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Según reportes de la Organización Mundial de la Salud la desnutrición es el origen de la mayoría de los disturbios mentales que padecen más de 500 millones de personas en todo el mundo. 

[OP-ED]: La cara del hambre

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La prensa internacional ha cubierto con toda fidelidad la cara del hambre en México. La fotografía muestra a todo color a una joven mujer que lleva a su pequeño hijo atado con un rebozo a su espalda. Es uno de tantos niños indígenas que permanecen sujetos a la espalda de la madre durante tres o cuatro años porque sus piernas son demasiado débiles para sostenerlo. Los niños desnutridos de las regiones montañosas nacen en total desventaja: desheredados de la tierra. El pequeño observa directamente a la cámara y sus enormes ojos parecen preguntar ¿Por qué?

Una de las paradojas más lacerantes es la que viven los indígenas chiapanecos. Chiapas es uno de los estados más ricos de la República y, a la vez, es la cuna más pobre y marginada del subdesarrollo. Chiapas es la principal productora de energía eléctrica en el país, cuenta con uno de los depósitos de petróleo y gas más importantes, maderas finas de cedro y caoba, vastos recursos minerales, de flora y de fauna: la envidia del Primer Mundo. Y, sin embargo, no hay luz en las chozas de la montaña, no hay gas en sus estufas, no hay leche en polvo para alimentar a los niños, ni vacunas para prevenir las enfermedades tercermundistas: sarampión, tosferina, dengue, cólera, tifoidea, tuétanos, paludismo.

Pero sobre todo, el hambre. Según reportes de la Organización Mundial de la Salud la desnutrición es el origen de la mayoría de los disturbios mentales que padecen más de 500 millones de personas en todo el mundo. En los países pobres existen más de 100 millones de mujeres que corren el riesgo de generar hijos con problemas mentales por insuficiencias registradas en el sistema nervioso a causa de la desnutrición.

Es de cuatro a ocho veces más alta la incidencia de problemas psicológicos en los niños que padecen hambre.

El hambre cala los huesos. El hambre esclaviza. El diccionario define la palabra esclavo como la persona que está bajo el dominio de otra y carece de libertad. Otra definición dice que esclavo es aquél que está sometido a pasiones o estados mentales que lo privan de libertad. El paternalismo es una forma disfrazada de esclavitud. Obliga al hombre a extender la mano para recibir el “apoyo” del benefactor, y crea un estado de dependencia que lo paraliza, le impide utilizar sus propios pies. Dicen por ahí que ayuda que no es necesaria, estorba. El paternalismo propicia un estado de cosas en que cada vez las personas están más necesitadas de ayuda, y cada vez tienen que extender más la mano para pedir. El paternalismo esclaviza de una manera sutil.

El daño psicológico del paternalismo es muy grave. Hace esclavos aún a los que viven en un país libre. La esclavitud psicológica genera fuerzas destructivas en los individuos, que se manifiestan en odio, desesperanza, frustración, prejuicios y resentimientos. Estas fuerzas destructivas desintegran interiormente a las personas, privándolas de sus facultades, y de su estima propia. No desarrollan sus recursos. La iniciativa creadora de cada persona se convierte en desesperada pasividad. Y luego en violencia. 

La solución es obvia: el retraso económico y cultural de las comunidades marginadas exige una fuerte inversión en educación y en la infraestructura necesaria para incorporarla a un plan de desarrollo nacional debidamente planeado y organizado. La educación es imprescindible; es la base para que los seres humanos utilicen sus capacidades, desarrollen sus talentos, y tengan la oportunidad de una vida mejor.

En un país no existe tal desarrollo si se trata de acumular riquezas, bienes y servicios para unos cuantos a costa del subdesarrollo de muchos. El desarrollo armónico es el nuevo nombre de la paz.

Mientras tanto, en lo más recóndito de la montaña, allá donde el tiempo es hambre y el espacio es frío, continúan atados a las espaldas de las madres que trabajan los niños que han perdido la urgencia de ser. Los pequeños que no distinguen si lo que ilumina el cielo son luciérnagas,  estrellas, o el estallido de una granada.

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