[OP-ED]: ¿Cuántos hay sin manos?
El robo ha existido siempre. Ha sido un problema social que ya desde milenios atrás traía en jaque a reyes y gobernantes de las primeras civilizaciones. Los ladrones asaltaban sepulcros cuajados de joyas y metales preciosos de los grandes emperadores egipcios. Gigantescas pirámides fueron construidas para proteger las tumbas de los reyes. Pero aún las pirámides mejor concebidas fueron desvalijadas. Por ese motivo los egipcios dejaron de construirlas hacia el año 1500 A.C. y en su lugar abrieron galerías en el interior de los acantilados del Valle de los Reyes en Tebas, -hoy templo de Luxor- cuyos accesos fueron ingeniosamente ocultados.
Sin embargo, siempre ha sido tal el ingenio y la tenacidad de los ladrones que penetraban incluso en tumbas rodeadas de laberínticos pasillos que no conducían a ninguna parte, y cámaras que dejaban ex profeso sin terminar para hacer creer que se había abandonado la obra. Los ladrones, desde siempre, han sido muy sagaces. De alguna manera llegaban hasta el tesoro. Hay quienes opinan que llevaban los planos exactos bajo el brazo.
Los celosos guardianes de las 36 tumbas reales comprendieron al fin que no existía protección posible contra los ladrones: sospechaban que los robos estaban organizados precisamente por personas cercanas a la corte. Los sacerdotes egipcios en absoluto secreto trasladaron los sarcófagos de los faraones fuera del valle y los depositaron en una profunda cueva que después sellaron. Treinta siglos tardaron los ladrones en encontrar el fabuloso tesoro.
En 1880 comenzaron a aparecer diversas reliquias en los mercados egipcios de antigüedades. La investigación condujo a la tumba profanada: hilera tras hilera, más de 30 momias de los más grandes soberanos egipcios, junto a una profusión de baúles y armarios cuajados de joyas de un valor incalculable. Los ladrones habían estado saqueando por nueve años el recinto sagrado. La historia no registra si a los saqueadores les fueron cercenadas una o ambas manos.
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En el mercado negro europeo en 1994 aparecieron relucientes esferas de plutonio y pequeños ladrillos de uranio enriquecido: los primeros indicios de que los ladrones habían llegado a las instalaciones nucleares del Kremlin, uno de los lugares más fuertemente custodiados del mundo. También habían llegado a otros sitios diseminados en la antigua Rusia, con escasa vigilancia. El botín era transportado en pequeñas maletas con cubierta de plomo vía aérea: Moscú-Munich. No fueron interceptados por la aduana alemana.
En el mundo occidental se ha perdido la práctica de la amputación para castigar el hurto. Si se hubiera conservado, sería difícil estimar el número de personas que anduvieran por ahí sin manos. Los ladronzuelos modernos no roban momias, roban vivos. El secuestro es uno de los grandes crímenes de la modernidad.
El robo de joyas no interesa tanto a los que viven de lo ajeno como el nuevo y lucrativo negocio de robar substancias radiactivas para la fabricación clandestina de bombas nucleares.
¿Cómo controlar problema tan complejo? Nadie lo sabe. Los líderes mundiales y los medios masivos de comunicación han olvidado desarrollar en los ciudadanos del mundo el respeto a la vida y el respeto a lo ajeno. ‘No robarás’ es una ley universal empolvada.
En la actualidad, el robo se practica tanto en los países del Primer Mundo como del Tercero. En uno se violan las cámaras que almacenan valiosas sustancias radiactivas para destruir al enemigo, en el otro se profanan las tumbas de los muertos para robar zapatos.
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