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[OP-ED]: ¿Queremos el cambio?

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Dice, entre líneas, la  historia de los pueblos que un verdadero Presidente es aquél que da más de lo que recibe; alguien que en la soledad ha pagado el precio del liderazgo.  En el desvelo que precede la claridad de la aurora ha conocido lo que ha de hacerse, por qué, para qué, cuándo y cómo.

El Presidente de México deberá tener suficiente visión para ver más allá de su piel.  Deberá saber voltear hacia atrás para no cometer los mismos errores de la historia; mirar a los lados para poseer un mayor conocimiento de las necesidades de la nación, y marcar el rumbo hacia adelante. A pesar de las críticas, zancadillas, golpes bajos, presiones y amenazas, no se quebrará.  Mantendrá la estatura del roble que, entre más azotado por el viento, más firme en su propósito.

El Presidente de México prometió mejorar la calidad de vida de todos los habitantes de la nación que preside.  El país sabe que para eso se requiere un presidente recio, de convicciones, de ideales para romper el círculo vicioso miseria-ignorancia-dependencia-desesperación-violencia. Para ello el presidente debe pagar un tributo: pensar más allá del brillo e intereses personales, y estar dispuesto a luchar con el mismo entusiasmo por los intereses del ciudadano común, que por los asuntos nacionales e internacionales.  Muchos dicen que eso es una utopía, pero los pesimistas jamás han sido buenos presidentes.

Después de un análisis exhaustivo y sereno, con la realidad en la mano, el  presidente deberá rectificar el plan de trabajo. Sabrá escuchar a sus enemigos porque son los primeros en advertir sus errores. Será paciente porque está convencido que un pollo se obtiene empollando el huevo, no rompiendo el cascarón.  Cuestionará sus propios juicios porque ha vivido lo suficiente para examinar por segunda vez y con cuidado lo que a primera vista no le dejaba duda. La sabiduría no le vendrá por azar: la buscará con afán y la alimentará con diligencia. Optará siempre por la democracia no importando que esto tome más tiempo: sabe que la manera en que un presidente toma las riendas del destino de su patria es más determinante que el destino mismo.

Un buen presidente utiliza un lenguaje ordinario para decir cosas extraordinarias: nada es tan poderoso en este mundo como una idea expresada con claridad y sencillez en el momento oportuno. Sabe cómo lograr incendiar el espíritu de millones de mexicanos de diferentes partidos, y aunque no lo creamos, muchos mexicanos aman a su patria, y la llevan tatuada en sus entrañas. 

Un buen presidente usa la razón y la imaginación para tender puentes entre lo que es y lo que puede ser. Se compromete a embestir como toro de Miura tanto el narcotráfico y la corrupción, como el importamadrismo, tres de nuestros mayores lastres nacionales.

La valía de un buen presidente se mide por la cantidad de poder y adulación que puede soportar sin envanecerse: un ser solitario entre la multitud es consecuencia del mismo liderazgo. Sus afectos son puestos a prueba. El elevarse sobre los demás –la responsabilidad eleva– es separarse de ellos de alguna manera.   Renuncia a los deseos personales, aunque legítimos, por una causa superior: el servicio de su pueblo, que es una de las más excelsas formas de entrega.

Un buen presidente, sabrá qué hacer con un pueblo que tiene infinidad de recursos pero le falta coraje para utilizarlos.  Él sabrá cómo echar a andar los talentos y habilidades de los que han caído y piensan que solos no pueden caminar.  Cultivará el jardín de la Justicia Social en el país aunque sabe que requiere de mucha agua… la mayor parte en forma de sudor por el trabajo que deben realizar los servidores públicos.

El cambio funciona cuando la cúpula y la base se deciden a trabajar juntos. Cada uno de los mexicanos deberá hacer lo que le corresponde, sin importar cuál sea su partido, o no pertenezca a ninguno. La patria necesita de todos:  la esperanza en el cambio sería vana si esperamos que el cambio se dé con solo desearlo.

La decisión de si el Muro que nos separará del país vecino se va a construir o no, no está en nuestras manos. Nuestra esperanza aún está puesta en el cambio que mejorará la vida de millones de mexicanos. Esto ocurrirá cuando cada uno de nosotros estemos dispuestos a cumplir nuestra parte: mejorar nuestros estilos de vida, respetar nuestras leyes, erradicar la corrupción, abogar por el bien social, ser personas íntegras.

Un hombre solo no puede de la noche a la mañana limpiar la basura acumulada en dos siglos. Los sueños y los buenos propósitos requieren cierto tiempo para realizarse. Queremos un México nuevo, educado, eficiente, respetuoso de las leyes. Un México próspero y democrático que sepa mirar más allá de los partidos políticos para realizar el proyecto de nación que llevamos dentro.

Dicen que algo es imposible hasta que alguien se atreve a probar lo contrario.  Einstein decía: “La mente que se abre a una nueva idea jamás volverá a su tamaño original.”   ¿Nosotros qué decimos?

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