Dolores del Río: Cuando la leyenda se convierte en un Doodle de Google
Mucho antes de que los rostros de Ana de la Reguera, Kate del Castillo, Penélope Cruz y Salma Hayek abandonaran las portadas de la ¡HOLA! y Vanidades para…
Mucho antes de que los rostros de Ana de la Reguera, Kate del Castillo, Penélope Cruz y Salma Hayek abandonaran las portadas de la ¡HOLA! y Vanidades para embellecer los tabloides de Hollywood y las colas de las salas ACME, había existido ya una belleza española de gran talento: Dolores del Río.
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Nacida el 3 de Agosto de 1904 en el estado mexicano de Durango, María de los Dolores Asúnsolo López-Negrete tuvo una vida revolucionaria, que empezó desde era una niña. A los 6 años, en plena Revolución Mexicana, los bienes de esta adinerada familia aristócrata de sangre española fueron confiscados por Pancho Villa, forzando a la joven Dolores y a su madre a huir a Ciudad de Mexico, mientras su padre emigraba a los EEUU en busca de oportunidades. Convencida de que su hija necesitaba tanto una buena educación católica como la protección de las monjas Franciscanas, su madre la ingresó en un convento, donde se enseñaba un curriculum puramente monástico.
Sin embargo, mantener a Dolores alejada de las emociones no duró demasiado, ya que apenas vio su primera actuación de ballet -en la que aparecía la bailarina rusa Ana Pavlova, en tour por América-, la joven sintió los primeros latidos de la que iba a ser su vocación por todo lo alto.
Cambiando sus simples mocasines de escuela por zapatillas de punta, Dolores empezó a maravillar al público en escenarios y galas de beneficencia por toda Ciudad de México. En una brillante actuación en el Teatro Esperanza Iris, conoció a Jaime Martínez del Río y Viñent, uno de los hombres más ricos de México. A pesar de ser dieciocho años mayor, la pareja contrajo matrimonio y durante su luna de miel de dos años (sí, lo leyó correctamente) por Europa, se encontraron con Edwin Carewe, un influyente y prolífico director de Hollywood de la etnia Chickasaw. Fuera por su extraño linaje (al menos dentro del cine americano), la emergente belleza de sus rasgos físicos, o por el simple hecho de que los tres estaban en el “lugar y el tiempo adecuado”, Carewe quedó prendado del encanto de Dolores y la invitó, junto a su marido, a que fueran a los Estados Unidos.
Lo que ocurrió después ya forma parte de la historia del cine.
Llevando una vida de rica heredera, de estrella del cine y “Primera Dama de la Alta Sociedad Mexicana” - un triplete de amenazas socioeconómicas-, Dolores no pudo librarse de vivir emociones fuertes, escándalos y de codearse (y, a veces, besarse) con los ricos y famosos.
Durante los cincuenta y tres años que duró su carrera en la industria del cine Norte y Centroamericano, actuó, bailó y cantó junto a Fred Astaire, Rudolph Valentino, Ginger Rogers, Henry Fonda, Pedro Armendáriz, Emilio Fernández, Columba Dominguez, Cesar Romero, Buster Keaton, Bill Cosby, Libertad Lamarque, Sophia Loren y Elvis Presley.
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Entre el abanico amoroso que formaron los tres matrimonios de Dolores, destacó por encima de todo el tórrido affaire que tuvo con el director de cine Orson Welles. El autor de Citizen Kane llegó a estar “obsesionado” con Dolores, a quién consideraba el “gran amor de su vida,”, según lo que contaban la hija de Welles y Rita Hayworth, Rebecca, con quién Dolores mantuvo una gran amistad, incluso después de que ella y su exmarido rompieran la relación.
Más allá de convertirse en musa de fotógrafos, directores, productores, e incluso escritores- George Bernard Shaw, Salvador Novo y Carlos Fuentes, entre otros -Dolores del Río consiguió llamar la atención en el lugar menos esperado: el gobierno de EEUU. Durante casi dos décadas, el mayor obstáculo de Dolores en Hollywood fueron los políticos, que la acusaron, tanto a ella como a otros actores extranjeros, de ser simpatizantes con la causa del Comunismo Internacional. Los rumores acerca de las afiliaciones ideológicas de Dolores se dispararon después de asistir a una proyección especial del filme ¡Que Viva México!, de Sergei Eisenstein, en la que entabló amistad con destacados Comunistas, como los artistas mexicanos Frida Kahlo y Diego Rivera. Rivera llegó a decir en una ocasión que Dolores “era la más bella y preciosa de Occidente, de Oriente, del Norte y del Sur. Estoy enamorado de ella, igual que 40 millones de mexicanos y 120 millones de Americanos más. No pueden estar equivocados.”
Mientras Dolores del Río se convertía en una pionera de la Edad Dorada del cine mexicano en el glamuroso Hollywood, cabe destacar que su importancia como mujer “revolucionaria” fue a menudo socavada por otros roles que le tocó interpretar.
Igual que ocurre en Hollywood hoy en día, Dolores quedó encasillada en papeles que explotan los estereotipos -como la Latina “hipersexualizada” - o que promueven el fetichismo de lo “exótico”. En The Invention of Dolores del Río, la autora del libro, Joanne Hershfield llega a la conclusión de que la habilidad de Dolores para “pasar como Blanca” (en otras palabras, era una Latina de piel clara con rasgos Europeos, que podía pasar perfectamente por mujer blanca anglosajona) le dio un privilegio que ella aprovechó para poder convertirse en una estrella de Hollywood.
Tras varios años trabajando como actriz, Dolores cambió la pantalla por la filantropía y organizó diversos festivales internacionales de cine de prestigio. Uno de sus legados más importantes fue co-fundar el sindicato “Rosa Mexicano” para el gremio de Actores Mexicanos, que todavía hoy existe.
El pasado miércoles, Google homenajeó a Dolores del Río, dedicándole un Doodles con motivos florales en la página principal del navegador. Hubiera cumplido 113 años.
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