'El asedio animal': cuando los cuerpos mutilados hablan
La autora colombiana Vanessa Londoño debuta con una novela sobre la violencia en Latinoamérica
Cerca del río Don Diego y el mar Caribe hay un lugar llamado Hukuméiji, donde la lluvia torrencial despierta la memoria de sus habitantes mientras los deslaves arrastran lodo, casas y cadáveres. Y es aquí, en este lugar inventado llamado Hukuméiji donde la escritor colombiana Vanessa Londoño, sitúa el escenario de su novela debut, “El asedio animal” (Almadia 2020).
“Se trata de un lugar de ficción, pero que cualquier lector de Latinoamérica se ubica muy bien en este territorio del que doy solo unas coordenadas. Es un libro que indaga sobre la violencia en Colombia, en Latinoamérica”, explica Londoño en una reciente entrevista con RTVE.
Publicada en México hace dos años y ahora en España, Londoño nos sitúa en un poblado del norte colombiano, donde el cuerpo de los seres humanos experimenta el placer y el deseo, pero también es el terreno donde el horror de la violencia imprime los castigos más brutales y permanentes.
Una novela que tiene algo de fantástico pero tambien de real, porque refleja mucho lo que ha pasado en el territorio, según la autora. A los protagonistas de estas historias les han arrancado algo: les arrebataron a sus seres queridos, las piernas o la tierra; pero aun sintiendo en la carne la presencia de sus pedazos faltantes, se empeñan en recordar sus historias mientras buscan otras formas de comunicarse, amar y seguir viviendo.
Marcada por una prosa cruda y a la vez fascinante, Londoño escribe el cuerpo mutilado como un sistema para explicar la pérdida, un camino para evocar la empatía y, en ese lenguaje compartido del gozo y el dolor carnal, comprender la ausencia o la muerte, el despojo, la injusticia y la brutalidad con que, en el territorio general de la violencia, el poder pretende administrar el paisaje, el dolor y el deseo.
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“La idea de enfocarme en la mutilación fue un intento de normalizar la realidad. Somos un país imperfecto, quizas con muchos mutilados, tanto hombres, mujeres y niños, pero tambien de pérdidas de otras índoles: sociales, medio ambiente, creencias, fe en el futuro…”, comenta Londoño a RTVE.
Su objetivo es representar la pérdida. “Creo que todas las novelas indagan sobre una pérdida”, dice. Pero también es un pretexto para hablar de un país que ha llegado a un punto de transición política, que quiere pásar página, añade, en referencia a la reciente victoria electroal de Gustavo Petro, desbancando del poder a la derecha.
En las 103 páginas de 'El asedio animal' -una novela estructurada en cuatro relatos entrelazados- descansan las víctimas de la operación “ojos muertos”, las retinas heridas por los perdigones de un anciano; la mujer que se rapa el pelo para ser acribillada como único hombre de la casa; los recién nacidos ahogados como gatos en tinas y en ríos; las niñas, con sus incipientes e hipersensibles pezones de botón, secuestradas y poseídas; los animales quedan desollados en la carretera, aún vivos, sus cuerpos laten, tiritan y se convulsionan…”, escribe Marta Sanz en el diario El País.
“Este libro muestra un claro interés por realizar un ejercicio cartográfico y ubicar allí una serie de violencias patriarcales”, detalló Londoño durante la presentacion de su libro en una librería de Barcelona.
Londoño (Bogotá, 1985) es abogada por la universidad de Bogotá y también estudió Escritura Creativa en la universidad de Nueva York. Fue premio Nuevas Plumas de la FIL, un galardón que reconoce a las jóvenes promesas de la literatura latinoamericana.
Según una entrevista con El País, su escritura está influenciada por el mexicano Juan Rulfo, referente del boom latinoamericano. “Después de leer muchas veces Pedro Páramo, detecté que llovía en toda la novela. Obviamente hay una búsqueda de un lenguaje similar”, explica la autora en dicha entrevista. Pero la novela no es solo un ejercicio de memoria, aclara Londoño: “Yo quería plantear esa tensión en la que habitamos en Latinoamérica entre un ejercicio de memoria y desmemoria permanente”. Por eso, además de precipitar los recuerdos, "el agua arrastra y borra".
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