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Los evangelistas coinciden en que Cristo Jesús dijo que el Reino de los Cielos sería del que se hiciera como niño. Y los niños de hace dos mil años no distinguían el color de la piel, el color de las banderas, o de los estratos sociales. Pero entendían muy bien el lenguaje del amor.
Los evangelistas coinciden en que Cristo Jesús dijo que el Reino de los Cielos sería del que se hiciera como niño. Y los niños de hace dos mil años no distinguían el color de la piel, el color de las banderas, o de los estratos sociales. Pero entendían…

[OP-ED]: Sí se atrevió

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Jesús se atrevió a hablar de paz y de justicia a un pueblo que siempre había buscado el poder mediante la guerra. Hombres que en el circo romano se divertían viendo a los leones comer vivos a los seres humanos.

¿Quién es ése que resucita muertos, limpia a los leprosos, hace ver a los ciegos, oír a los sordos y caminar a los inválidos? ¿Quién es ése que hasta los pecados perdona?
Jesús era un misterio, una paradoja: provocaba una paz enorme, pero causaba inquietud su paz. La paz de la que hablaba no era la de mantenerse al margen de todos los conflictos y problemas para asegurar la propia tranquilidad, sino que se introducía en el centro mismo de las pasiones religiosas, sociales, políticas. Quiso morir en medio de ellas. Su pasión en la cruz fue voluntariamente aceptada: “Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda solo; si muere, da mucho fruto.”

Cristo Jesús hablaba de una nueva forma de ser persona, tan nueva y tan fuerte que hasta sus mismos discípulos se confundían: sus palabras eran tan profundas que chocaban con la superficie, pero al mismo tiempo alimentaban con pan eterno a los que se atrevían a sumergirse en la mar de su significado. “El que quiera ser primero de vosotros, será el servidor de todos.” Las palabras más extraordinarias parecían naturales cuando salían de sus labios. Los que lo escuchaban se dejaban conquistar por Él, ante la esperanza de un mundo nuevo.

Era imposible no escuchar aquellas palabras: “Mis ovejas me conocen. Escuchan mi voz y me siguen.” Pero luego sentían miedo de seguirlo. Ser cristiano implicaba tantas cosas: olvidar rencores, perdonar hasta setenta veces siete, comprometerse con los necesitados, en otras palabras, amar. Y ¿quién iba a querer servir a todos cuando era costumbre explotarlos?

Cristo comprendía que lo que Él proponía era demasiado nuevo para ser aceptado inmediatamente. Sabía que la irrupción de Dios en el mundo de los hombres tendría que sacudirlos hasta sus mismas raíces: el Reino de Dios es otro, a él se llega sólo mediante un nuevo nacimiento. Pero la persona que se atreve a penetrar en él, aunque todas sus costumbres y todos sus valores se vean contrariados, no se siente ahí como un extraño; es el mismo mundo pero en otra dimensión.

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Los evangelistas coinciden en que Cristo Jesús dijo que el Reino de los Cielos sería del que se hiciera como niño. Y los niños de hace dos mil años no distinguían el color de la piel, el color de las banderas, o de los estratos sociales. Pero entendían muy bien el lenguaje del amor.

Ciertamente la palabra de Jesús era muy diferente de las religiones practicadas en ese entonces. El sentido religioso de la época era “cumplir” con Dios mediante rituales escrupulosamente elaborados y una estricta observancia de sus reglamentos. La llegada de Jesús cambia radicalmente el sentido religioso; para Él, la religión no es un “cumplir”, sino un vivir, un compromiso basado en el amor. Amor a Dios y amor a los semejantes. No un “ojo por ojo, diente por diente”, sino un perdonar hasta setenta veces siete. Él no viene a juzgar sino a perdonar, y dar la oportunidad de un nuevo comienzo. No viene a condenar, sino a salvar. Es perseguido porque su doctrina de compromiso y justicia social amenaza la estructura del Imperio.

En nuestro tiempo, ¿qué significa ser cristiano? Cristo nos regaló su palabra, y la selló con su pasión en la cruz, voluntariamente aceptada. La Pascua es el paso de la muerte a la vida: un nuevo estilo de vivir en armonía con todo lo creado, una paz lograda a través del intercambio de dones en exquisita hospitalidad. Un compromiso sutil, etéreo, pero con un dinamismo tal, que tiene el poder de transformar al mundo. 

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