Una obra infantil llamada 'Esperanza'
Un hoyo en el cielo deja pasar rayos de sol malévolos, doblando las desdichadas espigas de trigo. El calor infernal de los rayos ultravioleta disecan los sembradíos de arroz y frijol. Pesticidas y residuos radiactivos erosionan la capa de ozono.
Carteles por doquier dicen: ‘El consumismo desenfrenado es responsable de los perjuicios al medio ambiente’, ‘Los países industrializados tienen más centros comerciales que escuelas secundarias’, ‘No burlemos a la humanidad: pasemos de las frases bellas y los buenos propósitos a las realidades’, ‘Unámonos todas las naciones en defensa de la Tierra’.
Una de las obras infantiles se titula: ‘Niños del Ozono’. En ella aparecen las playas desiertas y niños embadurnados de crema bloqueadora solar protegiéndose aún más de los rayos del sol bajo las palapas con enormes sombreros y lentes oscuros. Los pescadores regresan a la playa con los ojos vendados y la piel llagada. Al calce, estadísticas muestran el acelerado incremento en cataratas y cáncer de piel ocasionados por las radiaciones solares. El mensaje es claro: los niños de hoy deben temer al sol. El sol es peligroso.
Uno de los dibujos muestran infinidad de vehículos circulando por las congestionadas calles citadinas, envenenando el aire con emanaciones de monóxido de carbono y óxidos nitrosos, toneladas de residuos industriales radiactivos lanzados a ríos, lagos y mares. Para muchos niños el mundo de los adultos es amenazante y violento: una oscura niebla que todo lo envuelve.
Un buen número de murales expresa temor por el futuro de la Tierra. Sin embargo, al final de los dibujos cargados de horror y pesimismo por el porvenir de la humanidad, hay un mural denominado ‘Esperanza’. En vívidos colores, aparece la majestuosidad de nuestro mundo. La obra pictórica plasma la migración de las aves enlazando todos los continentes del planeta con el listón de sus alas en vuelo.
El destino de las aves migratorias, irrevocablemente ligado a la preservación de sus áreas de recuperación, lo han marcado cuidadosamente en las principales regiones de descanso de las aves en su vuelo anual alrededor del mundo con pancartas que dicen:
“No contaminar, por facvor”
La calidad de conciencia de los niños es más esencial, más profunda y más comprometida porque todavía no han perdido el contacto con su centro espiritual.
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Al calce de la obra anotan datos interesantes: “La migración de las aves marca el pulso y el ritmo del planeta. La mayor parte de las 8,600 especies de aves que existen en el mundo emigran de acuerdo a las estaciones del año. Algunas hacen un recorrido de hasta 35,000 kilómetros anuales. Unas especies viajan por instinto, otras por orientación: montañas, ríos y mares. Algunas se guían por el sol, otras, por las estrellas.
Existen aves que poseen un compás interno que capta las emanaciones magnéticas de la Tierra: se ha descubierto la substancia magnetita en su cabeza. Otras tienen un oído tan fino que captan las olas del mar a increíbles distancias”.
Las aves, en su migración anual, afrontan incontables peligros. Muchas mueren extenuadas en pleno vuelo, otras son atacadas por aves de rapiña o por las tormentas. El ser humano ha interpuesto muchos obstáculos a su paso: rascacielos, antenas, faros, aviones.
Pero los niños que concibieron y diseñaron la obra ‘Esperanza’ no se han dejado apabullar por la embestida humana al medio ambiente durante el último siglo. Aunque nunca antes haya sido registrado en la historia de la humanidad.
La obra, ejecutada con bellísimas líneas y colores, plasma en un mural la esperanza de que el círculo migratorio jamás se rompa. Las hermosas aves logran vencer todos los obstáculos y, cada primavera, regresan hilvanando el cielo con el zigzag de sus alas, uniendo todos los continentes del mundo en su vuelo.
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