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La Guerra del Idioma

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San Diego--  ¿Qué hay de malo con una escuela secundaria de Connecticut, que requiere que sus estudiantes hablen inglés antes de recibir un diploma? ¿O con el…

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            Quizás,
nada. O quizás, mucho. Todo depende de los motivos. Cuando se trata de un
asunto tan cargado de emociones como el idioma, lo que importa no es sólo lo
que se hace. Es fácil decir que se está estableciendo una regla para el bien de
alguien, pero ¿qué si en realidad es para la tranquilidad de uno?

            He
escrito sobre el idioma durante casi dos décadas, y siempre puedo contar con
recibir airadas cartas de lectores. Empiezan insistiendo en que la gente
necesita hablar inglés para poder triunfar en nuestra sociedad. Pero después,
uno o dos párrafos más tarde, terminan diciendo lo que realmente quieren decir:
los habitantes deben hablar inglés para que los demás comprendan lo que están
diciendo y sepan si están hablando de ellos. 

            A
propósito, ayudaría al argumento de los lectores de que debemos aprender a
hablar inglés, si sus cartas no estuvieran salpicadas de faltas de ortografía y
de gramática.

            También,
consideremos el contexto histórico. Desde la fundación de la nación, los
estadounidenses han estado peleándose sobre el idioma mientras trataban de
resolver algunas importantes contradicciones.

            Está
la que molesta a los tribunales: ¿Cómo reconciliamos la libertad de expresión
con el hecho de que algunas instituciones gubernamentales piensan que sólo
debemos hablar una lengua? Y la que se refiere a los que valorizan la
asimilación: ¿Cómo sostenemos el principio fundador de nuestra nación —e
pluribus unum (de muchos, uno)— sin erosionar la diversidad a causa de la cual
Estados Unidos es un país tan singular y magnífico?

            Es
difícil mantener el equilibrio, y los estadounidenses no siempre lo han
logrado. ¿Recuerdan cuando el posadero de Taos, Nuevo México, trató de requerir
que sus empleados hablaran sólo inglés en el trabajo y cambió sus nombres
españoles a otros ingleses —"José" a "Joe", etc.? ¿O cuando la Asociación
Profesional de Golf para Mujeres, en una medida que muchos que siguen ese
deporte sugirieron que estaba dirigida a las jugadoras coreanas, anunció que
iba a requerir que todas las golfistas hablaran sólo inglés durante las
competiciones, presentaciones de trofeos y entrevistas con los medios? Ambas
propuestas se disolvieron gracias a protestas, pero no antes de dividir a la
gente en dos bandos.

            Y
ahora podemos esperar más lecciones de divisionismo en la Escuela Secundaria
New London, de Connecticut, la que —comenzando en 2015— requerirá que los
estudiantes demuestren que pueden hablar inglés, para graduarse. La orden vino
de la Junta de Educación de la ciudad, la que —oh sorpresa— dice estar
adoptando esta medida para beneficio de los estudiantes. Según informes
mediáticos, cuando se administraron los exámenes estandarizados en 2010, sólo
el 16 por ciento de los alumnos del 10° grado de esta escuela sacó un puntaje
aceptable en inglés y sólo alrededor de la mitad fue considerada "competente"
en dicho idioma.

Pero New London es también
una comunidad donde, según esos informes, se habla por lo menos 28 idiomas,
aparte del inglés. Pueden apostar que hay mucha ansiedad sobre este hecho en la
ciudad y que muchos a quienes no les agrada esa diversidad se aferran al inglés
como un náufrago a un salvavidas.

            Mientras
tanto, en el Reedy Creek Family Diner, en la Ruta 150 de Carolina del Norte, el
dueño del restaurante, Greg Simons, cocinó un caldero de controversia cuando
colocó un cartel informando a la clientela que, salvo el inglés, no había otras
lenguas en el menú. Parece que unos clientes de habla española causaron un
revuelo porque no había nadie en el personal que pudiera tomar su pedido. Y así
surgió el cartel —tanto en inglés como en español, francés, ruso, alemán y en
el antiguo celta— explicando que sólo los de habla inglesa serían servidos.
Después de que Simons recibiera llamadas telefónicas amenazantes, sacó el
cartel en marzo, sólo para volver a instalarlo días después.

            Carolina
del Norte tiene una de las poblaciones inmigrantes de mayor crecimiento en el
país. Pero me pregunto cuántos inmigrantes rusos o franceses viven allí.

            Las
guerras del idioma continúan. Y con cada reyerta, los estadounidenses están
menos unidos y en peores términos con su propio destino. Es un camino muy
triste para tan gran país.

© 2011, The Washington Post
Writers Group