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El líder del Parlamento y presidente encargado de Venezuela, Juan Guaidó (C), habla este viernes durante su primera aparición pública desde su juramentación ante miles de personas, en una plaza en el este de Caracas (Venezuela). EFE/Miguel Gutiérrez
El líder del Parlamento y presidente encargado de Venezuela, Juan Guaidó (C), habla este viernes durante su primera aparición pública desde su juramentación ante miles de personas, en una plaza en el este de Caracas (Venezuela). EFE/Miguel Gutiérrez

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El 23 de enero marcó nuevamente una fecha clave para Venezuela.

Al celebrarse los 61 años de la caída de la dictadura militar de Marcos Pérez Jiménez, el pueblo venezolano siguió la ruta marcada por una nueva oposición y así poder acorralar al mandatario Nicolás Maduro para forzar un cambio de régimen y la transición a la democracia.

Para observadores internacionales, la juramentación del presidente de la Asamblea Nacional, Juan Guaidó, como presidente interino de la nación ha sido un acertijo difícil de resolver, pues el régimen heredero de la revolución chavista ha sido un maestro en la disimulación de sus rasgos dictatoriales.

Fue el respaldo inmediato de la Casa Blanca a Guaidó lo que detonó una alarma ante la posibilidad de que Estados Unidos estuviera dispuesto nuevamente a intervenir militarmente en asuntos latinoamericanos.

Aunque la mayor parte de la comunidad internacional ha reconocido la nueva dirigencia en el país, y ha condenado desde hace meses la crisis humanitaria detonada por la administración “dictatorial” de Maduro, fue la radicalización de las posturas de la Casa Blanca lo que puso en marcha una nueva estrategia de presión sobre Miraflores.

El diseño fue apoyado por un característico grupo de asesores y políticos estadounidenses, entre ellos el asesor de seguridad nacional John Bolton, el secretario de estado Mike Pompeo, el vicepresidente Mike Pence y el Senador de la Florida Marco Rubio.

Sin embargo, durante el fin de semana el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas fue el termómetro de la situación a nivel internacional, cuando miembros como China y Rusia decidieron ponerse del lado de Maduro y rechazar lo que han tildado de “injerencia” norteamericana.

Si bien el presidente Trump no ha descartado ninguna opción cuando de Venezuela se trata, su estrategia hasta el momento se ha mantenido en los esfuerzos diplomáticos para negar al régimen de Maduro cualquier acceso a los activos internacionales así como el reforzamiento de sanciones contra individuos de su gobierno.

“En lo que nos estamos centrando hoy es en desconectar el régimen ilegítimo de Maduro de la fuente de sus ingresos”, dijo Bolton a periodistas el pasado jueves. “Es muy complicado. Estamos viendo muchas cosas diferentes que tenemos que hacer, pero eso está en proceso”.

Según reportó el Washington Post, el Departamento de Estado instruyó a la Reserva Federal para que sólo reconociera a Guaidó como “representante oficial de Venezuela”, lo que significaría que “sólo él puede acceder a los fondos que Venezuela tiene en posesión de los Estados Unidos”.

En especial para el pueblo venezolano, la movida estadounidense parece ser un gesto de buena voluntad, en la ansiosa espera de un cambio definitivo que permita el ingreso de ayudas humanitarias y, a largo plazo, la restructuración de la democracia.

Pero, ¿por qué un presidente con abiertas simpatías por regímenes como el de Filipinas, Arabia Saudita e incluso Moscú decide repentinamente encabezar la campaña contra Nicolás Maduro?

Una hipótesis podría ser la estrategia gubernamental por recuperar el apoyo de la comunidad hispana en estados clave como Florida, donde el presidente posee menos del 13% de la aprobación.

Quizás por ello es que tanto Rubio como otros políticos del estado fueron los primeros en solicitar una reunión con el equipo de seguridad nacional del presidente durante la semana pasada, en un esfuerzo por convencer al presidente de ponerse del lado de la oposición venezolana.

Si bien es cierto que Trump ha mantenido un antagonismo particular con el régimen venezolano desde el inicio de su gobierno, el repentino involucramiento de toda su administración en el proceso sigue levantando sospechas.

Las declaraciones de Nicolás Maduro contra Estados Unidos han hecho eco gracias a gobiernos como el de Rusia, quienes califican la movida de Trump como un “intento de golpe de estado”, especialmente después de que la Administración asignara a Elliott Abrams como enviado especial para Venezuela.

Abrams es conocido como el “subsecretario de guerras sucias” en Estados Unidos, título ganado tras su participación en las administraciones Reagan y Bush.

El enviado especial fue clave en situaciones desastrosas en Latinoamérica, como la guerra civil en El Salvador, el financiamiento de rebeldes de la Contra en Nicaragua e incluso la guerra en Irak.

Lo que suceda de ahora en adelante dependerá de múltiples factores, entre ellos la decisión de las Fuerzas Armadas venezolanas de apoyar o no la legitimidad de Guaidó, o la de la cúpula chavista de entregar el poder de manera voluntaria.

Por el bien del pueblo venezolano, y de la región entera, esta última opción sería la más adecuada para evitar más derramamiento de sangre y violencia, sobre todo ante un gobierno estadounidense que, por tradición, buscará una “Guerra de Paz” para distraer a su nación de sus propios fracasos.