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La educación en manos de necios

Tengo un largo viaje al trabajo —casi una hora y media en cada sentido— y es una bendición mixta. He escrito cuentos en el tren y capítulos completos de mi…

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Tengo un largo viaje al trabajo —casi una hora y media en cada sentido— y es una bendición mixta.

He escrito cuentos en el tren y capítulos completos de mi novela que se publica este octubre. He dormido en el tren, especialmente después de desvelarme elaborando dichos capítulos de mi novela. He tenido conversaciones interesantes y he escuchado algunos diálogos bastante intrigantes —y, por cierto, citables. Todo esto se puede poner bajo el título de la columna que diga "lo bueno".

Lo malo ... pues, más allá de los bichos raros que de vez en cuando se sientan a mi lado, las infracciones rutinarias del espacio personal y los retrasos que suceden con exasperante frecuencia (¿cual es el malestar que padece el tren R5 de SEPTA?), la peor parte de mi largo viaje es que me da mucho, mucho tiempo para preocuparme. A veces la causa son asuntos personales, a veces cosas del trabajo, a veces las noticias (las cuales son mi trabajo, después de todo).

Eso hice esta mañana, angustiarme a causa de las noticias. Estaba considerando lo siguiente:

• El 8 de mayo el Senado de los Estados Unidos no llegó a aprobar un proyecto de ley que hubiera mantenido las tasas de préstamos subvencionados de la universidad al 3,4 por ciento. Los legisladores tienen hasta el 1 de julio para arreglar algo o las tasas se duplicarán al 6,8 por ciento. En el Senado, así como en la Cámara Baja, el bipartidismo está muerto, carcomido y en camino a la putrefacción en vista de las próximas elecciones presidenciales, así que aunque no sea oficial aun, la tasa de 6,8 es un hecho consumado.

• El 9 de mayo, en Pensilvania, en un raro avistamiento de bipartidismo, se aprobó una propuesta sobre el presupuesto del Senado estatal. En ella, los recortes de la financiación de universidades estatales propuestos en el presupuesto del gobernador Tom Corbett fueron restaurados. Sin embargo, hoy la discusión ha regresado a la cancha partidista, con Corbett diciendo que se va a mantener firme, y los miembros republicanos de la cámara baja en pleno berrinche, reclamando que restaurar los fondos a las universidades estatales no ayudará a los residentes ordinarios de Pensilvania.

¿Qué qué?

Aquí es donde mi preocupación con las noticias se torna un asunto personal.

Tengo una hija de 17 años de edad, a la cual le falta un año para graduarse de la secundaria. Ella es inteligente y cumplida —está tomando cursos de AP en historia y de "honores" en química e inglés este año, el próximo tomará cursos de AP en gobierno, física e inglés y de "honores" en matemáticas, y tiene un impresionante GPA— sin embargo su futuro universitario es incierto.

Como le pasó a mucha gente, los ahorros universitarios que teníamos para nuestra hija se desvanecieron con la caída del mercado en 2008. Con la recesión en los años intermedios esos ahorros se han mantenido raquíticos. Ir a universidad estatal parecía la mejor opción para ella. Pero si aumentan los costo debido a los recortes de financiación  tal vez no.

Recientemente participé en una mesa redonda de AL DÍA con la Secretaria del Labor Hilda Solís. Ella se dedicó a hablar de la necesidad de alentar a jóvenes latinos a soñar con ir a la universidad. De animarlos a estudiar ciencias, matemáticas y tecnología. De ayudarlos a darse cuenta de que lo qué se necesita para salir adelante en el ámbito académico, y por lo tanto, en la vida. Estoy totalmente de acuerdo. Y desconsolada. Porque viendo lo que está sucediendo en Pensilvania y en el congreso de los EE.UU. yo sé que mi apoyo no va a ser suficiente. Y como yo, otros padre latinos —una comunidad gravemente afectada por la recesión económica— se enfrentan también al hecho de que no importa que tan prometedores, que tan trabajadores o cumplidos sean sus hijos, el futuro está en manos de una confederación de necios que está en contra de ellos: los legisladores.

Antes, el sueño de mi hija era llegar a ser maestra, para poder impartir el amor a la historia con otros como ella: estudiantes de secundaria de diversos orígenes y medios económicos. Pero, al igual que muchos de sus compañeros, mi hija está disminuyendo sus sueños para adaptarse a la realidad: que nuestros legisladores no pueden ver el futuro más allá de las elecciones de noviembre.

Así que esto es lo que me preocupaba esta mañana, mientras SEPTA llevaba un retraso de 20 minutos y el chico en el asiento del tren a mi lado roncaba suavemente. Creo que hubiera preferido pasarmela escribiendo ficción.