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El presidente electo Donald Trump habla durante su gira de agradecimiento en Hershey, Pennsylvania (EE.UU.). EFE
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[OP-ED]: El próximo lunes, el Colegio Electoral tiene la oportunidad de mostrar su valor

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Últimamente, cuando una antigua ley o tradición no agrada a masas de individuos, se cree que hay que desecharla--hasta que se vuelve útil. 

Después de que el juez de la Corte Suprema, Antonin Scalia, falleciera inesperadamente en febrero y cuando parecía que una victoria demócrata era probable, ciertos republicanos decidieron que el presidente saliente no solo no tenía el derecho de nombrar a un nuevo juez de la Corte Suprema, tampoco lo tendría la nueva presidenta--si resultaba ser demócrata. 

Fue un impulso de ambos partidos. El vicepresidente Joe Biden dijo, en 1992, algo parecido, cuando sugirió que se retrasara una nominación de la Corte Suprema hasta el día posterior a la Elección, si hubiera una vacante durante la campaña presidencial. Después, una vez que Donald Trump ganó la elección, se hicieron llamados a los legisladores demócratas para que obstruyeran la candidatura y el nombramiento de todo candidato de Trump para ocupar el escaño de Scalia. 

Más recientemente se sugirió la extinción del Colegio Electoral. 

Inmediatamente después de que el presidente electo Trump fuera declarado victorioso, aumentaron los llamados a que se desmantelara el Colegio Electoral para que las elecciones fueran más democráticas y reflejaran el voto popular. 

Pero eso cambió cuando la Agencia Central de Inteligencia confirmó que el gobierno del presidente ruso, Vladimir Putin, trabajó activamente para socavar la elección pirateando ambas campañas, pero pasando sólo los emails de los demócratas a WikiLeaks, y actuando de esa manera para dar ventaja a un candidato. 

El día posterior a la elección observé una clase de estudiantes de secundaria emotivos y confusos--no tenían ni idea de lo que era el Colegio Electoral y de por qué el voto popular no determinaba la presidencia. El adulto a cargo de la clase no pudo explicarlo y no fue el único. 

Un informe de 2008 del Intercollegiate Studies Institute, una organización educativa sin fines de lucro que promueve el pensamiento conservador en los centros universitarios, halló que el 34 por ciento de todos los encuestados en un estudio nacional--y el 43 por ciento de los que se identificaron como electos para un puesto gubernamental al menos una vez--no sabía que el Colegio Electoral es una asamblea dictaminada constitucionalmente, que elige al presidente. Uno de cada cinco funcionarios electos pensó que “capacita a los que aspiran a un puesto más elevado” o “fue establecido para supervisar los primeros debates presidenciales”. 

En ese contexto, es obvio el motivo por el que las masas no valoran el Colegio Electoral--¿cómo se puede valorar algo que uno no comprende? 

Y sin embargo, hasta la comprensión más superficial del motivo por el que se instituyó el Colegio Electoral recalca su relevancia actual. Para citar a la celebridad de Broadway de este momento, Alexander Hamilton, en los Federalist Papers: “El proceso de la elección ofrece una certeza moral: que el cargo de Presidente nunca caerá en la suerte de hombre alguno que no haya sido dotado en innegable grado de las calificaciones requeridas. El talento de la intriga mezquina y las pequeñas artes de la popularidad, quizás sean suficientes para elevar a un hombre a los primeros honores en un solo estado; pero serán necesarios otros talentos, y un tipo de mérito diferente, para establecerlo en la estima y confianza de toda la Unión, o de una porción muy considerable de la misma como sea necesaria a fin de que sea un candidato exitoso para el distinguido cargo de Presidente de los Estados Unidos.” 

Ahora, los mismos liberales que hace una semana querían eliminar el Colegio Electoral tienen la esperanza de que sea utilizado para cumplir su propósito original: Impedir que alguien que demostró ser popular, pero que piensan que no está calificado para la presidencia, tome el poder. 

Y es así como los tradicionalistas hallaron una causa común con los hipócritas. 

Alguna gente pidió calma después de la elección de Trump, esperando que todo resultara bien. Pero agregar una intervención definitiva en nuestras elecciones a la lista de locuras que se desarrollaron desde el Día de la Elección--y un presidente electo que juró que el proceso electoral estaba comprometido pero, ante las pruebas, dice ahora que la intervención es una invención--es suficiente para que el más optimista esté buscando el botón de pánico. 

El Colegio Electoral se creó para proteger a los electores de la influencia de elementos externos, prepotentes, demagogos y populistas. Los electores merecen ser informados por los servicios de inteligencia sobre las acusaciones de sabotaje ruso y, cuando se reúnan, el 19 de diciembre, pueden pasar a la historia seleccionando a un candidato de compromiso--un republicano sensato que probablemente no descarrile al país sería formidable ahora. 

Aunque esta improbable situación fue calificada por el New York Times como “casi imposible”, cementaría la utilidad del Colegio Electoral en esta, nuestra confusa forma de gobierno de la república estadounidense.

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