asignaturas sobre la historia negra, la latina o la nativa americana que recojan la diversidad y la suma de legados de este país, y aun cuando en los libros de texto sigue habiendo un sesgo y un borrado histórico, en vez de aprovechar para crear un alumnado crítico que pueda cuestionarse las narraciones construidas, las apartamos en nombre de la justicia. Pero contra la justicia.
Una sociedad cuya cultura está fiscalizada va camino a cometer los errores del pasado. Ni el arte es mucho menos moral, ni las luchas por los derechos civiles se cimentaron en el absoluto desconocimiento de aquello por lo que luchaban.
Una escuela sí es un templo, pero no de dogmas sino de interrogantes.
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