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Aburrirse es bueno, pero parece que estamos obesionados con evitar esa sensación de no hacer nada. Foto: publicdomainpictures.net
Aburrirse es bueno, pero parece que estamos obesionados con evitar esa sensación de no hacer nada. Foto: publicdomainpictures.net

¿Sirve de algo aburrirse?

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“Me aburro”, pensaba de pequeña cuando mis padres me llevaban a un restaurante para cenar con sus amigos y yo era la única niña.  “Me aburro”, pensaba también en clase de Computación, en la universidad. “Me aburro”, me decía a mí misma durante mis primeras ruedas de prensa sobre política, cuando mi celular todavía no tenía conexión a Internet. “Me aburro”, sigo diciendo en la cola para embarcar en un avión.

Durante muchos años, no había nada que me aburriera más que los aeropuertos, las computadoras y las ruedas de prensa.  Todo cambió con la llegada del smartphone y las redes sociales. De pronto, aburrirse – perder el tiempo contemplando las musarañas o viendo a la gente pasear por la calle desde el autobús –  se convirtió en una misión imposible. Hoy la sociedad occidental vive inmersa en una obsesión por llenar el tiempo de actividad, aunque sea simplemente actualizar la página de Facebook o chequear el correo electrónico por milésima vez. Decir “estoy mega ocupado” o “estoy estresado” cuando le propongan una reunión está bien visto. Admitir que “dispone de tiempo libre” o que “no tiene nada que hacer” probablemente le hará quedar como un “loser”.

¿Por qué esta necesidad de no aburrirnos nunca, de estar siempre ocupados en algo? ¿De verdad no sirve de nada aburrirse?

Resulta que sí. En los últimos tiempos, un destacado número de psicólogos, pedagogos y filósofos han publicado estudios acerca del aburrimiento, intentando reivindicar su importancia como motor de creatividad, especialmente en los niños.

El poeta y ensayista mexicano Luigi Amara, por ejemplo, cuenta su experimento con el aburrimiento en su libro Escuela de Aburrimiento. El autor decide encerrarse a solas en una habitación durante varias semanas, sin ningún gadget tecnológico para distraerse. Luego viaja a Las Vegas, la capital del entretenimiento, para buscar el contraste, y descubre que allí “si el aburrimiento no es visible es tan sólo porque se encuentra en todas partes”.

La conclusión de Amara es que el aburrimiento esconde el miedo de la gente a quedarse atrapados en un trabajo “para toda la vida”, o con la misma pareja, “para siempre”. “El temor de que el deseo se apague como prefiguración de la muerte. No moverse, estar en un confinamiento estanco, asfixiante, sin alternativas. Llorar en un cuarto oscuro porque intuimos que se parece demasiado a nuestro féretro”, escribe.  

Sin duda, la aparición del smartphone y las apps ayudan a calmar esta ansiedad: "Recibimos un pequeño golpe en nuestro cerebro, una sensación de placer y recompensa, cada vez que revisamos un correo electrónico, vemos que alguien hace un comentario de nuestro último post, o entra un mensaje nuevo en nuestro feed de Twitter; y todo esto es insidiosamente adictivo", comenta Mary Helen Immordino-Yang, experta en psicología y neurociencia de la Universidad de Southern California, en el rotativo The Week.

En su libro El arte de saber aburrirse, Sandi Mann, psicóloga de de la Universidad de Lancashire (UK) comenta que “el aburrimiento es la sensación que se produce cuando los niveles de estimulación que necesitamos en un determinado momento son demasiado bajos”. Mann empezó a interesarse por el aburrimiento cuando trabajaba en una tienda de ropa y mataba el tiempo doblando y desdoblando suéteres.  

Según Mann, muchas de las nuevas tendencias sociales, como cambiar de pareja, incluso en edades avanzadas, o la afición por deportes de riesgo, tienen que ver con esta fobia moderna al aburrimiento.  

Una fobia que nace durante la Revolución industrial, cuando el trabajo y el ocio empiezan a situarse por encima de la contemplación, según Luigi Amara. Un detonante claro es cuando la gente empieza a querer sentirse productiva en su tiempo libre, o quiere destinar las vacaciones a “hacer algo”.  

 Hartos de tener que estar todo el día “haciendo cosas”, en Inglaterra se ha creado un club de hombres aburridos, para revindicar las ventajas de ser aburrido, “ordinario”, normal. Entre ellos organizan encuentros para actividades ordinarias como ir a pasear el perro o sentarse en un banco del parque. Incluso han publicado una selección de las mejores películas en las que aparecen ovejas, con las que es difícil no quedarse dormido, aseguran.

 “Creo que estamos confundiendo ser productivos con ser reactivos. Muchos de nosotros llenamos cada momento libre, ya sea en la cola de la cafetería o esperando el ascensor, con un correo electrónico rápido, una actualización de Slack o un tweet. Concebimos estos momentos libres como tiempo perdido o como una oportunidad para responder a familiares, colegas o simplemente leer los titulares”, explica en una entrevista para Forbes Manoush Zomorodi, presentadora de Note to Self, un conocido programa de tecnología de WNYC Studios.

“Pero en realidad- añade- esperar en la cola y darse el lujo de aburrirse encenderá una red en su cerebro llamada modo predeterminado. Y de aquí es de donde podemos pensar de forma más original, resolver problemas y planear el futuro. ¿Por qué no retomar esos momentos libres para pensar más profundamente sobre su trabajo y su vida? Intente omitir el tweet o mensaje de texto que ni siquiera recordará mañana”, dice Zomorodi, autora del postcast convertido en libro Bored and Brilliant: How Spacing Out Can Unlock Your Most Productive and Creative Self.

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