La parábola de la extrema derecha en Europa
La política de la Unión Europea suele tener un carácter insulso y defrauda a quienes esperan un cataclismo. Así ha sucedido con la extrema derecha, a la que los sondeos daban grandes resultados y aunque ha subido, no será decisoria en la próxima legislatura que dura 5 años. Con el 7,72% de los votos y 58 de los 750 escaños, su ascenso se debe sobre todo al éxito de la Liga Norte de Matteo Salvini en Italia, que se convierte en el partido más votado de su país.
En otros países, sin embargo, la extrema derecha ha disminuido. Desaparece en Holanda y pierde fuerza en Polonia. Sigue siendo fuerte en Francia, donde Marine Le Pen volvió a ganar los comicios, aunque con menos diputados que en 2014.
También suben los euroescépticos y de nuevo lo hacen por debajo de lo esperado. Pasan de 48 a 54 escaños, aunque 29 de ellos son de Reino Unido.
Aunque abandone la Unión Europea, la incapacidad de los británicos para lograr un Brexit con o sin acuerdo, les ha obligado a extender su período de transición y a participar en las elecciones europeas. Cuando definitivamente salgan del club, sus parlamentarios saldrán también de la Eurocámara y los euroescépticos se quedarán con 25 asientos.
La corriente por la desaparición de la Unión Europea ha quedado aislada. Sin los británicos, Europa sigue adelante. Tanto es así que los euroescépticos ni siquiera suman para formar un grupo propio en el Parlamento Europeo, donde las familias tienen que lograr representación en al menos 7 Estados miembros diferentes.
Los comicios han estado históricamente marcados por la abstención: sólo Bélgica, Bulgaria, Luxemburgo, Chipre y Grecia tienen voto obligatorio. Sin embargo, en esta última llamada a las urnas la participación ha batido récords y el 50% de los electores ejerció su derecho. La ciudadanía de Viejo Continente suele sentir que Europa les queda lejos o no entienden su funcionamiento y se queda en casa, pero esta vez no ha sido así.
Especialmente importante es la participación de la gente más joven. Muchos europeos han votado por primera vez en estas elecciones y lo han hecho movidos por la lucha contra el cambio climático.
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Bajo la inspiración de estudiantes como Greta Thunberg, la activista sueca que empezó a organizar las huelgas contra el calentamiento global, la generación que ha estudiado de Erasmus en otro país y disfruta de sus smartphone en cualquier país de la UE con las mismas tarifas que en el suyo, ha decidido que Europa le importa.
Sacando al Reino Unido de la ecuación, la Unión tiene razones para respirar tranquila. Con una participación alta que legitima sus decisiones, se siente más fuerte. Y frena los malos augurios que hablaban de contagio cuando los británicos decidieron en referéndum dejar el club. También es una buena noticia el ascenso de los Verder y Liberales, que frenan a la ultraderecha y tienen un marcado carácter europeísta.
“Estas elecciones demuestran el fin de bipartidismo”, explica Jaume Duch, portavoz de Parlamento Europeo. Aunque conservadores y socilistas siguen siendo los dos mayores grupos en la Eurocámara, ya no pueden marcar el rumbo de la agenda política. “La buena noticia es que los votantes que que han decidido dejar de apoyarles se han decantado por los Verdes o los Liberales y no por la extrema derecha o los euroescépticos”, añade.
En la Eurocámara se cruzan los intereses ideológicos con los nacionales. Por tanto, la disciplina de voto que suele marcar a los partidos políticos en sus países no es tan recta cuando se decide en Bruselas o Estrasburgo. La fragmentación del Parlamento de todos los europeos dará mucho juego y tendrá cuatro patas en vez de dos, augura su portavoz.
El próximo desafío será elegir al presidente de la Comisión Europea, el poder ejecutivo de la Unión. Los candidatos, que propondrán los Jefes de Estado y de Gobierno de Los Veintiocho, tendrán que someterse a un examen en el Parlamento. Cuando expliquen su programa y compromiso con la UE, los eurodiputados decidirán si lo apoyan o no. Sin su aprobado, ningún candidato podrá ponerse a los mandos de la única institución transnacional de mundo con soberanía propia.
“La mejor conclusión es que Europa vuelve a importarle a sus ciudadanos”, resume Jaume Duch. El Parlamento Europeo es imprescindible en el 90% de las decisiones que toma la Unión Europea, que no están sólo en manos de líderes como Macron o Merkel, como mucha de la opinión pública tiende a pensar. Además, el 60% de las leyes de cada país se deciden de forma comunitaria y luego son los países miembros quienes regulan sus políticas dentro de marco que aprueba la UE. Todo lo relacionado con la agricultura o el medio ambiente sale de Bruselas. Los europeos deberían tenerlo aún más presente.
También las relaciones con otros países como Estados Unidos. Si el Tratado Internacional de Comercio, conocido como el TTIP, ya estaba en riesgo, ahora lo está aún más. Los partidos más europeístas no lo defienden y el portavoz europeo reconoce que la relación entre la UE y EEUU ahora mismo “es mala”. El presidente Trump presiona a través de la OTAN, se queja de la inversión europea en defensa que considera escasa y la UE teme multas o subida de aranceles a productos europeos en la deriva proteccionista de su administración. “Hace cuatro años era imposible pensar que la relación fuera a ser así”, zanja Duch.
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