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OPINIÓN: Definiendo el Amor

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Un grupo de jóvenes participaron en un proyecto de Relaciones Humanas cuyo objetivo era definir el amor.  No se trataba de una definición del amor tipo “montaña rusa”: atracción-placer-satisfacción-apego-aburrimiento-cansancio y vuelta a empezar… con otra pareja, sino definir el amor que dura para siempre.

Estuvieron todos de acuerdo que el verdadero amor es lo único que da sentido a la existencia humana pero ¿cómo definirlo?  Empezaron por enumerar cualidades del amor. El amor es incondicional: acepta a la persona como es, sin ponerle etiquetas. El amor es gratuito, fluye porque sí; goza en darse. El amor es espontáneo: disfruta de tal modo amando que no tiene la menor consciencia de sí mismo. El amor es libre: escapa a las coacciones, controles, manipulaciones.  

El coordinador pidió a los jóvenes que representaran esas cualidades del amor en forma gráfica. Los símbolos más sugestivos fueron: la rosa, la lámpara y el árbol.  La rosa se da en fragancia en todo momento, sin condiciones. La lámpara no niega sus rayos a quien camina bajo su luz. El árbol ofrece su sombra indiscriminadamente.  La bondad absoluta de la rosa, de la lámpara y del árbol son imágenes fieles de lo que sucede con el amor.

La rosa difunde su fragancia simplemente porque disfruta dándola, independientemente de que esté o deje de estar quien reciba su perfume.  Lo mismo ocurre con la lámpara: brilla sin pensar si su esplendor iluminará al ser amado. O como el árbol, que siempre ofrece su sombra.

La rosa, el árbol y la lámpara dejan al amado en completa libertad de recibir los dones que le ofrecen. La rosa no obliga a quien ama a aspirar su perfume, el árbol no lo arrastra hacia su sombra aunque corra el riesgo de sufrir una insolación, y la lámpara no ensancha su haz de luz para evitarle que tropiece en la oscuridad. La rosa, la lámpara y el árbol responden al amor en plenitud en todo momento, al mismo tiempo que respetan la opción de correspondencia del ser amado.  El amor sólo da de sí: ni posee, ni se deja poseer.

En una cultura en la cual estas cualidades del amor son raras, también ha de ser rara la capacidad de amar.  Los jóvenes insistían en que la necesidad más profunda del hombre es la de abandonar la prisión de su soledad. Expresaban que la actividad sexual constituye una solución parcial al problema del aislamiento: el acto sexual sin amor nunca elimina el abismo que existe entre dos seres humanos.  Coincidieron en que la cualidad por excelencia del amor era el dar y el darse.

¿Qué le da una persona a otra? Preguntó el coordinador. Las respuestas fueron interesantes: da de sí misma, de lo más precioso que tiene en su propia vida: su alegría, entusiasmo, interés, compromiso, y aún tristeza. Comparte sueños, proyectos, ideas: expresiones de lo que está vivo en su interior y que enriquece a la otra persona.  Dar produce más felicidad que recibir, porque no dar de sí a la persona amada resultaría doloroso.

Con motivo de la celebración del Día de los Enamorados, comentaron el cuento de O. Henry, en el cual una pareja de recién casados veía acercarse el día de su primer aniversario y, azotados por la crisis económica de los tiempos, no disponían para comprar regalos.  Ella vende su cabellera para comprar un extensible para su reloj, y él, sin saberlo, vende el reloj para comprar una peineta para su hermosa cabellera.

Cuando abren los regalos, ella quita su pañoleta y descubre la cabeza que ha quedado sin su preciosa melena, y él siente nostalgia por el reloj heredado del abuelo: ambos se llenan de pena. Se hace un silencio hondo, pero después, una lucidez penetrante les permite ver la realidad de su amor más allá de aquellos regalos. Sonriendo desde la otra orilla del éxtasis, se miran con ojos luminosos.  Hay un nuevo brillo en sus pupilas. Aturdidos por la revelación de que no sólo se puede ser feliz en la opulencia, ese instante marca un peldaño más en la historia de su amor: se aman también en la adversidad.

Descubren que el amor hace que en la memoria del corazón se eliminen los malos ratos y se magnifiquen los buenos. Gracias a este artificio, los que se aman viven eternamente enamorados.

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