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[OP-ED]: El Sueño Americano

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La contradicción norteamericana es ser a la vez imperio y democracia. ¿Puede una sociedad vivir en libertad en un círculo de producción, consumo y placer, sin atender la responsabilidad social?  ‘El Sueño Americano’ se ha convertido en pesadilla, particularmente para los inmigrantes. 

Norteamérica ha sido el ideal de todos aquellos que llegan a Estados Unidos en avión, buque, bote, autobús, vagón, cajuela o a nado.  El sueño de aquellos que en sus países de origen han sido oprimidos en lo político, económico o religioso. Sin embargo, la historia habla de que en los seres humanos la experiencia de libertad, inclusive en Norteamérica -el ‘Jardín del Edén’- la libertad ha sido elusiva.  Tan esquiva y efímera como un globo en un día de tormenta.

La idea de plasmar el ideal de libertad en algo sólido y tangible hubo de esperar 52 años para materializarse en un monumento de 93 Mts. en el puerto de Nueva York. La historia narra que Bartholdi transitaba  por las calles de París en 1834 cuando Napoleón Bonaparte derrocó a la Segunda República.  Un grupo de republicanos había levantado una barricada.  Al anochecer, una valerosa joven con una antorcha en la mano salvó la barrera mientras gritaba: “¡Adelante!”  Los soldados bonapartristas abrieron fuego sobre ella.  La estremecedora escena de la joven que ofrendó su vida quedó tatuada en el espíritu de Bartholdi.  Desde entonces la bella desconocida armada con una antorcha se convirtió para el escultor en el símbolo de libertad.

Las ideas suelen permanecer en semilla por muchos años antes de germinar.  Francia deseaba ofrecer un homenaje espectacular a Estados Unidos en ocasión del primer centenario de su independencia.  En 1865 Bartholdi propuso el diseño de la Estatua de la Libertad, y su talento de escultor para realizarlo.

Viajó a Estados Unidos para ver con sus propios ojos la democracia.  Cuando el buque entraba al puerto de Nueva York en la tenue luz del alba, Bartholdi se sintió inspirado por la vista espectacular del puerto e intuyó que ese era el lugar donde el colosal monumento a la libertad irradiaría su luz sobre ambos continentes.  El sueño de Bartholdi era persuadir a la humanidad de la excelencia del gobierno basado en la voluntad popular.  Nunca imaginó que 100 años después, la Unión Americana sería un imperio, y sus más ligeros movimientos estremecerían al mundo entero.

La sociedad norteamericana, tierra de inmigrantes, fue fundada con el fin de realizar pacífica y libremente los fines privados del individuo.  Y, aunque muchos intelectuales conservan la claridad racional y la pureza de corazón de los fundadores de la democracia, ciertos grupos políticos y corporaciones poderosas han substituido la dominación de los estados totalitarios de antaño por la de sus intereses particulares irresponsables motivados por la avaricia.  Norteamérica hoy padece los males y los vicios no de la tiranía, sino los de la libertad.  Anestesiada por décadas de prosperidad y cegada por el culto al progreso desenfrenado, se empeña en no ver el deterioro de calidad de vida de su gente, y la gran mancha de pobreza y contaminación que se extiende más allá de sus fronteras.

El publicista norteamericano Michael Levine declaró a Los Angeles Times: “la libertad y la responsabilidad son como un sube y baja.  Nuestra sociedad está en caos porque la libertad pesa más que la responsabilidad”. 

En 1993 Levine propuso la construcción del Monumento a la Responsabilidad en el puerto de Los Angeles, con un costo aproximado de 10 millones de dólares que debería salir de los bolsillos de los estadounidenses. La propuesta no ha pegado hasta nuestros días. Nadie se ha enamorado de la idea de la responsabilidad. “¡Diablos!  Nadie quiere asumir la responsabilidad personal de sus acciones, y menos aún hacerle una estatua.” La responsabilidad es aburrida, mientras que el abuso de libertad es puro gozo y diversión.  Mientras dura.

La historia de las civilizaciones es la lucha entre la madurez y el abuso de libertad, que conduce a la corrupción.  Los pensamientos, las palabras y las obras de cada persona son los hilos de la red que teje en torno a sí misma.  El conjunto de redes conforma la calidad de la sociedad humana.  Las grandes culturas decaen cuando la responsabilidad personal se vuelve escuálida.

 

 
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